Blog de Pedro Plaza Salvati

John Ashbery y Paul Auster: 4 3 2 1…; por Pedro Plaza Salvati

Por Pedro Plaza Salvati | 9 de septiembre, 2017
De izquierda a derecha: John Ashbery yPaul Auster

De izquierda a derecha: John Ashbery y Paul Auster

En los países con cuatro estaciones el mes de septiembre simboliza, para muchos, el inicio de una nueva vida. Hace siete años, el 12 de septiembre de 2010, a solo pocos días de llegar a Nueva York, asistí a una conversación entre el poeta laureado John Ashbery y el novelista Paul Auster. El Festival del Libro de Brooklyn es escenario cada año de un reconocimiento especial a autores que representan lo mejor del espíritu de ese distrito neoyorquino. Ashbery recibía dicha distinción que también ha recaído en autores como Jonathan Lethem, Jhumpa Lahiri o el propio Auster.

John Ashbery murió el pasado domingo 3 de septiembre a la edad de 90 años. No deja de llamarme la atención que haya fallecido en el mismo mes del año en que tuve la oportunidad de escucharlo, ese mes de septiembre que se percibe como sinónimo de esperanza. Uno siempre trata de entender las casualidades y el significado de las mismas (uno de los temas centrales de la obra de Auster) y con frecuencia parecen inasibles. Muerte y vida, siempre cómplices de las jugadas más inesperadas.

Yo, para ese entonces, no había leído a Ashbery. Un grupo de amigos entusiastas nos dispusimos a asistir a esa conversación motivados, más que todo, por conocer a Paul Auster, debo admitirlo, valga nuestra ignorancia por delante. Aunque estábamos conscientes de que el novelista empezaba a repetirse en sucesivas novelas y que con ello trajo algo de decepción, tal vez al ser devorado por las apetencias de la industria editorial, no cabe duda que para ese momento seguíamos cautivados con sus obras esenciales, a pesar de que algunos de sus nuevos libros nos defraudaban. Podrá uno imaginarse la impresión que tuve cuando se aproximaba un hombre en una de las aceras de los edificios del centro de Brooklyn donde se desarrollaba el festival, y que ese hombre con chaqueta azul oscura, camisa azul clara, con un andar casual como si se dispusiera a tomar una cerveza en el bar del barrio, era el propio Paul Auster. Ese encuentro (¿al azar?) ocurrió unas pocas horas antes de la conversación pautada con Ashbery. Me parecía como sacado de El libro de la ilusiones. Y de pronto “Auster”, paradójicamente por lo cercano que estaba, físicamente hablando, me sonaba a un nombre distante: ¿Era Auster o Austerlitz?, este último el personaje que da título a la novela de W.G. Sebald, el hombre al que de niño le roban su patria, su nombre, su idioma y no puede sentirse bien en este mundo. Divago durante segundos mientras cruzaba una mirada con el autor de La invención de la soledad.

Al momento que se da inicio al encuentro a casa llena en el St. Francis Auditorium recuerdo que el novelista le comenta al poeta que ellos tienen algo en común: ambos vivieron en Francia. Y le pregunta: ¿Fuiste a Francia porque te querías ir de “America”, porque querías estar en París o por ambos motivos? No puedo recordar nada de lo que de respondía Ashbery porque mi mente tendía a divagar cuando lo escuchaba, me trasmitía tristeza y desgano. No era una cuestión de edad sino tal vez de una personalidad signada por falta de entusiasmo o por la timidez. Esa actitud que mostraba ante el público contribuyó a que la atención se centrara no en su homenajeada persona sino en la figura de Auster que hablaba con vigor y con un marcado acento brooklyniano (ese acento urbano que suena grave y con una determinada pronunciación de vocales y de las terminaciones de algunas palabras).

Al concluir la conversación ambos autores ocuparon mesas separadas pero contiguas para la firma de libros. Me dio un poco de vergüenza ajena que, siendo Ashbery el personaje central del evento, una gigantesca fila se había postrado ante el autor de La trilogía de Nueva York. Me sentí contento pero apenado cuando llegó mi turno y Paul Auster estampó su firma en mi libro porque al lado de él Ashbery parecía un solitario pajarito desamparado (ya se habían retirado los que habían ido por su firma), un hombre que hasta hace pocos días fue el poeta estadounidense vivo más laureado. Me preguntaba el motivo de semejante desproporcionalidad. También me percaté de que la mirada del poeta parecía perpleja: sus ojos eran como luces de faro encendidas de un automóvil, un tanto inexpresivos.

Uno meses más tarde habría de reencontrarme con el gran poeta pero como debe ser, a través de uno sus textos, el más reconocido de todos, considerado una obra maestra. Su extenso poema Autorretrato en espejo convexo había obtenido los premios Pulitzer, National Book y National Book Critics. Se trata de una representación muy personal de una de las obras del pintor Parmigianino realizada en 1524. Es un poema en prosa extensamente descriptivo del cuadro en el que está presente lo fragmentario con frecuentes desvaríos, tan disperso como puede ser la vida misma. La obra de Ashbery, comentan los expertos, está cargada de poemas basados en la dislocación del sentido, anécdotas fracturadas, meras descripciones, ello a la vez signado por la ausencia de búsqueda de un significado que aglutine los poemas o provea un hilo conductor. El propio autor decía que su poesía puede ser oída de fondo cuando se está haciendo otra actividad o pensando en otras cosas, que no hay que poner realmente atención y que se da por satisfecho si intermitentemente se enfoca la mente en el poema.

Al estar Autorretrato en espejo convexo inspirado en una pintura entra en la “categoría” de lo que se conoce como écfrasis; la descripción poética de una obra pictórica. A medida que nos adentramos en el poema nos percatamos que la habitación donde escribe Ashbery (¿su estudio en Chelsea, Manhattan?) equivale al estudio donde Parmigianino realizó su obra pictórica; texto y pintura se integran. El poema se puede interpretar también como una crónica del cuadro vista desde la fascinación que mantuvo durante décadas hasta que se sintió listo para semejante exploración poética. Así resulta esta escritura en una suerte de flujo de consciencia o un espejo de lo que entra en la mente, vertido sobre el papel, a partir de la observación minuciosa de una obra de arte: “A veces tiene sentido, a veces no, como la vida de las personas”, afirmó Ashbery en una entrevista en relación al poema. El autorretrato del pintor acaba siendo, a fin de cuentas, el autorretrato del poeta: Como hizo el Parmigianino, la mano derecha / mayor que la cabeza, tendida hacia el que mira / retirándose con suavidad, como queriendo proteger / aquello que revela…

Mientras Ashbery fallecía un 3 de septiembre de 2017 a la mañana siguiente de ese día, Paul Auster presentaba en Madrid su última novela 4 3 2 1, cuyo título de buenas a primeras pareciera ser un conteo final, una obra de casi mil páginas que más bien invoca cuatro historias distintas que explican por qué el nativo de Brooklyn terminó siendo escritor (como leemos en las reseñas). En todas esas historias el azar juega un papel determinante salvo en una: la que tiene que ver con la muerte. Auster se entera de la muerte de Ashbery al día siguiente de haber ocurrido, cuando estaba a punto de presentar su nuevo libro en una mañana madrileña del 4 de septiembre de 2017 (¿habrá estado consciente de que eran casi exactamente siete años de aquella otra mañana en el festival del libro de Brooklyn, un 12 de septiembre?). Y comenta:

“He leído la noticia de su muerte en el periódico al levantarme. Ha sido un amanecer triste para mí. Todas las muertes son una tragedia, pero hay un tiempo más triste que otro para morir. Cuando regrese a Nueva York, lo releeré de nuevo. Era un gran amigo y un gran poeta. Hizo un enorme aporte a la literatura norteamericana”.

El espejo no convexo sino plano donde vemos reflejado el presente, al mismo tiempo, me parece también un continuo juego de casualidades “austerianas”: las fechas en torno a hechos de la vida y muerte.

Pedro Plaza Salvati 

Envíenos su comentario

Política de comentarios

Usted es el único responsable del comentario que realice en esta página. No se permitirán comentarios que contengan ofensas, insultos, ataques a terceros, lenguaje inapropiado o con contenido discriminatorio. Tampoco se permitirán comentarios que no estén relacionados con el tema del artículo. La intención de Prodavinci es promover el diálogo constructivo.