- 1
Un Borges que me conmueve particularmente, y acaso no tan explorado, es el turista anciano que recorre medio mundo con su ceguera a cuestas. Ese que viaja de oído, a bordo de una elipsis permanente.
Escuchando, palpando, oliéndolo todo. Deduciendo el lugar que visita.
Ese que dicta breves, sagaces notas en los aviones hasta componer Atlas: un librito tan fragmentario en su escritura como unitario en su concepto, a caballo entre el poema en prosa y la crónica súbita. Ese Borges que entra en la Alhambra para descifrar el braille de las paredes. Que regresa a Ginebra para formular su teoría sobre las ciudades tímidas. Que pisa el desierto egipcio, se agacha trabajosamente para apretar un puñado de arena y, al dejarlo caer de nuevo, susurra: “Estoy modificando el Sahara”.
Ese último Borges que sintetiza el ínfimo, inconfundible rastro que dejamos al caminar.
- 1
Artículos más recientes del autor
- Piglia y (su otro) yo; por Andrés Neuman
- Identidad y contradicción; por Andrés Neuman
- Los muros y los bárbaros; por Andrés Neuman
- Penúltima derrota frente al mar del sur; por Andrés Neuman
- El labio de Gloria; por Andrés Neuman
- Ver todos los artículos de Andrés Neuman
18 de junio, 2016
El escritor argentino Jorge Luis Borges, ya con 80 años, estaba en México. Después de varios días de charlas, conferencias y homenajes, Borges consiguió tener una tarde libre. Pidió visitar las pirámides aztecas de Yucatán. Le explicaron que se trataba de un viaje muy cansador, donde era preciso andar en taxi, avión, jeep. Borges insistió, y consiguió que lo llevasen hasta Uxmal. Llegó al final del día, después de varios cambios de medio de transporte. Se sentó delante de una pirámide de siglo X, y se quedó una hora sin decir nada. Al final, se levantó y agradeció a sus acompañantes: “¡gracias por esta tarde inolvidable!”. Como sabemos, Borges era ciego. Pero esto no le impidió percibir todo con su alma.