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Las medidas económicas y esa grosería que empieza por “p”; por Juan Nagel

Las medidas económicas y esa grosería que empieza por p; por Juan Nagel 640

Rápido, ¿qué grosería se le ocurre que comience con “p”?

Si es como yo, la primera que le vino a la mente es: privatización.

Por alguna razón, la privatización se ha vuelto un tema tabú en nuestra esfera pública. En vez de ser lo que es – un instrumento de política perfectamente legítimo y útil en muchas circunstancias – la privatización se ha vuelto eso que nadie osa mencionar en público.

Esto me lo recordó el documento de propuestas económicas al gobierno que está circulando por Internet. El mismo, suscrito por sesenta colegas a quienes guardo en la más alta estima, incluye varias propuestas razonables, pero curiosamente omite la mala palabra, esa que empieza por “p.”

Cuando una familia entra en crisis financiera y no puede pagar sus cuentas, lo primero que hace es pensar en qué cosas puede vender. Cierto, también piensa en cómo pedir “fiao,” pero lo racional es considerar cómo liquidar algunos activos para sobrevivir. ¿Por qué no aplicar esta sencilla idea a nuestro quebrado sector público?

Venezuela necesita un programa razonable de privatizaciones. Ya el país no puede seguir costeando a empresas públicas ineficientes. Las pocas empresas públicas que dan utilidades no invierten lo que deben, y los que terminan sufriendo son los ciudadanos venezolanos y, por sobre todo, sus perspectivas de desarrollo futuro. La privatización es una forma rápida de acceder a recursos muy escasos, y cumple un papel fundamental en las mejoras de la productividad, único pilar de desarrollo sostenido que la ciencia económica moderna reconoce.

No hablemos ya de las tierras estatizadas ni de empresas clave como Agroisleña, cuyo evidente colapso sobrevino – oh casualidad – luego de que el Estado se la cogiera para sí. Hablemos de los múltiples bancos, medios de comunicación, hoteles, y otras empresas que han resultado ser inviables.

En Venezuela hay que privatizar las empresas de servicios petroleros. Sólo así se podrán reactivar zonas clave como la Costa Oriental del Lago, y sólo así se podrá incrementar la productividad de nuestros trabajadores.

En Venezuela hay que privatizar una parte importante de la infraestructura pública. Las autopistas, puertos, y aeropuertos que nuestro país necesita – para mejorar la calidad de vida de las personas, para llevar productos a los mercados, para importar productos que terminen en nuestros anaqueles, para desarrollar industrias claves como el turismo – no van a ser construidos por un Estado en bancarrota.

Muchos países de nuestro continente se han embarcado con éxito en este camino, pero en Venezuela la mera mención de permitir la participación privada en nuestra infraestructura causa soponcios en ciertos círculos, incluso entre los mismos economistas. Ya basta.

En Venezuela hay que privatizar a la industria petroquímica. Si bien la privatización de la industria petrolera es simplemente impensable, ¿por qué nadie promueve un sector petroquímico robusto? ¿Qué impide que el talento nacional, unido al capital nacional e internacional, se embarque en un proyecto a gran escala de manufactura de productos derivados del petróleo?

El chavismo lleva meses coqueteando con la privatización de nuestros activos petroquímicos más importantes (Citgo). El propio Hugo Chávez se asoció con Petrobras, una empresa semi-privada, para construir una refinería en Pernambuco, uno de sus múltiples proyectos faraónicos que nunca se materializó. Pero al parecer nosotros, los de este lado de la acera, somos demasiado tímidos para siquiera mencionar la idea.

Esta idea genera muchos anticuerpos, pero hay que superar ese trauma. ¿Acaso un Estado quebrado e ineficiente va a darle a la CVG los recursos que necesita? ¿Acaso el Estado ha logrado solucionar los problemas serios de agua potable, de nuestro lentísimo Internet, o de los apagones que frenan el desarrollo? Con la crisis fiscal que tenemos, ¿de dónde van a sacar Corpoelec o CANTV los recursos necesarios para invertir en una infraestructura de calidad?

El por qué la privatización es un tabú probablemente responde a los veinticinco años continuos de ataques injustos que ha recibido. Desde que se comenzó a privatizar a fines de los años 80, la idea de sacar al Estado de actividades que no le incumben ha generado virulentas acciones por parte de actores políticos, tanto del chavismo como de la oposición.

La razón principal radica en que las empresas estatales son un instrumento fácil de fomento del “pónganme-donde-hay.” Lo que más disgusta a nuestros políticos clientelares es que se les limite la capacidad de colocar a “compañeritos” o “camaradas” en lugares donde puedan disfrutar de una cómoda vida a costillas del erario público. SI bien en teoría una empresa estatal podría ser viable, nuestra praxis criolla nos indica claramente que creer eso es alimentarse de ilusiones.

Como mencioné anteriormente, las sugerencias de mis colegas son razonables, pero se quedan cortas. Pretender que un Estado carente de recursos y sin la más mínima filosofía gerencial pueda proveer de los bienes y servicios actualmente bajo su mando de forma eficiente es vivir en un mundo de fantasía.

Sin un programa de privatizaciones abierto, transparente, y libre de ideologías, no habrá un cambio sustancial en la economía venezolana. Es hora de desmitificar el tema, y comenzar a sacar a la palabra del exilio inmerecido al que se le ha enviado.