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Max Frisch: el regreso de Brecht; por Alejandro Oliveros

Por Alejandro Oliveros | 10 de junio, 2017
De izquierda a derecha

De izquierda a derecha: Max Frisch y Bertolt Brecht

Max Frisch es uno de los dos No-Premios Nóbel suizos; el otro es, como se ha dicho, Friedrich Dürrenmatt. Aunque no es en la actualidad uno de los autores más leídos, la obra de Frisch fue ampliamente difundida durante los 60 del pasado siglo.

Títulos como No soy Stiller, Homo faber, Biografía: un juego o Montauk, donde se extiende sobre una de sus obsesiones, el affaire con Ingeborg Bachmann, fueron traducidas a todos los idiomas. En Madrid, la editorial Aguilar publicó un logrado volumen con buena parte de su producción teatral y algunas de sus memorias, que a él le gustaba llamar Diarios. En alguno de ellos incluye una crónica reveladora de sus relaciones con Bertolt Brecht. De allí son estas líneas:

Quizá se encuentre usted algún día en la interesante situación
de que alguien le hable de su patria y usted le escuche como
si le hablara de una región de África.

El escritor suizo le había referido sus experiencias durante una reciente visita a Alemania. En el capítulo de su iluminado estudio sobre el exilio, En patria ajena, Solanes se detiene a considerar la ambigua, y no pocas veces dolorosa, experiencia del regreso. En agosto de 1948, después de 15 años, Brecht pisó por primera vez tierra alemana; todavía le faltaba un año para que el gran dramaturgo se radicara definitivamente en Berlín-Este, donde residió hasta su muerte en 1956. Su primer comentario, cuando visitó, en compañía de algunos amigos, entre ellos, Frisch, fue: “Aquí el cielo no es distinto”. El segundo, después de contemplar las ruinas de su país natal fue: “Aquí hay que volver a comenzar desde el principio”. En la primera oportunidad, habló el poeta; en la segunda, el ideólogo marxista dispensador de utopías. En todo caso, nunca se volvería a sentir como en los años anteriores al exilio, no importa la consideración que le prodigó la administración comunista y el éxito de su influyente compañía de teatro Berliner Ensemble.

El regreso no es una experiencia especular; al volver ya no somos el mismo que partió. Solanes, al referir la experiencia del “home coming”, la famosa vuelta a la patria, nos recuerda el cuento de Henry James en el cual el protagonista, a su regreso del destierro, visita los lugares de su juventud. Quiere volver a ser quien fue y se persigue a sí mismo en una típica historia de desdoblamiento. El exiliado verdadero, el “clásico”, no el que puede visitar la patria de acuerdo con sus economías, sino al que le está vetado regresar, observa, desde la otra orilla del destierro, cómo el que quedó atrás se va alejando, haciendo posible, como cuenta James, el encuentro.

El yo de nosotros que se queda no envejece, nosotros sí. The Return of the Native, es como se llama la novela de Thomas Hardy, una de las mejores del inglés contemporáneo, donde el héroe creyó regresar al país que dejó atrás, como si el tiempo no hubiera pasado, sólo para encontrar que, aparte del mundo físico, ya nada era igual, con la intuición de que, incluso allí, seguía siendo un extranjero.

También Stefan Zweig, en esa joya de la narrativa en lengua alemana que es Viaje al pasado, describe la dramática experiencia, no de la amada perdida, que es el caso de Los paraguas de Cherburgo, el exquisito film de Jacques Demy, sino del amor desvanecido. En este caso, la tragedia es producida por la “amnesia del cuerpo”. En la ocasión de un reencuentro íntimo, los amantes descubren que, a pesar de la fidelidad mutua y la racionalizaciones, el cuerpo no ha perdonado la prolongada ausencia. Uno de los dos amantes de Zweig ha podido decir en ese momento lo que escribe Solanes al final de su estudio fascinante: “La verdad es que hicimos separadamente uso del tiempo y ahora nuestro pretéritos no concuerdan”.

La ingratitud del retorno, o el desengaño, ya había sido considerado, como todo, por los griegos. En la versión oficial, que es la de Homero, Ulises, después de 20 años, regresa a Itaca y allí se queda hasta que los dioses dispusieron para él un lugar cercano al Olimpo. En la extraoficial, el héroe no permanece demasiado tiempo en la patria tierra y a la mar se hará de nuevo con algunos fieles seguidores. Parece la más lógica, y es la que canta Dante en su Commedia.

¿Qué fue lo que sintió el hijo de Laertes cuando llegó a Itaca? No lo sabemos, pero podemos imaginarlo. Es probable que ante Penélope, Ulises sintiera que sus “pretéritos no concordaban”. Se ha dicho que Brecht, incluso en su jurada fidelidad al régimen comunista de Alemania, nunca dejó de tener a mano su pasaporte estadounidense. El “trauma del regreso” tuvo tan profundos efectos en Brecht que lo llevó a rechazar la sola posibilidad de un regreso, cualquier regreso. Al menos es lo que cuenta Frisch en su memorable crónica sobre el poeta alemán:

“Sigue siendo un misterio el que Brecht dejara ordenado que le amortajaran en un ataúd de acero. ¿De qué le podía proteger el ataúd de acero, de los poderosos? ¿De la resurrección?”.

El que piensa abandonar el país natal durante “tiempo indefinido”, mientras piensa en lo que tiene por delante, no debe olvidar lo que tiene por detrás.

Alejandro Oliveros Alejandro Oliveros, poeta y ensayista, nació en Valencia el 1 de marzo de 1948. Fundó y dirigió la revista Poesía, editada por la Universidad de Carabobo. Ha publicado diez poemarios entre los que figuran El sonido de la casa (1983) y Poemas del cuerpo y otros (2005). Entre sus libros de ensayos destacan La mirada del desengaño (1992) y Poetas de la Tierra Baldía (2000).

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