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Jonas Eriksson, El Libre; por Diego Fonseca #LosÁrbitrosDeBrasil

Por Diego Fonseca | 1 de julio, 2014

Jonas Eriksson, El Libre; por Diego Fonseca #LosÁrbitrosDeBrasil 640

En Brasil hay un revuelo que, sugieren, debiéramos atender. Primero, un sueco hizo dinero y luego hizo lo que quería, lo que deseaba: su vida. Pero estamos tan maltratados —por nuestras propias vidas— que, parece, Jonas Eriksson, el que hizo lo que quiso con su existencia mortal, es el titular del día.

Entonces vemos cabeceras como:

“La improbable parábola del árbitro millonario”.
“Un colegiado millonario que arbitra por hobby”
“El árbitro que gana más que los jugadores”.

Pero no vemos (ni veremos) cabeceras como:

“El tipo que consiguió hacer lo que quiso”.

Ay corazón, qué jodidos vamos si al ser libres nos volvemos el hombre que mordió al perro.

Jonas Eriksson, el que mordió al perro, El Libre, nació en la primavera de 1974 en Luleå, un puerto del norte de Suecia, y jugó al fútbol antes de —figurita repetida— romperse un par de músculos y volverse árbitro. En medio, Eriksson se hizo periodista y mantuvo una vida relajada. Nada más iba los fines de semana a la cancha en Situgna, un suburbio con casas medievales al norte de Estocolmo, y dirigía lo que pidiera la federación de árbitros suecos.

El señor hacía todo eso por una sola razón: porque si se alejaba de una cancha, hombre del montón, se le estrujaría el corazón peor que con una telenovela. Pero sucede que Jonas Eriksson no tuvo mejor ocurrencia que hacerse millonario —y, con eso, convertirse en Jonas El Libre, el muerdeperros titular de periódicos. Y todo fue por ese don que tienen los centrodelanteros (y los buenos árbitros) de la ubicuidad, prima hermana de la casualidad. En 1998, un amigo, Peter Jidhe, creó IEC in Sports, una empresa que vendía derechos de partidos de fútbol y otros deportes en Suecia. Como necesitaba inversores, invitó a Jonas El Libre y otros amigos a comprar una porción de las acciones. Eriksson tomó el 15%. IEC era una pequeñísima empresa —una oficina con cuatro empleados— pero pronto empezó a comprar más licencias de transmisión. Cuando se hizo visible, hace seis años, Lagardère, el conglomerado francés de medios —y armas— golpeó a la puerta de IEC y compró una participación mayoritaria. La empresa entonces saltó a las ligas mayores. Oficinas en Lausanne, Sydney, Hong-Kong y Dubai y derechos para vender más de 250 eventos en todo el mundo. En 2011, satisfecho y con ganas de otra cosa, Eriksson vendió su 15% en IEC por diez millones de euros. De inmediato, decidió que no trabajaría más de periodista, que viviría de las rentas de esos millones y que haría lo que quería. Y eso era ser referí.

¿Qué tiene de especial un árbitro millonario? Bueno, gana más que la media —un buen juez puede ganar hasta 150,000 euros al año— pero eso es fuera del estadio. La cancha es más democrática: debe seguir las mismas reglas que todos y la redistribución de insultos y aprietes no discrimina jueces por riqueza personal. En el campo, asusta más la cara de Pierluigi Collina que los millones de Jonas El Libre, quien, por lo demás, es un árbitro soso, lejano del estatuto legendario del italiano ojos de huevo. Eriksson es un tipo relajado, nada seductor y hasta algo indolente, medio calvo y con cara redonda de ex gordito. Dirige desde 1994, pero recién se hizo profesional en 2003 y en toda una década apenas ha marcado un penal y expulsado un tipo por año: el clemente Jonas El Libre ha de volverse vehemente cuando entrega su declaración de impuestos.

Es usual que en el fútbol el adinerado sea quien corre para marcar o evitar los goles, no quien los silba. Un futbolista no debe jugar a perder, como un hombre de negocios, y tampoco un juez, y hay quienes ven en Jonas El Libre un ejemplo a seguir: profesionalizar a los árbitros, pagarles bien para que estén felices, sería una manera de evitarse el problema de los sobornos que deciden partidos. Sin embargo, el camino para hallar alienados independientes como Jonas El Libre posee pocas paradas: tal vez no exista otro millonario con pito y ni siquiera abundan los millonarios que son benevolentes con sus deseos más mundanos. JP Morgan, por ejemplo, amasaba dinero mientras coleccionaba antigüedades e incunables y Howard Hughes seguía haciendo plata a la par que la gastaba en películas menos sostenibles que sus aviones imposibles. Pero hombres como Jonas El Libre, que ponen el dinero a un lado para hacer realmente lo que quieren, son rara avis de verdad. Tal vez Douglas Tomkins, devenido ecologista a tiempo completo, o Karl Rabeder, que donó su fortuna para proyectos en América Latina y se fue a vivir a una cabaña en las montañas de Inssbruck. Y ninguno dirige fútbol.

Desde que vendió sus títulos en IEC y se dedica sólo al arbitraje, la carrera de Jonas El Libre subió como, caramba, una acción con buenas perspectivas. Antes de llegar a Brasil dirigió en la Euro 2012 y en la Supercopa europea 2013 y ha tenido la vida que se ha procurado con el dinero trabajando por él. Descansar, navegar el bote por los lagos del norte de Suecia, caminar las calles de su pueblo antiguo. Los periódicos apenas tienen unas pocas declaraciones de Jonas El Libre, a quien sólo le gustan las luces fuertes de los estadios. “Me fue fantástico como hombre de negocios, pero desde que en 2011 me dediqué a ser referí profesional tengo el mejor momento de mi vida”, ha dicho. “El dinero no ha cambiado nada, lo mejor que hago en mi vida es ser árbitro de fútbol”.

Jonás El Libre, muerdeperros tipo feliz: salve.

Diego Fonseca Diego Fonseca  (Argentina, 1970) es periodista y editor. Autor y editor de Hamsters, Crecer a golpes, Sam no es mi tío y Hacer la América. Síguelo en Twitter en @DiegoFonsecaDF

Comentarios (1)

Edgard J. González.-
1 de julio, 2014

1. Diez millones de euros es ciertamente un dineral, pero no lo hace uno de los más ricos del mundo, ni de lejos, como tampoco tiene más que las estrellas del Fútbol (Beckham, Messi, etc). 2. No entiendo que lo califique como el que muerde al perro, el símil no es el más indicado. Le sugeriría “los caballos detrás de la carreta”. 3. También Bill Gates y Stephen King son millonarios, y sin embargo se dedican a las actividades más sencillas, sin lujos, y no pierden el sueño por sus fortunas. Sólo los resentidos le dan más importancia al dinero, y son capaces de respaldar abominaciones, con tal de que quienes lo han logrado acumular, lo pierdan o no puedan disfrutarlo. Generalmente los resentidos odian el trabajo, y por carambola, a quienes trabajan y producen.

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