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Nabokov y el liberalismo; por Rafael Rojas

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Cierta imagen de Vladimir Nabokov lo presenta como un aristócrata, cuando no como un monarquista, fervorosamente opuesto a la Revolución rusa y el comunismo soviético. Sus reyertas con los intelectuales de Nueva York, que en los años de la Guerra Fría intentaron abrir un flanco de crítica liberal al totalitarismo comunista, sin desdeñar la posibilidad de un socialismo democrático, reforzaron esa imagen. Su incomprensión del pensamiento de la Nueva Izquierda lo llevó a asumir como pro-soviéticos a muchos marxistas, críticos del estalinismo, que defendieron la solidaridad con los disidentes de Europa del Este en los años 50 y 60.

En la reciente antología de entrevistas, cartas y artículos, Opiniones contundentes (2017), editada por Anagrama, se lee con más claridad la política de Nabokov. En mayo de 1962 el Festival Internacional de Edimburgo anunció un encuentro de escritores. El London Times publicó la lista de invitados, dentro de la que figuraban Vladimir Nabokov, Jean-Paul Sartre, Bertrand Russell y, por si fuera poco, Iliá Ehrenburg, uno de los mayores propagandistas de la Unión Soviética en Occidente, que había recibido de manos de Stalin el Premio Lenin de la Paz en 1952. Al leer la noticia, Nabokov escribió una carta al London Times en la que decía que “jamás accedería a participar en ningún festival ni congreso” con esos colegas y que “sentía una suprema indiferencia hacia los problemas del escritor y el futuro de la novela”, tema del debate en Edimburgo.

Pero en 1967 se publicó en The Sunday Times un artículo que acusaba al padre de Nabokov, Vladimir Dimitrievich Nabokov, y a todos los emigrados rusos de reaccionarios y conservadores. El escritor envió una carta de protesta al diario londinense en la que recordaba que las investigaciones realizadas en Berlín, tras el asesinato de su padre, en 1922, concluyeron que el atentado había sido obra de monarquistas rusos, de extrema derecha, coordinados por Vasily Biskupsky y Piotr Shabelsky-Bork, quien luego se asociaría con el ideólogo del nazismo Alfred Rosenberg. Nabokov padre murió intentando salvar la vida de Pavel Miiukov, verdadero blanco del atentado, que había sido Primer Ministro del Gobierno Provisional en 1917.

Luego de establecer que “a su padre le disparó un monárquico porque sospechaba que era demasiado izquierdoso”, Nabokov hacía una defensa vehemente del liberalismo ruso de la Revolución de febrero y, en especial, del Partido Constitucional Democrático de Rusia, los llamados kadetes. Agregaba que la ideología de su padre era el “liberalismo clásico de Europa Occidental” y recordaba que en su larga trayectoria como abogado y periodista, en publicaciones como Rech y, luego, Rul, durante el breve exilio alemán, había actuado siempre a favor de los derechos de asociación y expresión, contra la censura y contra el antisemitismo, en ascenso en Rusia y toda Europa a principios del siglo XX.

La carta de Nabokov sobre su padre, en el Sunday Times, en enero del 67, adelanta algunos pasajes de su autobiografía, Habla, memoria, aparecida ese mismo año. En ambos textos reitera Nabokov que el liberalismo de la Revolución de febrero constituyó lo mejor del exilio antibolchevique en Berlín y París. Un exilio que, a su juicio, no se podía confundir con el “monarquismo de los reaccionarios recalcitrantes, los grupos de las Centurias Negras, los incondicionales de nuevos y mejores dictadores, turbios periodistas que afirmaban que el nombre verdadero de Kerenski era Kirschbaum, nazis en ciernes, fascistas auténticos, progromistas y agents-provocateurs”.