Literatura

“La tarea del escritor es obedecer a sus obsesiones”. Entrevista a Miguel Hidalgo Prince, por Gabriel Payares

Por Gabriel Payares | 9 de junio, 2014

“La tarea del escritor es obedecer a sus obsesiones”. Entrevista a Miguel Hidalgo Prince, por Gabriel Payares Miguel Hidalgo Prince © Jaime Ballestas

Miguel Hidalgo Prince (Caracas, 1984) es Licenciado en Letras (UCV) y forma parte de la más reciente camada de escritores jóvenes venezolanos que, gozando de mucha figuración en certámenes literarios (Miguel ha sido finalista en reiteradas ocasiones de concursos para autores jóvenes, además de ser recientemente premiado en la II Bienal Literaria Julián Padrón), en grupos literarios y en las muchas antologías de voces jóvenes que han aparecido en los últimos años, han motivado a los críticos más entusiastas a augurar un futuro brillante en el ámbito de nuestra narrativa. Quien otrora fuera, según palabras de Carlos Sandoval, “un mítico escritor sin libro”, debutó en 2011 con Todas las batallas perdidas (Bid&co.), una compilación de nueve relatos signados por sobriedad narrativa, estilo a ratos telegrámico y mucha soltura en el relatar. Una voz tal vez hermanada, en muchos sentidos, con lo que se ha denominado en ciertos circuitos literarios como la Nueva Narrativa Urbana, pero que entraña desde sus primeras líneas el germen de una exploración individual, íntima y sosegada.

Miguel, el carácter más obvio de tu libro lo constituye el tono letárgico del narrador en la mayoría de los relatos —”Restos de una generación inmunda” es, en ese sentido, una excepción— y su vínculo con una sensación de derrota, “…de cansancio y de conformismo” como se dice en “Antenas” (p. 102). ¿Crees que exista un tono similar en nuestra generación? ¿Crees que los nacidos en los 80 pertenezcamos a una “generación inmunda”?

No, somos muchas cosas. Creo que toda generación arrastra más o menos balanceadamente miserias y virtudes que ha heredado. Nací en 1984 y se puede decir que comencé a vivir realmente ya en la recta final de los 90 y principios del milenio, aunque eso no me da licencia para sentenciar el tono de una generación como la nuestra. Esos 80 que aparecen en el cuento que mencionas no son míos. Vienen de lo que me contó hace un montón de tiempo un colega de una de mis hermanas. Ella es bailarina y solía llevarme a funciones de teatro y danza en el Rajatabla y el Ateneo cuando yo era un niño. Lo que me contó este tipo era escabroso, y sintetizaba la idea de que esa década fue muy intensa. Dicen “años 80” y todos piensan a rasgos generales en la estética, la música y la moda, pero hubo mucho más. Siempre lo hay, supongo. Por eso también la verborrea de esa voz que narra, que es la voz de un testigo.

¿Crees que la tarea del escritor sea justamente la del testigo de sus tiempos? ¿Piensas, como Bukowski —un autor de quien te has admitido lector—, que eres “fotógrafo de la vida, no un activista”? Te lo pregunto porque parece haber cierto interés en tu libro por distinguir entre experiencia y escritura.

La tarea del escritor es obedecer a sus obsesiones. Encontrar historias y trabajar duro para armar una buena bomba de tiempo con ellas. El de testigo es el rol que se asume en este oficio, aunque no necesariamente con tamaña responsabilidad a cuestas. Eres testigo de lo que te pasa, de lo que te cuentan, de lo que se te atraviesa en el camino, de lo que sueñas e imaginas, y sobre todo de lo que buscas, sacrificas, pierdes, amas y detestas. En fin, de tu pequeño y solitario mundo. Digamos que la experiencia es eso. La escritura, en cambio, la veo como una interpretación de la experiencia. En ese proceso ocurre la ficción. Y ya esto está dicho y redicho: en la ficción todo es mentira, pero la ficción es la verdad.

De hecho, en “La isla de Xisca” el narrador dice que es más fácil escribir sobre cosas que ha vivido, pues “La escritura se vuelve experiencia. O la experiencia se vuelve escritura. Uno puede escribir con más sinceridad, por decirlo de algún modo” (p. 60). ¿Cómo entiendes esa “sinceridad”? ¿Tiene que ver, a tu juicio, con lo que Carlos Sandoval resalta en su epílogo sobre tu trabajo, la “honestidad  literaria”? ¿En qué podría radicar ese compromiso con la “verdad” de la obra?

Sin compromisos, compañero. Es algo más bien tácito, creo yo. Eso es algo que dice el narrador del cuento respecto a lo que implica escribir. Él está escribiendo un relato y al mismo tiempo está contando que está escribiendo ese relato. Entonces se confunde la realidad con la ficción, aunque él cree tener bastante claro que son dos cosas distintas. Por ejemplo, no sé si te han preguntado si lo que escribiste te pasó de verdad o si se trata de alguien que conoces. Al final eso da igual. Lo único que importa son las imágenes que pones con palabras en los ojos de los demás. Ahí está toda la “verdad” y  “sinceridad” que uno ofrece. Tienes que escribir para que se lo crean todo, para que crean y duden. A lo mejor ese compromiso está alojado ahí. En el tráfico entre ficción y realidad.

En una entrevista reciente con El Universal, te confesabas seguidor del “realismo sucio” norteamericano y mencionabas a autores como Raymond Carver. Creo que la impronta de ese estilo, que predomina las frases cortas y el lenguaje magro, puede observarse efectivamente en tu libro, así como en los de otros autores venezolanos contemporáneos. Pienso en el Oscar Marcano de Sólo quiero que amanezca (Seix Barral, 2002), por ejemplo. ¿Te sientes cercano a sus obras, en ese sentido? ¿Con qué otros autores locales hace tribu literaria tu escritura?

Sí, me agarré como pude de esa estética de expresividad suprimida. El libro de Marcano fue muy importante en ese sentido. Lo releí hasta el hartazgo por varias razones. Creo que me ayudó para comenzar a trazar rutas de vuelo e ir en busca de algo más mío, una voz más propia. También sigo lo que hacen Roberto Martínez Bachrich, Lucas García París, Carlos Ávila, Mario Morenza, Enza García Arreaza, Hensli Rahn, Salvador Fleján, Keila Vall, Eduardo Cobos y Fernando Cifuentes, entre otros. Una larga fila de hombres (Monte Ávila Editores, 2005), el primer libro de Rodrigo Blanco, también me dio muchas luces narrativas. De afuera siempre tendré a Rubem Fonseca y a Juan Villoro. Igual uno se nutre de muchas cosas distintas.

Muchos de esos nombres formaron parte de lo que hasta hace poco se llamó la nueva narrativa nacional, o incluso, para críticos más optimistas, el “boom de la narrativa” y hasta “La edad de oro de nuestra narrativa”. ¿Cómo interpretas esas muestras de, llamémoslo así, entusiasmo crítico? ¿Cómo sería, en todo caso, tu evaluación personal del panorama narrativo al que perteneces?

No recuerdo si fue Roberto Martínez quien una vez dijo que, más que un boom, lo que había era un zoom. Nuestra narrativa contemporánea, además de su variedad y calidad, está fortalecida por lo que hacen editoriales, revistas, páginas web y librerías, e incluso por la realización de concursos y bienales. Eso es muy positivo, sobre todo para quienes están comenzando a escribir y quieren publicar. No es que sea fácil, pero hay caminos para uno hacerse espacio y dar a conocer el trabajo. Se han abierto muchas oportunidades para mostrar lo que están haciendo los escritores jóvenes. Ojalá siga así.

Por último, ¿en qué nuevos proyectos trabajas actualmente?

Tengo entre manos un libro de relatos casi listo.

Gabriel Payares Gabriel Payares (Londres, 1982) es Licenciado en Letras (UCV) y Magíster en Literatura Latinoamericana (USB), así como autor de dos libros de relatos: Cuando bajaron las aguas (Monte Ávila Editores, 2009) y Hotel (Puntocero Ediciones, 2012). Su labor creativa ha sido galardonada con varios premios nacionales, tales como el Premio para Autores Inéditos de Monte Ávila Editores (2008), el Premio para Jóvenes Autores de la Policlínica Metropolitana (en 2011 y 2013) y el Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (2011).

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