Blog de Faitha Nahmens

Jabillos, boyas y la bella Caracas: Santa a la vista; por Faitha Nahmens

Por Faitha Nahmens | 20 de diciembre, 2014
Nuestra Señora del Jabillo de espaldas [Composición de Gala Galo y Willy McKey. Ciudad Jabillo, 2014]

Nuestra Señora del Jabillo de espaldas [Composición de Gala Galo y Willy McKey. Ciudad Jabillo, 2014]

Y entonces, en medio de tanto llanto, penar y ayayay, queda claro que la Caracas descosida que habitamos y nos habita, femenina de tres aes indudables, tiene quien la quiera; esa es la noticia, lo del desprecio es fiambre. Pero la noticia mejora: no pocos se confiesan sus enamorados. Se reencuentran y se reconocen en público y a viva voz y conforman un, dos, tres y tantísimos un nutrido número de gente que hace, que persiste, que ve todos los ángulos del encuadre e insiste en mostrar lo que hace contrapeso vital en la zozobra anunciada –no hay que ser marino para saber que la nave se hunde por donde más pesa; que se afana parapetando o, más asombroso aún, produciendo boyas para que haya futuro. Hay gente cuya desesperación deviene goteo fértil y florece.

Y entonces esas gentes hacen ligazón en la ciudad de los cabos sueltos y las relaciones intensas. Tres mujeres encantadoras y hacedoras, Melin Nava, arquitecto de sueños, Beatnhey Rondón Sojo, del universo de la palabra y también de obra, y Tabaire Díaz, voz cantante que suena a chocolate con mantequilla -espesa, untuosa, aromática- se asociaron en una plataforma -El Enroque se llama- que pretende no apenas producir eventos sino vivir “con”, más que “para”, los hacedores de Caracas. Cierto que incorporan sus hombros –no hombres- en el empeño, pero dan más aún, se sienten cómplices de los que tienen sueños de alto vuelo, arte y parte, y anoche hicieron su primer por ejemplo, cuando compartieron aplausos con su primer aliado, Willy McKey, ese poeta de cuya pelambre penden ideas varias, autor de Paisajeno y otras ocurrencias musicalizadas por su afinado ojo de impenitente observador urbano y de este domicilio –donde pone el ojo se exorciza la bala- y de cuya boca siempre sale Caracas en tres y dos, en seis por ocho, en 4 por 4 y demás ritmos.

Y entonces su propuesta fue santa de mi devoción, darle una patrona a la Caracas desasistida de fe, en una performance en la que Nuestra Señora del Jabillo hizo aparición, a favor de la resurrección nuestra. Fatalmente herida a manos de un hampón –hampa, cuatro y Caracas-, aquella muchacha de pelo rojo se convirtió en la leyenda de McKey en fina estampa y lucero, en cuento y bendición, en atrevimiento descalzo y con aura de torta en el acto de amar Caracas, rifa incluida. Letanías hubo, las de siempre, La Guaira va saliendo va saliendo va saliendo, y otros versos: Ochoó, ceiba amarilla, solimán, jabillo, jabilla, hura crepitans, salvadera venenosa, hinca, suena, explota. En el primer movimiento de El Enroque, “movimiento estratégico en el que dos piezas se mueven de manera defensiva, para proteger de la desidia, de la desesperanza, del olvido, a lo más valioso: la reina” –la ciudad, y sus espacios, y su gente-, Caracas emergería como un tablero en el que, en realidad, todos somos piezas y como cada paso a dar importa, pues proponen las de El Enroque que el movimiento tenga más o menos una dirección, una misma estrategia para ganar este juego.

Y entonces la coincidencia se convirtió, en el Lounge del Trasnocho, en velada –con velas- para la ciudad y la ciudadanía, y el arte tomó la palabra y la guitarra, porque es unánime la creencia de que la cultura sana y salva, y es la luz en la oscuridad; porque la creación es vida y nadie quiere que lo contrario se imponga. Noche de pasión, pensamiento, sensualidad y humor inteligente –valga la redundancia-, las de El Enroque, con Willy McKey tomarían la foto –la tomó Gala Garrido, hija de gato- para los que se han ido, “pero nosotros, no somos los que nos quedamos: ¡somos los que estamos!”, es su grito de paz. “Y mientras estemos vamos a amar la creación”.

Y entonces así comienza la historia de Nuestra Señora del Jabillo, patrona urbana de Caracas que cuida y protege del asfalto y sus vapores a la ciudad parchada que satura y  necesita sutura, la ciudad que contiene maravillas y muchos escondites de fe, la ciudad sembrada de jabillos tan parecidos a ella, con sus puyas hostiles, su belleza exultante, sus raíces rebeldes que rompen con todo, su vigor hecho a palos de agua y sol. Esta instalación  de la “santa al vacío”, aunque parezca una temeridad profana, pues no lo es. Los derechos de autor  de Willy McKey, es de  su puño y letra la historia, la música, la puesta en escena, el guiño, la tentación, el escalofrío, el verso, la curiosidad, la esperanza, la tentación, la confesión, aquello fue un extraño rito de veneración por lo femenino, amor del bueno por la urbe y sus circunstancias, amor a estas alturas incondicional, por Caracas, aunque esté rota.

Faitha Nahmens 

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