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Patadas en Santiago [a propósito de la violencia en la visita de Capriles a Chile], por Juan Nagel

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“¡Me patearon! ¡Me tiraron al piso y me patearon!”

Maritza es una venezolana de alrededor de cincuenta años que vive en Chile desde hace quince. Apenas la conocí este jueves, cuando me tocó ser uno de los organizadores del encuentro entre Henrique Capriles y los venezolanos en Chile. Un desconocido me la presentó, alarmado porque había sido maltratada en la puerta por centenares de chilenos que fueron a canalizar su rabia contra el capitalismo maltratando a ancianas, hombres, mujeres y niños venezolanos cuyas únicas armas eran su ánimo y una que otra gorra tricolor.

Viendo sus ojos llorosos, su cara de angustia y su cabello lleno de los huevos que le había lanzado la turba, le pregunto consternado a Maritza si necesita ayuda médica, señalándole que tenemos una ambulancia disponible. “Ni de broma, mijo. Yo de aquí no me muevo hasta ver al flaco…”

Le ofrezco lo único que puedo: mi botella de agua mineral y un apretón de manos prolongado.

La visita de Capriles a Chile fue como pasar a un mundo bizarro. Durante días, la controversia de si Piñera lo recibiría y dónde lo recibiría ocupó importantes espacios en los diarios. Se decidió que Piñera lo vería en una cena privada, privadísima, en un lugar secreto, secretísimo, alejado del Palacio y de su residencia particular. A esto se añadió el debate acerca de si debía o no recibirlo la favorita a ganar la Presidencia, Michelle Bachelet. Sobre esto, todo el mundo opinaba.

Capriles era convertido así en un jarrón chino que los políticos chilenos no sabían dónde meter. El líder indiscutido de la oposición democrática tratado como si fuera un pobre sarnoso o una mujer de mala reputación, con la cual no convenía ser visto en público. Capriles recibió en abril del 2013 más votos que los que recibieron Bachelet y Piñera juntos en sus respectivas elecciones ganadoras, pero por alguna razón era Capriles el que veía puesta en duda su calidad democrática.

Capriles no fue recibido así por todos. De hecho, fue recibido de forma entusiasta por la mayor parte de los políticos y medios de comunicación chilenos. La Democracia Cristiana, obviamente buscando elevar su perfil como decision maker centrista luego de sacar un humillante 8% en la última primaria presidencial, lo trató a cuerpo de rey.

Sin embargo, la verdad es que la Democracia Cristiana es cada vez más irrelevante en Chile. El guabineo de los que de verdad cuentan —Piñera y Bachelet— legitimó el tratar a Capriles como un paria y no como el demócrata sensato y progresista que es. Así, prominentes miembros del círculo íntimo de Bachelet se dieron el lujo de despreciar a Capriles. El senador socialista Alejandro Navarro dijo que Capriles era “antidemocrático” (sic.) y un “golpista” que conspira contra Venezuela. La alcaldesa de Santiago, Carolina Tohá, recibió a Capriles exclusivamente bajo su condición de Gobernador de Miranda, y se negó a discutir políticas nacionales con él, dejando en claro que ella estaba en desacuerdo con la postura de Capriles frente a Maduro. El toque de oro vino cuando Michelle Bachelet adujo “problemas de agenda” inexistentes para no reunirse con Capriles.

Este tratamiento abrió las puertas para que activistas comunistas organizaran una feroz protesta contra los ciudadanos venezolanos que asistieron al evento en el ex-Congreso. Vociferando las consignas del libreto de Navarro, insultaban a los compatriotas que trataban de entrar, quitándoles sus gorras, lanzando piedras y huevos, golpeándolos y pateándolos. Cuando las autoridades del ex-Congreso obligaron a cerrar las rejas porque el recinto había llegado a su máxima capacidad, quienes no pudieron entrar quedaron atrapados entre la turba y la reja, sufriendo agresiones aún más prolongadas.

Los venezolanos, tan acostumbrados a la violencia, pensarán que no hay que hacer tanta alharaca por unos golpecitos. Sin embargo, para los que hemos salido del país y nos hemos establecido en un lugar relativamente pacífico y próspero, como Chile, el nivel de odio, violencia e impunidad fue sorprendente, a tal punto que una de las asistentes lo describió en la página Facebook del evento como “la peor experiencia” de su vida.

Mientras los chilenos agredían a una minoría extranjera, la ocupadísima agenda de Michelle Bachelet seguía su rumbo. Esa noche, mientras sus compatriotas agredían a los míos, ella estaba adentro del ex-Congreso en el bautizo de un libro que seguramente pocos leerán. A escasos metros, Henrique Capriles daba un discurso electrizante a un público que sufrió vejámenes por verlo. Si no es por unos minutos más, ambos se habrían encontrado cara a cara en el pasillo del edificio.

Queda la duda de si Bachelet hubiese reaccionado ante Capriles tal como sus compatriotas al otro lado de la reja.