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La voz de Orwell; por Diego Salazar

Orwell es el único ensayista que habla en mi cabeza con voz absolutamente propia. Una voz nítida y sonora, una voz casi real, que consigue apartarse de la voz metafórica a la que nos referimos cuando hablamos de la prosa de un autor. Como si en lugar de estar leyendo y procesando palabras negro sobre blanco estuviera escuchándolas a unos pocos metros de distancia.

Una voz que no es igual a ninguna otra, de la misma forma que la voz de mi esposa, mi padre o alguno de mis amigos más cercanos no es igual a ninguna otra voz cuando mi oído las reconoce en medio de un salón. Con la diferencia de que se trata de una voz que, en realidad, jamás he escuchado. Una voz de la que no existe registro alguno y que se apagó en 1950, un año antes de que naciera mi padre, treinta y un años antes de que naciera yo.

La única pieza audiovisual que existe de Orwell es esta:

Unos pocos segundos que muestran a Eric Arthur Blair (el verdadero nombre del autor) con 18 años, caminando junto un grupo de compañeros en Eton College. Blair es el cuarto de la izquierda.

Pese a que sabemos bastante sobre el proceso que nos permite entender lo que leemos, hasta donde sé todavía no conocemos la fisiología del cerebro al punto de comprender la manera exacta en que transformamos las palabras que leemos en discurso que fluye y resuena en nuestra mente. Sabemos lo que ocurre, pero no sabemos con certeza cómo ocurre.

No sé qué daría por entender qué hace posible que las palabras escritas a mano o a máquina por un oficial inglés de la Policía Imperial India durante la primera mitad del siglo XX retumben en mi cabeza con la misma claridad que las pronunciadas a mi lado, en vivo y en directo, por algunas de las personas que más quiero.

¿Qué hay ahí? ¿Cuál es el mecanismo? ¿Por qué Orwell y no el resto de autores por los que siento similar admiración? ¿De qué manera particular están organizadas en su prosa las mismas palabras que usa cualquier persona que escribe en inglés contemporáneo para conseguir ese efecto? ¿Me ocurre solo a mí o también a todos esos otros escritores que han dado testimonio de su devoción por él?

¿Qué hay en la prosa de este hombre que “como señaló Lionel Thrilling, no era un genio; no era un tipo misterioso; cumplió servicio en Burma; lavó platos en un hotel parisino, y luchó durante unos pocos meses en España, pese a lo cual no tuvo una vida aventurera; que pasó la mayor parte de su vida en Londres y reseñó libros” (en palabras del escritor Keith Gessen)?

¿Escuchan esos autores o ustedes también su voz, pero no en sentido metafórico, sino una voz real, distinta, única, inconfundible, cuando leen Propaganda and Demotic SpeechNo, Not One o Politics and the English Language?

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El libro de Hitchens sobre Orwell

Quizá a eso se refería Christopher Hitchens cuando escribió en su libro sobre el autor de Homage to CataloniaWhy Orwell Matters (Basic Books, 2002), que pese a no contar con registros grabados de la voz de Orwell, “en realidad sí tenemos su voz, y no parece que hayamos llegado al punto en que podamos decir que no sigamos necesitándola” (la cursiva es mía).

En otro momento del libro (hay traducción al castellano reciente de la editorial Página Indómita y una anterior, de 2003, publicada por Emecé bajo el título La victoria de Orwell), en las páginas finales, Hitchens dice (las negritas y cursivas son mías):

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Aquí pueden ver una conferencia de Hitchens basada en Why Orwell Matters:

Es al estilo, a ese “compromiso con el lenguaje”, al que podemos atribuir el poder evocador de la prosa de Orwell. Ningún otro autor que conozco encarna con tanta exactitud estas palabras de la ensayista y poeta Emily Hiestand, escritas en un pequeño ensayo titulado precisamente On Style:

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No sé cómo funciona dentro de nuestro cerebro, pero créanme que, al menos en el caso de Orwell, funciona.

Si no pongo aquí ejemplos de su escritura es porque, pese a que debe tratarse de uno de los autores más citados del siglo XX, la prosa en los ensayos de Orwell trabaja construyendo sentido poco a poco, paso a paso, sin apurarse ni mostrar las ideas de golpe. Uno puede entresacar frases citables de cada página, pero el verdadero valor de su prosa no se encuentra en su efectismo o espectacularidad sino en la manera en que van abriéndose camino las ideas -palabra a palabra, oración a oración, párrafo a párrafo-, luego de una ardua discusión consigo mismo.

Como escribió Hitchens, “Orwell es un escritor que está permanentemente midiéndose la temperatura. Si el termómetro indica que se encuentra demasiado alta o demasiado baja, toma las medidas necesarias para corregirse”. Y esto ocurre, casi siempre, en el mismo texto.

Ahí radica el poder de la prosa de Orwell. En la manera en que duda, en que va ensayando preguntas y respuestas, a veces erradas o incompletas, para luego rectificar o salir reforzado párrafos más adelante.

Leer al Orwell ensayista es asistir a un partido de tenis o combate de box donde el autor se enfrenta a sus propias ideas, que va descartando, refinando y ajustando, como quien devuelve una pelota con un passing shot o se cubre ante un swing y responde con un hook. Una y otra vez. Hasta quedar rendido o satisfecho.

Uno de los tomos editados por Packer

Uno de los tomos editados por Packer

Quien sale ganando siempre es el estilo porque, en palabras de George Packer -otro orwelliano confeso, editor de dos volúmenes compilatorios de sus ensayos-, “Orwell mostró que el duelo realmente absorbente es el que tiene uno consigo mismo”. La magia del estilo de Orwell -lo que nos absorbe- es que, mientras leemos, asistimos en primera a fila a la discusión que el autor está teniendo con sus propias ideas. Y eso, cuando por lo general hasta el más mediocre de los ensayistas suele escribir convencido de su opinión incluso antes de empezar a teclear, le confiere a su prosa un carácter único y revelador.

La gran lección de Orwell y su estilo es que, a diferencia de lo que muchos creen, escribir ensayos no es una manera de dar sermones desde el púlpito de un teclado. Escribir ensayos es un método de descubrimiento en el que, para tener éxito, hay que empezar por cuestionar las verdades asumidas e ideas propias. Ojalá con una pizca de la lucidez y honestidad que Orwell puso en cada uno de los suyos.

 

Pd: Si pueden, léanlo en inglés. Nada es comparable a leer las palabras que el autor mismo escribió. Si no, hasta donde he podido revisar, las recientes traducciones realizadas por Debate en España son estupendas.

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Este texto fue publicado originalmente en el blog No hemos entendido nadaHaga click aquí para ver el artículo original.