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La sobriedad, y La naturaleza entrometida; por Igor Barreto

La sobriedad, y La naturaleza entrometida; por Igor Barreto 640

Elizabeth Schön y Elsa Gramcko, Álbum familiar Cortina, ca, 1956. Fotografía de Alfredo Cortina.

He pensado en este título no porque en la obra fotográfica de Alfredo Cortina (1903-1988) se presente internamente algún conflicto, sino para subrayar la condición espontanea, el carácter menos reglamentado de la naturaleza al interior de sus composiciones fotográficas.

Aunque pervivan en estas imágenes el cuidado extremo por la composición, la aparición objetiva de la naturaleza adquiere siempre una forma diferenciada (es un elemento que encarna un cierto desarreglo). Ahora bien, no se trata de señalar consecuencias del descuido o del azar, hablo de peculiaridades que sin duda contrastan con el atildamiento y la sobriedad de la figura femenina.

Personalmente no me atrevería a obviar el hecho de que estamos ante los retratos de una gran poeta venezolana de convicciones muy características como lo fue Elizabeth Shön. Y sin duda estas fotografías de Alfredo Cortina ponen de manifiesto la conciencia de la magnifica persona retratada: la poetisa de preocupaciones esencialistas, asidua lectora de Kant y Heidegger.

En la mirada de Elizabeth Shön el ser se hace mundo. Y ella (en cada imagen) expresa su soledad esencial y su actitud contemplativa. Alfredo Cortina debió estar muy al tanto de la creación poética y del pensamiento de la mujer que eligió como modelo (para homenajearla y seducirla con su herramienta fotográfica). Los poemas de Elizabeth Shön se irán escribiendo desde los inicios de los años cincuenta y continuarán profusamente durante la década de los sesenta. Años en que los retratos de Cortina parecen más numerosos.

Ese ensimismamiento y sobriedad de la poeta, comunicados a través de un lenguaje que se define por su pureza, son también rasgos y claves de esta fotografía. Frente a dichas imágenes cabría preguntarse, quizá como un ejercicio de reducción a lo absurdo, y un cierto dejo de intención didáctica, por qué no hay un desnudo de la belleza femenina de Elizabeth Shön, retratada con tanta reiteración. Esta pregunta posiblemente motive cierto rubor (digo, es posible). Pero la pregunta para mí tiene sentido. Ella, nuestra poeta, es una suerte de Diosa expectante así como Maria Lionza quien otea el horizonte de una naturaleza feraz y salvaje, tan salvaje como su desnudez. Pero en el caso de Elizabeth, nuestra modelo, queda por contraste y a todas luces resaltada su contención, su meditada compostura, su comedimiento, y esto es a fin de cuentas lo que le interesa retratar a Alfredo Cortina.

Existe en estas imágenes un distanciamiento respetuoso innegable. Lo único desnudo en ellas es la naturaleza: el barro es barro y el árbol es árbol, y sus hojas son parte de su cuerpo, los órganos de su respiración. La presencia de la naturaleza en estas fotografías insinúan desde mi punto de vista un desarreglo y un enigma.

Quisiera recordar un memorable ensayo de Joseph Brodsky titulado Del dolor y la razón, donde hay un interesante intento por definir el comportamiento de la naturaleza en el mundo americano. Brodsky, entre muchos aspectos, parte de un poema de Robert Frost, Entierro en el Hogar, y, mediante su análisis llega a varias conclusiones. Una de ellas, es el rasgo contemplativo (el carácter virgiliano) de la poesía americana; aspecto que podríamos desplazar a buena parte de otras expresiones artísticas como la fotografía.

También dice Brodsky que nuestra naturaleza es aterrorizante. Y esto se debe a la importancia que tiene entre nosotros su presencia, convertida en un compañero que posee el mismo tenor que la figura humana; lo que explica según el autor de la Gran Elegía para John Donne, por que muchas veces en nuestro continente la naturaleza resulta por demás indómita y amenazante. Todo este rodeo lo hago para preguntarme por eso que Elizabeth, nuestra modelo, nuestro personaje, escruta con tanta atención en el paisaje. Y junto a esta pregunta viene apareada también la curiosidad, la posible reflexión, por los motivos que en verdad preocupan al magnífico fotógrafo Alfredro Cortina.

Es un valor agregado en la exposición de la Sala Mendoza su convergencia con la Fundación para la Fotografía Urbana, quien nos muestra parte de su colección y su labor investigativa sostenida en el tiempo. Esta colaboración se traduce en un montaje y una curaduría muy límpidas. El esfuerzo de personalidades como Herman Sifontes, Vasco Szinetar (como curador), Patricia Velázco y demás directivos de la Sala Mendoza, deben sin duda celebrar el acierto de este encuentro.