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La palabra «pueblo», por Fedosy Santaella

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Quiero hablar de la idea de «pueblo» que se ha venido manejando en estos días. Cuando por las redes sociales y por distintos medios digitales se han difundido fotos de las personas que estuvieron a las puertas de Daka con electrodomésticos en brazos, empezó a generarse una particular diatriba sobre esa idea de «pueblo». Entre la chanza y la indignación se señalaba que aquellas personas eran muestra clara del pueblo socialista, del hombre nuevo (o del nuevo hombre), el producto de todos estos años de chavismo. Gente sin moral, se decía, gente golillera, vivaracha, aprovechadora. Por supuesto, surgieron opiniones contrarias. Qué horror, decían los del otro lado de la acera, que la gente se esté metiendo con el pueblo. Ese es el pueblo venezolano, el digno pueblo venezolano. Esa gente está yendo allá a comprar a precios justos, esa gente por fin puede comprar lo que quiere, lo que antes no podía por causa de la especulación. No voy a negar acá, no importa quién ni cuántos me caigan, que la especulación existe. No obstante, la especulación es una consecuencia, no una causa (ya otros con más autoridad lo han dicho). La especulación es consecuencia de malas directrices económicas y políticas. El discurso que lanzó a la calle a la gente es producto del populismo electorero. Ya lo he dicho en otras ocasiones, estamos como estamos porque contamos ya más de quince años en constantes elecciones. Pero volvamos al asunto del «pueblo». Ante todo, hay que considerar que no podemos juzgar esas imágenes de manera metonímica. Es decir, no podemos tomar la parte por el todo. Quienes aparecen allí no son la totalidad del «pueblo» venezolano. ¿Que es gente influenciada por un discurso ultra populista (así como hay ultra derechistas también hay ultra populistas), equivocado, cínico y acomodaticio? Sí, puede ser. ¿Que son muchos? No sé si son muchos. Mira las largas colas, me dirá usted, y sí las colas son enormes. Pero una vez más, no podemos juzgar la parte por el todo. Señores, yo también soy venezolano (¿no soy pueblo?), la señora que trabaja en mi casa también es venezolana. Y ni ella ni yo hemos ido a hacer colas desesperadas a las puertas de las tiendas de electrodomésticos. ¿Que yo NO necesito un televisor porque ya lo tengo? Ante todo, no se trata de «necesitar». Un televisor no es un artículo de primera necesidad. Creo que se trata de «querer». Y yo SÍ quiero un televisor mejor que el que tengo, pero porque lo quiero no voy a hacer cola para comprar uno a mitad de precio. ¿Por qué? Porque simplemente, aunque lo quiera, no lo necesito. Y porque además no justifico el discurso que ha generado tal zozobra (o tal alegría, dirán algunos).

Como se ve, estamos ante un asunto de discursos y palabras. Las palabras, señores, sí mueven el mundo. El discurso escamoteado de un presidente irresponsable y desorientado lleva a la gente a la locura. Ese discurso ha puesto al país en tensión, y también ha modificado (para peor) el curso de nuestra tambaleante economía. Las palabras «necesitar» y «querer» no son iguales. La palabra «pueblo», y vuelvo a lo que me interesa, tampoco es igual para todos. De un lado, tenemos una utilización de la palabra que implica ignorancia, despojo e incluso cierto toque de salvajismo. Así lo miran quienes defenestran al ver las fotos de Daka. Por otro lado, los defensores que salen al ataque, los defensores del «pueblo» tampoco son dueños de la mejor visión de quienes están incluidos en esa palabra. ¿Qué es el «pueblo» para el defensor del pueblo? Pareciera que es un ser a quien hay que defender, a quien hay que representar. Es decir, el pueblo de los defensores del pueblo está indefenso. ¿Por qué está indefenso? ¿Porque no tiene poder, porque no tiene dinero, porque no se ha educado, porque el imperio y los traidores a la patria lo han tenido jodido durante décadas? Este pueblo, aunque no sea culpable, ¿no es igualmente un pueblo lamentable? ¿El defensor del pueblo no lo está viendo como alguien minusválido? «Tranquilo, pueblo querido, nosotros te defendemos». ¿No implica esta frase la misma subestimación con que la miran del lado contrario? Ambas visiones son tristes. Ambas visiones, también lamento decirlo, son patéticas. Pero sobre todo, al final de la cuerda, por los cabos, ambas visiones son idénticas. Ambas implican un tema de perversa educación versus correcta educación, ambas ven al pueblo desde la minusvalía. Es decir, al pueblo minusválido hay que protegerlo y educarlo y hasta deseducarlo. Para quienes se horrorizan con la visión del «pueblo» de las fotos en cuestión, hay una mala educación, un perverso direccionamiento del pensamiento de esa gente que sin duda debe ser protegida y redireccionada porque no tiene la capacidad de pensar por sí misma. Quien defiende, también ve al pueblo como una masa de personas que hay que proteger de la maldad burguesa. Y por supuesto, hay que sacarles el chip del pensamiento capitalista y reeducarlos en el amor socialista, decirles lo que tienen que hacer con sus vidas, decirles lo que es mejor para sus vidas. En los dos casos, pueblo es masa, y a la masa hay que moldearla.

Como se ve, los extremos se tocan, se unen. Oposición y gobierno se hermanan en una casi idéntica visión de pueblo. La división es más bien ésta: allá el pueblo, acá nosotros, los que pensamos que el pueblo es masa y que ha sido engañado por (opción A) el pensamiento ultra populista o por (opción B) la democracia corrupta que alguna vez nos gobernó.

Ahora, si bien es un total despropósito pensar que al «pueblo» hay que defenderlo a ultranza contra los controles mentales del enemigo, tampoco se debe dejar a un lado una gran verdad: nuestros políticos nos representan. O eso se supone. No nos defienden, por favor eso no, allí es donde está el error. Los políticos nos representan, ejecutan los destinos que queremos y necesitamos. ¿Quién no quiere tener un buen televisor en su casa, quién no necesita poder adquirirlo sin la zozobra del vaivén politiquero?

Los discursos, sí, son necesarios. De palabras está hecho la vida, los discursos son imágenes del mundo (el «pueblo» es una imagen del mundo). Pero esos discursos deben ir en consonancia con la sensatez, la concordia y la sinceridad. Esos discursos deben, sobre todo (y vuelvo a insistir en esto una vez más como tantas veces lo he hecho), dejar de despotricar en torno a los derechos. Nos vomitan, nos escupen, nos bombardean derechos. El «pueblo» —el pobrecito pueblo— tiene derechos. Sí, todos tenemos derechos, pero también tenemos deberes. Mi deber es, queridos amigos, no ir a pararme a hacer cola frente a una tienda de electrodomésticos. ¿Por qué es mi deber? Porque no estoy de acuerdo con una medida reactiva, electorera y peligrosa. Sí, tengo derecho a un televisor, pero no en este momento. Sí, también tengo derecho a precios justos, pero además tengo el deber de alzar mi voz y decir que así, a lo macho, no se resuelven las cosas, que pañitos calientes no resuelven los problemas, que toda esta alharaca es electoral. Tengo pues el deber de ser sensato. Y disculpen, pero no soy un burgués imperialista traidor a la patria. Me preocupa mi país, trabajo por mi país e intento pensar fuera de los cuadros «ideológicos» (si tal cosa existe). Y por más que pretenda entender la desesperanza del «pueblo», la bestial especulación que nos azota y el derecho a todos a disfrutar (en socialismo) del consumismo capitalista, no logro, lo siento pero no logro justificar el desmán que nos está llevando al abismo, a nosotros, el pueblo todo. Pobrecitos nosotros.