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Presentación del libro ‘Cuidados intensivos’, de Arturo Gutiérrez Plaza; por Rodrigo Blanco Calderón

Cuidados Intensivos 300

Cuidados intensivos es un poemario que reúne y tamiza la poesía escrita por Arturo Gutiérrez Plaza entre los años 2006 y 2014. Para Miguel Gomes se trata de “una autobiografía lírica en la que Arturo Gutiérrez Plaza, el individuo, poco interviene”. Esa no intervención, sea por máscara o por transparencia, es la intervención mayor del poeta: construir un sistema de imágenes cuya vitalidad circula entre los textos dibujando uno o varios rostros a la vez.

Más que una secuencia cronológica que marca las etapas definidas de la vida (infancia, juventud, adultez, vejez), Cuidados intensivos es una gran construcción que cobija distintas experiencias, cada una aparejada con su propia forma de escritura. El libro está dividido en siete apartados que, de haber proliferado, podrían haber devenido cada uno un poemario independiente. La muerte, el invierno, los viajes, la cotidianidad sufriente, el amor, la preocupación por el destino de la poesía y la relación entre el pensamiento y el lenguaje, son las denominaciones con que pudiéramos identificar las atracciones que componen este parque poético cuyo tema el visitante nunca logra precisar.

Existen, sin embargo, pasadizos que conectan estos apartados insinuando un recorrido secreto que quizás conduzca a la totalidad del sentido. De la primera parte, “Antesala sin diván”, puede llegarse a la penúltima, “Anteversus”, con el salvoconducto del propio título del libro: Cuidados intensivos. Lo que en aquella es literalmente la sala de hospital donde se apaga la fuente originaria de la vida, la madre, en esta se convierte en un velar el cuerpo malogrado del poema en tiempos de prosa e indiferencia. “La gente invisible”, esa que al caminar apenas deja huellas y que se trasluce como una marca de agua en el apartado “Obreros en la vía”, nos guía con sus pasos etéreos a “La mujer imaginada” que transita por el apartado “Confesionario”, recordándonos que caminar por una ciudad, extranjera o propia, es un acto profundamente erótico. Desde ese mismo confesionario sensual, a través del poema “Amor Cósmico”, que es una irónica respuesta a Eugenio Montejo, se puede uno devolver a la “Antesala sin diván” donde el canto de los pájaros ausentes se vuelve homenaje al autor de “Algunas palabras”.

Independientemente del camino que escojamos para recorrer el libro, de las ciudades que se vuelven el espacio amenazante de las revelaciones, el D.F mexicano, Caracas u Oklahoma; más allá de las quimeras que aquí nombran lo femenino, como lo es el regreso imposible al vientre materno o el encuadre siempre borroso de una mujer que no existe en una foto que aún no ha sido tomada; más allá de la disyuntiva por un país que se perdió o se fracturó o que quizás siempre estuvo fracturado y de las hermandades rotas que algún día habrá que recomponer y que en el fondo sabemos que no podemos recomponer; más allá de todas las contradicciones que definen a lo humano, en Cuidados intensivos se impone una lectura crítica sobre los años que nos han tocado vivir: la existencia y el poema como cuerpos amenazados constantemente por la molicie.

¿Cuál es la función, entonces, del poeta? ¿Para qué insistir, pues, en la poesía? Arturo Gutiérrez Plaza no sabe la respuesta a estas preguntas. De hecho, creo que ni siquiera le interesan. Una fuerza mayor, en todo caso, resuelve la disyuntiva. El poeta contemporáneo es, según sus palabras, “un constructor de ruinas frescas para el gozo de los arqueólogos del porvenir”. Alguien que apuesta por un arte de lo mínimo donde sólo se afirme el enigma, que no es otro que la terca persistencia del poema y de la vida, antes, durante y después de la tormenta. Así lo deja claro en el poema “Sin nada a cambio”, donde firma el contrato leonino que a los verdaderos poetas imponen las circunstancias y el fervor por el lenguaje. El poeta dice así y así termino:

Aunque no hubiera nada después,
escribiría.
Escribiría
aunque callaran los dogmas,
sin lápiz,
sin bitácora,
sin papel.
Escribiría
no para responder,
no para salvarme.

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