Blog de Javier Cercas

Los caballeros, el decano y las humanidades; por Javier Cercas

La enseñanza de las humanidades es fundamental porque la democracia consiste en conseguir para la plebe los privilegios reservados a la élite.

Por Javier Cercas | 26 de febrero, 2017
Monumento a Cervantes (1929), en la Plaza de España, Madrid.

Monumento a Cervantes (1929). Plaza de España, Madrid.

A veces he preguntado por qué resulta tan difícil en España el debate de ideas —la discusión pública, educada y razonada—, y casi siempre me he contestado que por nuestra suntuosa tradición de intolerancia, responsable de que casi siempre la discrepancia intelectual se confunda con la agresión personal y de que, en consecuencia, para nosotros el auténtico debate intelectual consista en arrearle un sartenazo al discrepante o, en su defecto, en cortarle los testículos: todo lo demás es cosa de nenazas. Últimamente, sin embargo, me digo que quizá haya una explicación complementaria. Desde principios del siglo XVII, justo cuando la intolerancia empieza a asfixiarnos, somos un país de pobres, y el resultado de esta desgracia es que España, que había sido un país de caballeros, se convierte en un país de pícaros. Ahora bien, el pícaro ni puede ni quiere debatir sobre ideas: a él no le interesa la verdad o la falsedad, la justicia o la injusticia; lo único que le interesa es la propia supervivencia: al pícaro, colocar la verdad o la justicia por encima de su beneficio personal le parece ridículo. Esto explica que Don Quijote fuera un loco de remate, objeto de pitorreo general: es el último caballero español. Desde entonces domina en España la moral del pícaro, y la prueba es que quien triunfa en la literatura española no es el talante caballeresco de Cervantes, sino el picaresco de Quevedo; desde entonces todos o casi todos —y sobre todo los supuestos caballeros— somos unos pícaros redomados; desde entonces aquí no se debate ni se discrepa, al menos en público: se arrean sartenazos o se cortan testículos, y se sale corriendo con el botín. Todo lo demás es cosa de nenazas.

Pero por una vez, y sin que sirva de precedente, hagamos como si fuésemos caballeros. Hace un tiempo se publicó en este periódico un artículo titulado Cómo no defender las humanidades; lo firmaba Jesús Zamora Bonilla, decano de Filosofía de la UNED, y en él se trataban de desenmascarar algunas formas equivocadas de abogar por la enseñanza de las humanidades en esta época de desprestigio de las humanidades. El propósito es loable, y algunos de los argumentos del decano son acertados; los dos fundamentales, en cambio, me parecen erróneos. El primero afirma que hay que desechar la idea de que las humanidades contribuyen “a nuestra realización como personas”, porque en realidad no son más que una suerte de entretenimiento superior que no hace que quienes lo cultivan sean “ni un poquitín menos imbéciles” que quienes no lo cultivan. Pero si las humanidades son sólo un pasatiempo, me pregunto, si, aparte de para entretener, no sirven para llevar una vida más rica, más compleja y más intensa, ¿para qué demonios necesitamos las humanidades? Por lo demás, no sé si leer a Cervantes, a Dostoievski y a Kafka ha contribuido a mi realización como persona, pero estoy absolutamente seguro de que ha hecho que yo sea muchísimo menos tonto de lo que soy, y mi vida, mucho menos pobre, pálida y plana. El segundo argumento del decano sostiene que la formación humanística no es fundamental en una democracia, y se pregunta cómo podría serlo algo que históricamente ha sido “más bien un instrumento para la diferenciación social de las élites económicas (…), un privilegio de caballeros y una garantía de que esos mismos caballeros iban a ser los que tuvieran la sartén por el mango”. La respuesta al interrogante salta a la vista: esa formación es fundamental porque la democracia consiste precisamente en dotar a todos de los derechos que antes eran sólo de unos pocos, en conseguir para la plebe los privilegios reservados a la élite, en hacer amos de los esclavos y ciudadanos de los súbditos; en definitiva: consiste en convertir a los pícaros en caballeros capaces de coger la sartén por el mango y de ocuparse de debatir con libertad sobre todo y no sólo de su mera supervivencia.

Es verdad: hay malas razones para defender las humanidades; pero no son las que señala el decano Zamora Bonilla. Éste anuncia otro artículo donde, dice, olvidará las malas razones y explicará las buenas. Estaremos atentos: las necesitamos con urgencia.

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Javier Cercas 

Comentarios (5)

Jesus Zamora Bonilla
26 de febrero, 2017

Gracias por publicar el artículo de Cercas en este medio, que permite hacer comentarios, y por supuesto, gracias a Javier por su artículo en respuesta al mío. Aprovecho para señalar sólo un par de cosas, a la espera de tener una segunda parte bien elaborada de mi artículo sobre “Cómo no defender las humanidades” (envié una tentativa a El País, pero no han considerado oportuno publicarlo por exceso de originales): En primer lugar, mi artículo no afirmaba que las humanidades sean nada más que una especie de pasatiempo. Sólo decía que enseñar un poquito de humanidades a los jóvenes no garantiza que vayan a “realizarse como personas”, ni es tampoco algo imprescindible para que lo hagan: algunos lo harán gracias a las humanidades, otros muchos sin necesidad de ellas, y otros muchos a pesar de haberse aburrido como una ostra en clases de historia, filosofía, literatura, etc. Por supuesto, unas pocas personas tenemos la suerte de haber enriquecido nuestra vida gracias a esas cosas…

Jesus Zamora Bonilla
26 de febrero, 2017

(sigo) … pero en comparación con los millones de personas que han pasado por las aulas de colegios e institutos, los afortunados somos muy poquitos. En segundo lugar, mi artículo tampoco negaba que hubiese ninguna relación causal entre la enseñanza de las humanidades y la democracia. Sólo negaba que la relación fuese en una dirección en concreto: que enseñar muchas humanidades a todo el mundo tenga necesariamente como efecto que la democracia vaya a funcionar mejor. Yo creo que la relación causal (o instrumental) es más bien la inversa: no es que necesitemos enseñar mucha literatura, historia o filosofía a todos los chavales para que la democracia funcione bien, sino que más bien necesitamos que haya democracia para que las humanidades dejen de ser un coto cerrado a una élite, y así, sean cuales sean los beneficios que estudiar humanidades pueda reportar, esos beneficios estén distribuidos entre toda la población, o al menos, estén distribuidos con independencia del estatus social.

maralva
26 de febrero, 2017

Excelente

Olmar Centeno
26 de febrero, 2017

Me temo que con las humanidades pasa lo mismo que con las matemáticas o la química. Hay estudiantes para quienes las humanidades son un fastidio, algo de un aburrimiento insoportable. Y otros para los cuales las matemáticas son y permanecerán siendo un enigma, algo ininteligible. Los primeros, al salir del liceo o de la universidad, jamás volverán a leer nada mas denso que el periódico. Para los otros, se les abre la puerta a un mundo insospechado.

Noris
27 de febrero, 2017

Q privilegio, leer a Cercas y tener una página como Prodavinci. Ratifica la importancia de las humanidades, de las letras.

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