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La ira oficialista frente al espejo de Colombia; por Alonso Moleiro

La ira oficialista frente al espejo de Colombia; por Alonso Moleiro 640

Cierre de la frontera entre Colombia y Venezuela. Fotografía de Reuters.

El subtexto del pleito que el gobierno chavista se mandó a buscar con el gobierno de Colombia parece descansar sobre una antipatía natural hacia la política que se destila en el país vecino, que propone, en sí misma, una manera de organizar a la sociedad, y también sobre un crónico y ya completamente obsoleto complejo de superioridad, presente en el país frente a nuestros hermanos, que ya ha prescrito en las élites económicas, pero que todavía subsiste en los sectores populares.

Cada vez que han tenido que justificar las barbaridades cometidas en la línea fronteriza contra la población civil colombiana, los voceros del gobierno, comenzando por Maduro, terminan haciendo alusiones antipáticas en torno al número de colombianos que vive acá, no sin antes recordarnos el calvario que muchos de ellos han tenido que vivir, con frecuencia en calidad desplazados de la guerra, antes de entrar en la zona de desahogo del territorio nacional. El gobierno dice que corren a salvarse en nuestras tierras, y a beneficiarse de sus generosas políticas sociales.

Al ser zaheridos con tan poco recato en su amor propio, Santos y Mejía, desde Colombia, hablan sobre la penosa situación de estanterías vacías y colas interminables por la cual atraviesa Venezuela, que  por supuesto que constituyen toda una verguenza. Mejía le recordó al gobierno de Venezuela cuán útiles eran esos colombianos cuando tenían cara de votos, y era necesario cedular a toda prisa para derrotar a la Oposición.

Más allá de las tradicionales rivalidades mellizales, es obvio que detrás de este debate, buscado apuradamente por el gobierno poco antes de unas elecciones parlamentarias que tiene técnicamente perdidas, hay una malquerencia que tiene un trasfondo ideológico con un enorme sedimento anímico.

Durante muchas décadas, y hasta los años 90, las asimetrías entre Venezuela y Colombia eran muy claras, y eran completamente favorables a Venezuela.  Hoy por hoy, sin embargo, ningún colombiano emigraría hoy voluntariamente a un país en donde lo van a obligar a enseñar su cédula y le van a asignar un día fijo en la semana para poder comprar comida. La situación general de Colombia es, en este momento, claramente más estable y holgadamente superior a la penosa gestión chavista venezolana actual. Negarlo constituye una ridiculez patriotera de carácter pueril. Su moneda es mucho más fuerte; sus niveles de inversión extranjera son harto superiores; la fortaleza de su industria es incomparable y sus niveles de inflación son francamente risibles, si los comparamos con los nuestros.

Por primera vez, probablemente en toda su historia, la sociedad colombiana es capaz de verse a sí misma con un margen justificado de optimismo. La seguridad de sus ciudades ha mejorado muchísimo: hoy en día Venezuela es más peligrosa que Colombia. Los grupos guerrilleros están terriblemente desprestigiados; las maniobras paramilitares han perdido fuerza, hay una izquierda visible ocupando el arco político; los niveles de participación electoral han aumentado y el consenso democrático se asienta. Y la tradicional ventaja venezolana en temas como infraestructura, sanidad y cobertura educativa, está siendo reducida de forma acelerada por parte de los colombianos, así como hace rato nos dejaron atrás en desarrollo deportivo.

No lo reconocerán jamás, no podrán entenderlo, el elenco de clérigos de la política que está haciendo el triste papel actual en materia de gestión a nombre de Venezuela. Un país arruinado, aislado, peligroso, anarquizado e increíblemente caro. El único legado visible del chavismo, unidimensional, sectario, comunal y colectivista, es este. La destrucción.