Esto no es aquí

La muerte de un instalador, de Álvaro Enrigue; por Alberto Sáez

Por Alberto Sáez | 29 de enero, 2014

“La muerte de un trofeo purifica”.
Álvaro Enrigue

BLOG_La_muerte_de_un_instalador_de_Alvaro_Enrigue_por_Alberto_Saez_640¿Qué mueve a las personas a interpretar el arte con la frialdad que sólo el poder puede otorgar? ¿Hasta dónde es capaz de llegar el hombre para cumplir una obra? Son preguntas que a simple vista pueden verse como pretenciosas, pero que, si miramos con cautela, nos llevan a reflexionar sobre quién está en realidad autorizado para cuestionar el valor del arte, sobre la transgresión de los límites morales que alcanzan a los hombres a la hora de crear, sobre las cuotas de poder que nos proclamamos e infligimos como excusa para interpretar nuestra cultura.

La muerte de un instalador (2012), primera novela del escritor mexicano Álvaro Enrigue, ganador del Premio Herralde de Novela 2013, cuenta la historia de Sebastián Vaca, un joven artista que tiene por oficio hacer instalaciones vanguardistas en museos y bienales, y que en una madrugada, frente al cadáver de un joven, conoce al que será su próximo mecenas, Aristóteles Brumell-Villaseñor, un excéntrico millonario que hereda la fortuna y la mala conducta de su abuelo, dedicado a coleccionar pinturas de manera obsesiva y qué, por un pulso maquiavélico, decide dar caza a su protegido hasta el punto de deshumanizarlo, convirtiéndolo en un despojo, consumido y desquiciado, transformando al artista para demostrar que el poder está por encima del valor de arte, y que la muerte era la muestra de la pureza del mismo. Ya que a Brumell “la oferta de la vida le parecía demasiado vulgar”.

“Hermoso, ¿no?”, es la primera frase que Vaca le dice al millonario mientras ambos observan con devoción el espectáculo de la muerte del joven en plena calle, como si de una pintura se tratara, siendo ahí donde el juego se inicia.

Brummel decide que lo mejor para poder crear un vínculo con Vaca es destruirlo, despojarlo de todo lo que posee (incluyendo a su mujer) para luego acogerlo en el seno de su imperio y mostrarle las dádivas del “arte real” y no de la improvisación romántica a la que el joven, según Brumell, estaba acostumbrado. De la euforia a la decadencia, el espiral de ascenso en el que vive el artista se invierte, comenzando a vivir un verdadero calvario que lo va a ir despersonalizando, y que para lograr salir de él, debe convertirse en la obra más admirada de su mecenas.

Llena de humor negro, de una tensión latente que se mantiene hasta la última hoja, La muerte de un instalador muestra la decadencia del hombre dentro de una sociedad élite acostumbrada a imponer su orden y capricho. Esta novela es una visión cínica de cómo el arte es visto e interpretado desde la postura del poder, y sobre lo que éste puede hacer cuando, de repente, algo se le antoja.

Alberto Sáez 

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