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La importancia de dónde y cómo grabar nuestra música, por Rafael “Pollo” Brito

LADO A. Un día me soltaron esta perla: “El problema con la música venezolana es que no tiene su historia musical documentada”. Y yo, lo confieso, me molesté un poquito: “¿Cómo que no? ¿Y toda la gente que ha estado trabajando desde hace décadas?” Pero, cuando esa persona me explicó lo que quería decir, entendí que la cosa va más allá. Me explicó que hace sesenta, setenta años en Venezuela la gente no grababa. Y una de las virtudes que tiene la música venezolana es que, cada vez que se toca, se toca diferente. Es una cosa muy parecida a la experiencia del jazz. Ahí me cayó la locha.

Hay mucha gente que tocaba y no podía grabar lo que hacía. Entonces, esa música quedó durante mucho tiempo como huérfana, mientras se transmitía de testigo en testigo, como una experiencia que sólo era posible para quienes estuvieron cerca de aquellos músicos. Ahora es que se graba absolutamente todo, pero hay muchas deudas. Muchísima gente y muchas experiencias no fueron grabada. Imagínense lo que sería haber registrado, por ejemplo, el momento en que Fredy Reyna tocó al lado de Hernán Gamboa.

Pero ese tipo de errores, o más bien descuidos, no deben volverse a cometer. Menos ahora, cuando se están haciendo cosas tan interesante. Eso sí: intentar hacerlo bien. Por eso es que a mí me parece tan importante esa figura de los ingenieros y técnicos involucrados en la grabación, porque no es algo que sólo tiene que ver con los aparatos con los que ahora se graba, sino con una sensibilidad que les permita darse cuenta de que eso que están presenciando puede que sea una oportunidad única e irrepetible, que ellos guardarán para el resto de un país.

Yo estoy seguro que muchos músicos se sorprende cuando, de repente, un aficionado o melómano graba a alguien y en minutos está un video en internet diciendo algo como “El diablo suelto por Cheo Hurtado, en la casa de la familia de los Cruz-Diez”, y él ni siquiera se acuerda de esa experiencia. Hasta esos documentos son importantes, porque la historia musical está quedando plasmada desde hace apenas unas décadas y nosotros somos testigos de eso tan bonito.

Fíjense en estos dos documentos tan distintos, grabados con un micrófono y más nada. El primero, es un canto de trabajo, un canto de pilón de esos que no conoceríamos si alguien no lo hubiese grabado y que ahora son un referente tan importante. El segundo es una gaita de Rincón Morales hecha en 1962, donde de una manera divertida y sarcástica se refieren a los que se iban de la música popular a lo que entonces se llamó “la nueva ola”. En ese audio no sólo se recoge una canción, sino nombres de artistas, el humor de una época y el eterno debate entre los ritmos nuevos que llegan a la radio y la tradición.

LADO B. Un músico necesita muchas cosas para tener éxito. Además de sus dones y el talento, están la viveza propia de quien quiere empezar a darse a conocer. Siempre es bueno ser querido por los músicos y por el público, pero a la vez se busca dar en el punto donde coincida la música que estamos haciendo hacer con lo que a la gente le gusta escuchar. Sólo así puede lograr el interés de los demás por su propuesta. Pero si hay algo que siempre, siempre, va a necesitar un músico de hoy en día es un lugar donde grabar y le aseguren que su música va a sonar como es.

¿Qué quiero decir con ese “como es”? Bueno, que hasta esos músicos populares que uno admirará por siempre, pero que cuando comenzaron a grabar en Venezuela tuvieron resultados bastante rudimentarios, lo que buscaban era la manera de que un instrumento sonara en la grabación tal como había sido concebido dentro de la canción. Por lo menos: un cuatro no funcionaba si tenía un sonido así como aguitarrado o muy estilizado, porque la facultad del cuatro era su esencia brillante y marcada.

Y, ojo, no estoy hablando de los muchos gustos que puede tener una persona en cuanto a las sonoridades y los colores que es capaz de dar un instrumento como el cuatro, sino de que todo músico quiere que la experiencia a la hora de escuchar una grabación sea lo más parecida al momento en que tocó ese tema. En resumen: que aunque cada vez sea más fácil tener acceso a programas computarizados y herramientas tecnológicas, los grandes cómplices del músico de hoy en día son un estudio de grabación y unos ingenieros y técnicos que sepan su cosa.

No es sencillo dar con el estudio donde uno se sienta a gusto. ¿Por qué? Porque si en la experiencia del estudio no se tiene buen feeling cuando uno está grabando, esa incomodidad —que puede parecer invisible, pero no lo es— también va a quedar grabada en el track. Somos gente muy sentimental con lo que hacemos, y el músico siempre quiere que quien esté grabando y cualquiera que lo acompañe durante ese proceso se muera de gusto al oír las canciones, pero con el tiempo te das cuenta de que lo que necesitas en un estudio es alguien que esté involucrado contigo en el proyecto musical aportando las cosas que sabe, no otro fan.

¿Cuál es el mejor estudio, entonces? Depende de cada músico. La gran mayoría de los gaiteros (un género que no es sencillo a la hora de ser bien grabado por la cantidad de matices que están involucrados ahí) decían que el mejor estudio para grabar gaitas era el de Edwin Pulgar. En Caracas, el señor Ricardo Landaeta, con Sono2000, y la gente de Telearte o el recordado estudio de JazzManía. Imposible olvidar al maestro Alí Agüero y su estudio. Ahora, gracias a la tecnología, hay muchos otros espacios para grabar, y eso se debe en buena medida a los pioneros. Incluso, músicos como los hermanos Marín hicieron su propio estudio: Síncopa. Yo no me casé con ninguno hasta que llegué al de Miguel Mardeni, pero uno a veces comete adulterio, como cuando di con AudioPlace Studios, y el trabajo de profesionales como Rafael Rondón y Darío Peñaloza.

Pero en realidad no se trata de que uno sea mejor que el otro, sino de que un proyecto necesita dar con los cómplices necesarios y el estudio no es un lugar al que se va a grabar y listo, sino el sitio donde queremos que nuestra música quede registrada para aquellos que quieran regalarnos un poquito de su tiempo para escucharnos. Y si alguien nos da la bendición de dejarnos formar parte del sonido de su vida, lo mejor es que eso que le regalemos nosotros se parezca lo más posible a lo que sentimos cuando hacemos música.

Les cuento, para cerrar, un caso interesantísimo y reciente: el disco En el cerrito, de mi pana Jorge Glem. Ese disco fue grabado por Germán Landaeta, uno de los maestros del sonido de estos tiempos. Y no se hizo en un estudio, sino en una referencia de la arquitectura venezolana como Villa Planchart, del arquitecto Gio Ponti. Gracias al trabajo de Germán, el sonido registrado en este disco es único: logra reproducir para quienes no estuvimos allí  tanto el talento de músicos como Jorge Glem, Diego “El Negro” Álvarez, Rafael Greco y Rodner Padilla, pero al mismo tiempo nos regala las “maneras de sonar” propias del lugar donde grabaron esa experiencia. Eso habría sido imposible sin la complicidad de los profesionales del sonido. Oigan eso y después me cuentan: