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“Los apuntes de Malte Laurids Brigge” de Rainer Maria Rilke; por Patricio Pron

Por Patricio Pron | 27 de junio, 2016
Los apuntes de Malte Laurids Brigge de Rainer Maria Rilke; por Patricio Pron 640

Rainer Maria Rilke. Fotografía de Imagno/Getty Images.

“Desperdicios, mondaduras de hombres que el destino ha escupido”, define Rilke a los mendigos que su personaje ve en las calles de París. En ellas, dice, todo sucede rápidamente, en un vértigo carente de sentido en el que no sólo se fragmentan los rostros y los discursos, sino también la conciencia del sujeto que las observa: “es como si la imagen de esta casa me hubiera caído encima desde una altura interminable, me hubiera atravesado y se hubiera roto en pedazos en lo más hondo de mi ser”; pero no es sólo la casa la que yace rota.

Los apuntes de Malte Laurids Brigge fue escrito entre 1904 y 1910 y constituye uno de los textos seminales del tipo de experiencia moderna asociada al crecimiento urbano, la innovación técnica y la proliferación de estímulos no sólo visuales que Walter Benjamin conjuró en su Libro de los pasajes. Estos apuntes narran la fragmentación del paisaje urbano en la percepción de quien lo recorre, la adhesión a una lógica industrial de las experiencias vitales (“Este magnífico hotel es muy antiguo, ya en la época del rey Clodoveo se moría en algunos lechos. Hoy día se muere en un total de 559 camas. En serie, por supuesto. […] Lo que cuenta es la cantidad”), la disolución del vínculo entre medios y fines, la aceleración (“¿Es posible que haya dispuesto de siglos para observar, reflexionar y escribir, y que haya dejado pasar esos siglos como si fueran la pausa del recreo?”, se pregunta el narrador), la deshumanización de personajes que a veces son sólo una voz, un rostro, una sombra; la fragmentación, en fin, de una conciencia que, incapacitada de absorber los estímulos contradictorios que constituyen su percepción de la ciudad, se refugia en el recuerdo de la infancia y de un amor.

Una parte considerable de la literatura moderna en su primer momento consiste en los intentos de restitución de un sentido a una experiencia que carece de él (el segundo momento de esa restitución es, se sabe, el que tiene lugar tras la debacle de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto): Rilke participa de él, pero lo hace poniendo de manifiesto de manera temprana que no hay lugar al que regresar, ni siquiera un pasado fantasmal (en el sentido de que es una figuración, pero también en el de que está repleto de fantasmas, casi siempre familiares) que ya se ha fragmentado también. En un pasaje de estos apuntes (traducidos con su solvencia habitual y magníficamente prologados por Juan de Sola) se dice: “Más tarde he comprendido que en el rostro de la señorita Brahe existían en verdad todos los detalles que definían los rasgos de mi madre; sólo que estaban desmembrados, como si un rostro extraño se hubiera entrometido, torcidos, sin ningún vínculo que los uniera” (54).

La vigencia, la novedad radical de la obra de Rilke a algo más de cien años de su publicación, está precisamente en el hecho de que todavía seguimos tratando de restituir un sentido a la experiencia, en medio de las otras muchas batallas de todos los días; sólo que el espejo se ha roto más todavía si cabe y resulta imposible reunir los pedazos: tan sólo se puede contarlo, pero en ese consuelo hay también una resolución.

Rainer Maria Rilke
Los apuntes de Malte Laurids Brigge
Intr. y Trad. Juan de Sola
Barcelona: Alba, 2016

Patricio Pron 

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