Blog de Alejandro Oliveros

Paula Modersohn-Becker vista por Adrienne Rich; por Alejandro Oliveros

Por Alejandro Oliveros | 21 de octubre, 2017
Autorretrato / Paula M

Autorretrato / Paula Modersohn-Becker

El revelador poema de Rich, escrito hacia 1975-1976, fue recogido en sus Selected Poems 1950-1995. Su protagonista es Paula Mondersohn-Becker, née Paula Becker, pintora alemana que nació en Dresde el 8 de febrero de 1876. (Véase la reseña de su exposición en el Museo de Arte Moderno de París, en Prodavinci, julio 2016). A los 12 años se mudó a Bremen y a los 19 ingresó en el círculo artístico de Worpswede, una población a pocos kilómetros de esa ciudad. Un grupo de artistas reunidos bajo la égida de Fritz Mackensen. La poética del grupo, sin mayores estridencias, se proponía rechazar lo que consideraban los estrechos límites del realismo, incluyendo el impresionismo, por supuesto, para dedicarse a explorar las enrarecidas atmósferas del simbolismo. Con Gauguin y Cézanne, entre sus modelos se encontraban nombres como los de Munch, Redon, Puvis de Chavanne, Fantin-Latour, Rodin. En 1901, Paula se casa con otro artista de Worpswede, Otto Modersohn, quien le sugiere que abandone la vida de artista para dedicarse a los “cuidados del hogar”, lo cual Rilke nunca se lo perdonará, llegando a culparlo de la muerte de Paula poco después del parto. En la misma colonia, Paula conoce a Clara Westhoff, que se convertirá en su mejor amiga. Clara fue una escultora de talento, discípula de Rodin, pero mejor conocida como la desdibujada esposa de Rainer Maria Rilke. Sobre la amistad entre ambas se extiende Rich en su narrativa. La muerte, tan temprana, de Paula Mondersohn-Becker es de las más tristes, de un accidente pulmonar el 20 de noviembre de 1907, a los pocos días de nacida su hija . En efecto, como lo soñó, Rilke le dedicará el más conmovedor de sus réquiem. En una carta a un amigo, la última que escribió, Clara: “No tengo miedo de nada; todo está bien, menos la muerte. Este es el único fantasma que temo, esta es la única desgracia”.

El otoño se ha derramado
el verano no se ha ido, incluso la luz
parece durar más de lo normal
y pienso aprovecharla hasta que se termine.
La luna rueda por el aire. Yo no quería este hijo.
Eres la única que lo sabe
Quería un hijo, pero no ahora.
Otto tiene una manera tranquila, complacida,
de seguirme con la mirada, como si dijera:
¡dentro de poco vas a estar bien ocupada!
Y es cierto, voy a estarlo. Este hijo será mío,
no suyo, las fallas, si fallo,
serán todas mías. No somos muy buenas, Clara
a la hora de prevenir estas cosas,
Y una vez que tenemos un hijo, es nuestro.
Últimamente me he sentido mas allá de Otto o de cualquiera.
La obra que tengo que realizar
¡requiere tanta energía! Tengo la sensación
de que voy por buen camino, paciente, impacientemente
en mi soledad. Busco por todas partes en la naturaleza
nuevas formas, formas viejas en lugares nuevos,
digamos una boca antigua entre las hojas.
Sé y no sé lo que estoy buscando.
¿Recuerdas esos meses juntas en el estudio,
tú con tus fuertes brazos llenos de arcilla húmeda,
y yo tratando de hacer algo con las extrañas impresiones
que me asaltaban – las flores japonesas
y los pájaros , los borrachos refugiándose
en el Louvre, la luz del día, los rostros?
¿Acaso sabíamos que hacíamos allí? París te desalentaba
te parecía demasiado; no obstante, seguías con tu trabajo.
Después nos encontramos de nuevo, las dos ya casadas;
me pareció que tú y Rilke estaban desanimados,
sentí una especie de tristeza entre ustedes. Claro,
Rilke y yo habíamos tenido dificultades. A lo mejor
sentía celos de él por haberte separado de mí.
Tal vez me casé con Otto por despecho.
Por supuesto, Rainer, sabe más que Otto,
él cree en las mujeres. Pero se alimenta de nosotras,
como todos ellos. Toda su vida, su arte
ha sido protegido por las mujeres. ¿Cuál de nosotras
podría decir lo mismo? ¿Cuál de nosotras no ha tenido
que dejar su condición de mujer para salvar
su trabajo? ¿O es acaso para salvarnos?
El matrimonio es más solitario que la soledad.
Déjame contarte: soñé que moría durante el parto.
No podía ni hablar ni pintar, no me podía morir.
Mi hijo, creo, sobrevivió. Pero lo más divertido
del sueño es que Rainer escribía mi réquiem,
un poema largo y hermoso y me llamaba su amiga.
yo era tu amiga, pero no decías nada en el sueño.
 En el sueño, su poema era una carta
a alguien que no debía estar allí,
pero era tratada amablemente, como un huésped
que llega el día equivocado ¿Por qué
no sueño contigo, Clara?
Todavía conservo la foto donde aparecemos las dos,
tú y yo mirándonos fijamente y, en el fondo,
mi pintura ¡Cómo trabajábamos una al lado
de la otra! ¡Y cómo he trabajado desde entonces
tratando de crear algo de acuerdo al proyecto
de otorgar toda la fuerza a nuestro temas,
sin reservas porque éramos mujeres. Clara,
nuestra fuerza permanece aún en las cosas
que conversábamos: como la vida y la muerte
se dan la mano, la lucha por la verdad,
nuestras defensas contra la culpa. Ahora, siento
el amanecer y la llegada del día. Me encanta
caminar por el estudio, ver cómo mis pinturas
cobran vida con la luz. A veces siento
que soy yo misma la que patea dentro de mí,
yo misma a la que debo alimentar, amar…
Me habría gustado que hiciéramos lo mismo
entre nosotras, pero no es posible.
Dicen que una mujer embrazada
sueña con su propia muerte. Pero vida y muerte
se dan la mano. Clara, siento que tengo tanto trabajo,
la vida que veo delante de mi, y mi amor por ti,
la única persona que, a pesar de todo,
oye todo lo que digo y lo que no puedo decir.

Alejandro Oliveros Alejandro Oliveros, poeta y ensayista, nació en Valencia el 1 de marzo de 1948. Fundó y dirigió la revista Poesía, editada por la Universidad de Carabobo. Ha publicado diez poemarios entre los que figuran El sonido de la casa (1983) y Poemas del cuerpo y otros (2005). Entre sus libros de ensayos destacan La mirada del desengaño (1992) y Poetas de la Tierra Baldía (2000).

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