Blog de Rafael Osío Cabrices

La erupción de una nueva sociedad; por Rafael Osío Cabrices

Por Rafael Osío Cabrices | 23 de julio, 2017
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Fotografía tomada por Suwon Lee en un punto soberano instalado en Ciudad de Panamá el 16 de julio

Quizá los extranjeros y los observadores recientes de nuestro espectacular berenjenal no están al tanto de que, aparte de sus horrendos indicadores —la dimensión cuantificable de nuestro desastre— , Venezuela es además un caso grave de un país que se odia a sí mismo.

Puede que esto no les sea evidente a primera vista. Muchos venezolanos tienen siempre a punto el elemental reflejo patriótico: lo nuestro es lo mejor, con Venezuela no te metas, etc. Pero en la vida cotidiana —en los modos en que a muchos de nosotros se nos enseña desde pequeños a lidiar con los demás, en las palabras que escogemos para hablar de los otros, en las imágenes e ideas que invocamos cuando nos referimos a las masas— nos revelamos como una sociedad que se desprecia.

No confiamos en nadie, a menos que sea alguien a quien conocemos muy bien. De hecho, esa calidez y esa jovialidad nuestra suele ser una fachada que oculta un intenso estado de alerta, cuando no una clara disposición a hacer daño: rompe esa cáscara de sonrisas y hermanoqueridos con cualquier cosa que sea percibida como una agresión, y verás cómo aceleramos de cero a cien insultos por minuto más rápido que un Lamborghini.

Antes, nos encantaba contarnos chistes sobre el tropo del venezolano como pícaro o como idiota: un gringo, un alemán y un venezolano están juntos en un ascensor; los dos primeros se comportan de una manera cívica, racional, y el primero cierra la historia con un cómico despliegue de estupidez. Como pasa con muchas naciones postcoloniales, tenemos una larga, sólida historia de prejuicio que sobrevivió a los siglos XIX y XX tanto en una forma ilustrada —el amargo tema de civilización vs. barbarie, fuente de frustraciones para los intelectuales y de pretextos para los autócratas— como en una popular, para toda ocasión, que encuentras en la viejita que se queja de la mala educación dentro de una buseta, y en el guerrero del teclado que tuitea su repulsión porque Henrique Capriles está recorriendo un barrio.

Podemos rastrear ese desdén y esa desesperanza sobre las capacidades de los venezolanos comunes por muchas generaciones atrás; desde el bochinche, puro bochinche de Miranda, su maldición de despedida; a los diarios de viaje de europeos como Carl Appun, un naturalista escandalizado porque en las selvas de Guayana nadie usaba relojes; y a las tesis de Laureano Vallenilla Lanz y su hijo, quienes sostenían que solo un gendarme necesario podía gobernar sobre un pueblo tan reacio a la civilización, la coartada ideológica de la dictadura de 27 años del general Juan Vicente Gómez y de la de ocho años del general Marcos Pérez Jiménez.

Más recientemente, podemos leer los ensayos de historiadores como Elías Pino Iturrieta o Inés Quintero sobre el Apartheid que era la Venezuela colonial, cuando la multitud promiscual de los que no eran blancos era blanco de abuso permanente. Podemos mirar la obra de Germán Carrera Damas y aprender cómo el odio mutuo impulsaba las lanzas y los machetes de la limpieza étnica de 1814, o también asomarnos a los ensayos del sacerdote e investigador basado en Petare Alejandro Moreno Olmedo para entender cómo la familia popular venezolana funciona como una tribu que mira a los extraños como enemigos potenciales.

La polarización que se apoderó de la nación ha sido el perfecto círculo vicioso para estas antiguas fuerzas de la desconfianza: así como Chávez fue despreciado por muchos como líder, por sus orígenes o su aspecto físico, y sus seguidores etiquetados como una turba primitiva de ingenuos mendicantes, el chavismo aprendió rápido a alimentarse de todos esos prejuicios para avivar los fuegos del fanatismo, y para explotar el nihilismo de todos aquellos deseosos de saquear el tesoro público o tan solo de ejercer un poco de poder sobre sus conciudadanos, ya fuera como funcionarios de Cadivi, coordinadores del CLAP o guardias nacionales.

El motto tradicional del oportunismo criollo, a mí que no me den sino que me pongan donde haiga, mutó durante las décadas de Chávez y Maduro en una certeza bien extendida: somos gente corrupta por naturaleza, incapaz, y por completo desinteresada, en una vida regida por algún estándar moral. No un país, sino un campamento minero, como José Ignacio Cabrujas profetizó en los 80; una horda, no una sociedad, como el comportamiento de casi todos nos fuerza hoy, de nuevo, a pensar.

Las dificultades de estos últimos años confirman la idea de que los venezolanos no somos solo ladrones sino también salvajes: el discurso contra la multitud promiscual ha regresado con virulencia renovada. Esos miles que no tienen más opción que pasar días y noches en las filas por comida, en calles sin baños públicos, son catalogados de animales que defecan en las aceras como burros. Esos hombres, mujeres y niños que, ante la cámara de un celular, mataron un cargamento entero de reses vivas en torno a un camión accidentado en Carabobo, fueron instantáneamente clasificados por quienes miraron el video -gente de la ciudad que no conoce esa penuria permanente del campo- como homínidos prehistóricos, la prueba de que este país no tiene remedio.

En este tribunal de la Inquisición que las redes sociales tienden a ser en el presente, no muchos se toman la molestia de esperar unos segundos antes de postear, para preguntarse si los daneses, los singapurenses o los estadounidenses se hubieran comportado de manera muy distinta si estuvieran enfrentando las dificultades que a diario tienen que vivir la mayoría de los venezolanos en 2017. No, es más fácil dejar que tres siglos de odio por nosotros mismos tomen el control.

Y entonces pasó esto, el 16 de julio de 2017.

La consulta popular es, para mí, una grieta en el hielo no menos asombrosa que la que acaba de abrirse en la Antártida. Una nota distinta en el coro agotado de la repugnancia. Un hilo de luz extendiéndose sobre la negra superficie de la concepción que tenemos los venezolanos de nosotros mismos.

Lo que miles de personas hicieron ese domingo reveló, a una escala sin precedentes, la existencia de un conjunto de habilidades colectivas que han sido desarrolladas o redescubiertas a lo largo de tantos años de normalidad asfixiante y de activismo opositor. Redes que se tejieron en Whatsapp para encontrar y mandar medicinas o insumos escasos, se convirtieron en canales para organizar voluntarios o compartir los procedimientos del plebiscito. La experiencia como miembros de mesas electorales que muchos de nosotros acumulamos desde 1999 (gracias por eso, CNE) distribuyó el know-how para manejar los puntos soberanos en todo el mundo. Las herramientas de diseño y de comunicación en redes sociales que hemos tenido que incorporar para sortear la censura y compensar la aniquilación del paisaje mediático ayudaron a regar la voz en menos de dos semanas… por todo el planeta. Incluso creo que el contacto constante con la violencia letal que sufren los ciudadanos comunes de Venezuela les dieron la fuerza y el valor para esperar por horas en las calles para llenar esos tres círculos del , muy conscientes de que, como quedó demostrado en Catia, corrían  grave peligro al hacerlo.

Ahora sabemos cosas que no sabíamos antes del chavismo, y echamos mano de ellas para este logro tan extraordinario. Somos más fuertes, más resilientes. Pero eso no es todo.

Sin el Estado central, sin el dinero del petróleo y sin los militares, personas e instituciones acostumbrados a esperar conducción y soporte desde el gobierno tuvieron que emprender algo gigantesco por ellos mismos, porque el Estado no solo no estaba interesado o fuera de alcance, sino que era hostil. Así que el resultado de este desafío es una especie de milagro: gobiernos regionales y municipales de oposición, ONG, iglesias, partidos y universidades trabajaron juntos.

Tomemos un momento para contemplar esto en toda su magnitud: los políticos venezolanos, que han sido siempre tan desdeñosos con los intelectuales, concedieron la autoridad de supervisar y anunciar los resultados de la consulta a los rectores de las principales universidades. Dieron un paso al costado ante la experticia y la gravitas que solo la academia podía traer al proceso. Creo que debemos reconocer el valiente gesto de los estrategas y los partidos de la MUD que fue dar luz verde a la idea de esta consulta popular, construir un consenso en torno a ella, forjar las alianzas multidisciplinarias que la hicieron posible, y permanecer detrás de cámara mientras los cinco rectores dieron los números del 95% de escrutinio.

Ese domingo demostramos que podemos colaborar entre nosotros. Políticos y profesores, antiguos marxistas y aspirantes a libertarios, los que están allá y los que emigramos. Encontramos que podemos trabajar mucho, pero mucho mejor que Papá Estado. Supimos que el trabajo en equipo que permitió una votación global es el mismo que necesitaríamos para formar un gobierno y asumir la colosal tarea de la reconstrucción.

Así que el plebiscito fue más que una bofetada en el rostro gritón del malandrato. El plebiscito anuncia la insurgencia de una Venezuela más resiliente, más dada al consenso, más efectiva, más disciplinada alrededor de una meta común que tiene que ver con las vidas de todos nosotros, los de adentro y los de afuera.

Por supuesto que hay mucha gente a la que nada le importa. La leyenda negra tiene, sin duda, su buena parte de realidad.

Pero no somos solo eso. Somos algo más. Mucho más.

Millones de nosotros están preparados para asumir la responsabilidad de nuestro futuro.

No somos solo bochinche. Podemos sentir auténtico orgullo de lo que hemos aprendido a ser.

Y eso es maravilloso, porque vamos a necesitar mucho de ese orgullo para la tarea que nos espera a la vuelta de la esquina, al segundo siguiente de que el malandrato dé con sus colmillos por tierra.

***

Este artículo se publicó primero en inglés en Caracas Chronicles

Rafael Osío Cabrices 

Comentarios (8)

Maria M Sosa
23 de julio, 2017

Magnifico escrito! Siempre tan agudo y acertado en el analisis de la venezolanidad.

Pilar
23 de julio, 2017

Esperanzador y maravilloso!

Elisabeth Roosen
23 de julio, 2017

Excelente Rafael, muchas gracias.

Eva Polgar
23 de julio, 2017

El tema es bien interesante, pero el desarrollo del mismo, la redacción del artículo, me parece deficiente, confuso, sin hilación, incoherente. Lástima, porque así, no se hace claro el argumento del autor.

gaba
24 de julio, 2017

Sencillamente excelente!

Tibisay Ramírez
24 de julio, 2017

Gracias por este artículo, que resume algunos de los aspectos en que se arraigan nuestros problemas como sociedad y que tratamos de encubrir haciéndonos los chéveres. Superar nuestras propias debilidades implica primero tener la valentía de identificarlas y asumirlas, sin las evasiones retóricas que tanto daño nos han hecho. Creo que cualquier nueva etapa para el país debe pasar por ese reforzamiento del ser social. Por eso también que bueno poder reconocer las potencialidades y capacidades intrínsecas que se mostraron en la consulta popular del 16 de julio. Son las que darán el coraje y el soporte para seguir creciendo y asumiéndonos responsablemente como país y como nación.

Miguel Eloy Nesterovsky
24 de julio, 2017

Muchas gracias por este artículo. En la rutina de la incertidumbre y el miedo que sentimos habitualmente aqui cae bien leer algo que vaya en dirección contraria a la cantidad de diagnósticos del desastre

Ildemaro Orellana
25 de julio, 2017

Estimado Rafael Osio. A pesar de su documentadas referencias sobre la sociedad venezolana pre-16/07/2017, debo estar en desacuerdo con esta apreciación trágica. Por supuesto sobran ejemplos del comportamiento irracional y/o criminal de muchos de sus individuos pero, aunque numerosos, no son argumento para calificar a una sociedad como ud lo hace. Yo no soy experto en sociedades, pero en mis 55 años viviendo en este país he tenido oportunidad de interactuar con personas de muy variadas índoles, extracción economica y cultural, edades, profesiones u oficios, y puedo dar fe de una calidad humana que no desmerece la que podamos encontrar entre daneses o singapurenses. Hemos padecido de una escasa educación colectiva, pocos modelos a seguir y la ausencia de voluntad política para implementar las medidas que nos permitan mejorar como sociedad pero, si los individuos son la partícula fundamental de la sociedad, creo que Ud no ha tenido la fortuna de conocer a personas valiosas entre nosotros

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