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Lo que a los demócratas nos cuesta aprender; por Wolfgang Gil Lugo

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Cantinflas en Si yo fuera diputado (1952), de Miguel M. Delgado

“Cuando la barbarie triunfa no es gracias a la fuerza de los bárbaros sino a la capitulación de los civilizados”

Antonio Muñoz Molina

Hay una importante nota hermenéutica en la República de Platón. Es una de esas tantas claves que nos cifra el filósofo para que esforcemos el intelecto. Podría decirse que es un guiño. Al comienzo de la obra sitúa la discusión sobre la justicia en la casa de Céfalo, la cual estaba ubicada en el Pireo, el puerto de Atenas. Sócrates comienza a discutir el tema con el propio dueño de la casa, Céfalo, un anciano piadoso pero reacio a someter sus convicciones al microscopio filosófico. Luego continúa con su hijo, Polemarco, un joven entusiasmado por las enseñanzas de los sofistas. Platón describe la placidez de la vida de Céfalo y sus familiares extranjeros, ricos en Atenas, pero los lectores de su época saben de la caída de dicha casa por los avatares de la política. Todos los miembros de la familia sufrieron muertes y persecuciones.

El filósofo refiere a la inconstancia de la fortuna, especialmente la basada en los bienes materiales. Si uno pensase en un título para el libro primero de República, podría tomar prestado el del ensayo de Antonio Muñoz Molina: Todo lo solido se disuelve, en el que el autor nacido en Andalucía alerta sobre la inconsistencia de lo que damos por sentado a nivel político, especialmente de la solidez de la democracia.

Muñoz Molina alerta que no podemos basar la democracia en algo tan inestable como el bienestar económico; especialmente cuando dicho bienestar se debe a condiciones fortuitas. Además, hace énfasis en que la tal fortuna puede anestesiar la conciencia y la moral pública.

Todo lo que era solido se disuelve es propiamente un ensayo, es decir, la forma literaria que privilegia la experiencia personal y las convicciones sobre las evidencias y los argumentos. Ello no significa que sea menos desde el punto de vista cognitivo, sino que aborda la realidad desde la subjetividad. Es una forma de acceder a la aprensión del sentido de una situación histórica. Con este trabajo, Antonio Muñoz Molina contribuye con una reflexión profunda acerca de los avatares de la democracia de los últimos tiempos.

La democracia es antinatural

Nuestro autor hace énfasis en que la educación democrática es algo antinatural, pues lo natural es que unos manden y otros obedezcan. Los prejuicios son más naturales que una visión desprejuiciada. Respecto a España, nos dice.

“En treinta y tantos años de democracia y después de casi cuarenta de dictadura no se ha hecho ninguna pedagogía democrática. La democracia tiene que ser enseñada, porque no es natural, porque va en contra de inclinaciones muy arraigadas en los seres humanos” (p. 42).

Argumenta ese carácter antinatural bajo los siguientes argumentos:

1. Lo natural no es la igualdad sino el dominio de los fuertes sobre los débiles.

2. Lo natural es el clan familiar y la tribu, los lazos de sangre, el recelo hacia los forasteros, el apego a lo conocido, el rechazo de quien habla otra lengua o tiene otro color de pelo o de piel.

3. La tendencia infantil y adolescente a poner las propias apetencias por encima de todo, sin reparar en las consecuencias que pueden tener para los otros, es tan poderosa que hacen falta muchos años de constante educación para corregirla.

4. Lo natural es exigir límites a los demás y no aceptarlos en uno mismo. Creerse uno el centro del mundo es tan natural como creer que la Tierra ocupa el centro del universo y que el Sol gira alrededor de ella.

5. El prejuicio es mucho más natural que la vocación sincera de saber.

6. Lo natural es la barbarie, no la civilización. El grito o el puñetazo y no el argumento persuasivo, la fruición inmediata, y no el empeño a largo plazo.

7. Lo natural es que haya señores y súbditos, no ciudadanos que delegan en otros, temporalmente y bajo estrictas condiciones, el ejercicio de la soberanía y la administración del bien común.

8. Lo natural es la ignorancia: no hay aprendizaje que no requiera un esfuerzo y que no tarde en dar fruto.

Lo que Muñoz Molina supone como natural es lo que podríamos llamar el aspecto existencial del ser humano. La educación cívica democrática debe apuntar hacia otro concepto de naturaleza, la esencia humana. Aunque no lo expresa de forma explícita, lo supone. No se queda atrapado en la visión pesimista. Al igual que Platón, cree que hay salida mediante la educación. Solo con ella se puede evitar la catástrofe política. Sus advertencias tienen algo de sabor platónico.

“Y si la democracia no se enseña con paciencia y dedicación y no se aprende en la práctica cotidiana, sus grandes principios quedan en el vacío o sirven como pantalla a la corrupción y a la demagogia” (p. 42).

La democracia como fantasía

Platón nos advierte de los sueños ideológicos que nos hacen estar ética y políticamente dormidos aunque estemos despiertos desde el punto de vida fisiológico.

Algo similar encontramos en Muñoz Molina, quien hace una analogía entre la anestesia de la conciencia nacional, como la que vivió España antes de la explosión de la burbuja inmobiliaria, y el vivir en el mundo de fantasías de los nobles del Quijote.

“Para entender lo que ha pasado todos estos años en España hay que leer algunos de los pocos informes internacionales que avisaban sobre la posibilidad del desastre pero sobre todo hay que leer a Cervantes, que tenía una conciencia política tan aguda, y que con su serena ironía caló mucho más hondo que Quevedo con todas sus interjecciones y retruécanos. Hay que leer los capítulos de la segunda parte del Quijote que transcurren en el palacio de los duques, y sobre todo uno de los entremeses, el de El retablo de las maravillas” (p. 54).

Cuando se viven momentos de bonanza económica, sufrimos del espejismo de creer que la democracia es un sistema que funciona solo. Nuestras alarmas morales se amortiguan hasta que oímos sus avisos. Hasta que el sueño agradable se convierte en pesadilla.

El caudillismo y el clientelismo

Los políticos profesionales tienden a pensar más en el interés personal y menos en el interés público. Una de las tácticas más usuales es convertirse en líderes que produzcan empatía con el electorado para que este sienta que es uno de los suyos. La idea es aprovechar el aspecto gregario de las comunidades, su identidad y su espíritu de cuerpo hasta confundirse con ella. Lograr un grado tal de identificación hasta conseguir la disonancia cognoscitiva, es decir, que las emociones impidan ver la realidad.

“Cuantas más personas dependan directamente para su subsistencia del favor político con más votos seguros se podrá contar. La adhesión primitiva a un caudillo cercano al que se conoce y se entiende porque habla como nosotros se fortalece cuando por culpa de leyes forasteras y de un sistema judicial impersonal y por lo tanto sospechoso ese mismo caudillo que daba tanto trabajo y se preocupaba tanto por el pueblo se ve acusado en los tribunales. Porque es de nuestro partido no es posible que sea culpable: siempre son los otros los que roban. Porque le tienen envidia, porque no perdonan su éxito, porque nos odian, porque se entrometen sin ningún derecho en nuestros asuntos, porque no les gusta como somos, porque no son de aquí y no pueden entendernos, porque se fueron de aquí y perdieron su identidad. Siempre llega el momento oportuno de cosechar los beneficios de queja, el resentimiento y el agravio que se han sembrado a lo largo de los años” P. 41.

Diagnóstico de la democracia española

Entre los factores de la crisis española, lo primero que hace el autor es arremeter contra el nacionalismo y la exaltación de sus mitologías supersticiosas. Tales mitologías en sus versiones separatistas se han fundado en una distorsión del pasado simbólico con el resultado de una visión ideologizada del presente. La consecuencia política es que la persona se convierte en súbdito de un pasado mitológico y no en ciudadano de una democracia pluralista.

Un segundo factor en la crisis española ha sido el derroche irresponsable que permitieron los políticos. El autor utiliza el cervantino Retablo de las Maravillas para entender la España anestesiada por el dinero que llegaba a raudales a sus arcas.

Además de la culpa de los políticos, está la irresponsabilidad colectiva, la cual se debe a la ausencia de cultura democrática. Escribe: “éramos antifranquistas, pero no demócratas. Reconoce que eso tiene su origen en la “falta de una pedagogía adecuada después de largos años de dictadura. Y es que “cuando la barbarie triunfa no es gracias a la fuerza de los bárbaros sino a la capitulación de los civilizados”.

La consecuencia es que la sociedad ha sufrido de polarización y sectarismo, acostumbrada a la agresión verbal, al desprecio del otro, incapaz de cuestionar los prejuicios del rebaño al que pertenece. Esa actitud lleva en mantener las opiniones grupales por encima de la evidencia y de los razonamientos. Ello explica la ceguera política que impidió ver el avance del tsunami de la burbuja inmobiliaria, “una estafa y una alucinación colectiva”. Antes había dinero y no importaba nada; ahora no lo hay e importa todo. “Ha terminado el simulacro”.

La esperanza está en la cordura

Aunque el texto trata del pasado, y éste no sea muy lejano, tiene una vocación de presente y, sobre todo, de futuro. Su propósito confeso es conmover las mentes de los jóvenes. Por eso, en las primeras páginas, comienza describir la España indignada de mayo del 2011. Un país que comenzó a despertar del frenesí de la bonanza económica artificial. Muñoz Molina achaca el descalabro a una clase política, tanto de izquierda como de derecha, que fue muy imprudente y que cometió dos grandes pecados: el nacionalismo y el sectarismo político.

Muñoz Molina no se deja atrapar por el determinismo ni por el pesimismo. Afirma que no hay que resignarse a la “normalidad de lo monstruoso”. La sociedad tiene la posibilidad de tomar el destino en sus manos. Tampoco se deja seducir por el voluntarismo de los indignados. Toma partido por la cordura y la rebelión no-violenta. Es lo que parece sugerir su afirmación de que hace falta una “serena rebelión cívica” que se asemeje al “movimiento americano por los derechos civiles”.