Blog de Faitha Nahmens

Héctor Torres, en la punta de la lengua; por Faitha Nahmens

Por Faitha Nahmens | 25 de enero, 2015

“La literatura es siempre una expedición a la verdad”,
Franz Kafka

Héctor Torres, en la punta de la lengua; por Faitha Nahmensu 640

No estudió Letras, sin embargo, sus lecturas estrictamente intuitivas fuera de la academia, tan azarosas como fantásticas, lo condujeron igual a la pulsión que fondearía en su albedrío: la palabra. Su formación, en las antípodas, toma los derroteros impensables de la Informática, e incluso ejerce en el área –“dicté talleres, trabajé programando, hoy en día me parece como un sueño raro”–, pero claro que la literatura saboteará lo que se supone será un plan de vida y con la tenacidad subterránea del topo las letras irán horadando el currículo previsto, así, el libro pasó a ser de objeto de deseo, a ancla, condición, epifanía. Un tatuaje en el antebrazo que evoca Caracas muerde, uno de sus títulos más señeros, podría confirmar su devoción por el oficio. El que lleva en la piel. También sugiere –además de un evidente sentido libérrimo de ser–, su indudable relación con la urbe y sus circunstancias. El tatuaje reproduce el grafiti que ilustró la portada del libro donde, como en el más reciente, Objetos no declarados, desmenuza la ciudad con aferramiento, uñas y dientes.

A Caracas, Héctor Torres la retrata, la zarandea, le levanta las faltas.

Caracas linda y qué herida, ay, la ciudad de los hechos rojos ha contado con no pocos amadores. No pocos intérpretes y críticos acérrimos se han lanzado al ruedo en su nombre. En el índice están desde Pérez Bonalde, Cabré o Billo hasta José Orozco, del colectivo bueno Ser Urbano –hace un par de años promovió un matrimonio con la ciudad, él ofició la ceremonia en la plaza de Los Palos Grandes–; desde el sociólogo Tulio Hernández que la compara con un ave Fénix, los sesudos de Sampablera o las Caracadictas –el nombre no es oficial, pero su devoción sí–que ejercen a favor desde la arquitectura y el arte como sanación, Inés Espinal, Mitchele Vidal, Melín Nava, Fina Weitz o Hannia Gómez, hasta las ocurrencias sensoriales y vinculantes del artista Ricardo Benaím y las de aquellos que se empeñan en desentrañarla –el enredo de las raíces de los árboles en las aceras es una pista– y que, para bien o para mal, le dedican cantos y performances como Willy McKey, quien le regaló una patrona, Nuestra Señora del Jabillo, imantados todos por la curiosidad, la esperanza o el morbo. Tanta luz y oscuridad, tanta risa y sangre, tanta mentada de madre y ternura, tanta crispación y desenfado, Caracas, yin y yang de pronóstico reservado, acoge en alguna categoría del catálogo a Héctor Torres, quien arranca con el cuchillo de su verbo cuidado y preciso gajos dolorosos, retratos hablados temibles, increíbles, conmovedores.

Caracas es un tema, qué duda cabe; y al cabo de dos libros que son un paneo por entre sus intersticios y desde la superficie más descarnada, cada uno la recopilación sesuda, comprensiva, y amorosa del daño, de las carencias, de las cicatrices y también de los tesoros a la vista o escondidos, de los pequeños milagros y sus protagonistas urbanos, de los besos y la exuberancia tozuda con la que topamos, en la que nos hundimos, en la que flotamos a duras penas, cualquiera podría quererlo marcar con la etiqueta de la causa común.

Pero el escritor que también se sumerge –o se orilla– a través de las redes sociales con la misma minuciosa intensidad en la agenda política cotidiana del sí versus no, que en sus textos siempre reverencia la feminidad desde el estudio de su propia testosterona, que cree a pies juntillas en la pareja, sobre todo en la suya, que ama con devoción la historia anónima por la posibilidad de la universalización humana, caraqueña o no, se siente atraído estrictamente por más y por todo por lo que hay más señas para completar su perfil mercadeable y sacarlo de la casilla (no a él de las suyas, exuda un talante envidiable).

Que no, dice, que no es un caraqueñólogo. “Me invitan a dictar conferencias sobre la ciudad y la verdad es que me interesa el tema, sin duda, y mucho, porque me interesa donde estoy, donde vivo, donde soy. Pero no soy ningún experto en Caracas, ojalá, en realidad no soy un experto de nada, a no ser en perplejidades, cada vez tengo más, felizmente; creo que es la maravilla de la edad”.

No obstante, la curiosidad tan periodística, tan exhaustiva, tan ávida y la voluntad de compilar, cual entomólogo, resabios, tics, mañas, mohines, gestos, acentos y silencios del vecindario para reconstruir con devoción la realidad que ficciona para hacerla más creíble hace imposible que se le excluye, exima, salve del catálogo. Él mismo gesticula de manera tal que también está en la foto de la idiosincrasia que detecta. Palmea cariñosamente como el buen pana que pincela. Corta el viento con un gesto recto de la mano cuando quiere reafirmar sus palabras como cualquier paisano. Tiene un tipo de modulación preciso que lo ubica en los parajes, aunque este caraqueño se ponga detrás del telescopio y mire tanto.

Federico Vegas ha dicho que llegó a la literatura desde la necesidad de hacer escenarios, que es lo mismo que hacía en la arquitectura. ¿Por qué o para qué escribes? ¿Qué necesidad tenías tú? ¿No es para llegar a una verdad, la tuya?

Es difícil determinarlo con mucha precisión. Supongo que, en líneas generales, al principio la necesidad viene de no poder resistirse al impulso de imitar a los autores que te hechizan. Oyes una voz muy parecida a la de los escritores que te fascinaron, y simplemente acatas. Empecé así, pues, a escribir: por el gusto por la lectura. Creo que se escribe porque se es un lector enamorado. Esa es la verdad.

¿Y qué autores serían esos? ¿Cuáles son los personajes que fungieron de imán? ¿Cuáles son las historias que hicieron que mordieras el anzuelo de la vocación?

Mi madre me leía cuentos de Oscar Wilde. En el liceo jesuita donde estudié tuve un profesor de castellano, en segundo año, que dejó de lado el programa y se dedicó a ponernos a leer cuentos de Quiroga y Cortázar; nos ponía a hacer ejercicios de escritura despertándonos la fascinación por las historias. No lo sabía, pero asistía a un taller de literatura, el que sería fundamental para escribir. Luego proseguí con más autores, Stevenson, Chesterton, Papini, Chejov, Shakespeare, Borges y Hesse.

¿Escribes desde el bachillerato? ¿Cuándo el lector se hizo escritor?

No, no seguí escribiendo entonces, por muy grato que me resultase, cuando estudiaba, escribir para mí era una tarea. Así lo veía, entonces. Fue, quizá, diez años después que escribí una historia pésima añadiré de una peor imitación de Borges. Pero era un cuento y estaba completo, con su presentación, su desarrollo y su desenlace. Nadie te explica cómo se escriben los cuentos, pero de tanto leerlos intuyes su estructura. Y así, con intuición y lectura, seguí escribiendo, más y más, maravillándome con otros autores y aprendiendo, cada vez con más conciencia de cómo hacían esas cosas que tanto me gustaban como lector. Hasta que entré en el Taller del Celarg, con Ángel Gustavo Infante, en 1999. Entonces, hago un punto y aparte. Ahí comencé, además, a hacer amigos en la literatura. Amigos que, por cierto, aún conservo. Cosa rara en mí, que no soy muy apegado a nada ni a casi nadie.

¿Y no existe un compromiso previo, posterior, durante que acompaña la vocación?

El compromiso es con la palabra, no debe haber otro. Hablo desde la subjetividad asumida. Hablo persuadido de que el deber es en realidad pasión, no culpa, que no tiene nada que ver, no debería.

¿Y qué hay de tomar partido, de exponerse, de asumir?

El músico y cantante británico Damon Albarn dice, y le concedo razón, que el artista debe ser un outsider, debe mantenerse en el perímetro no en el centro, en foco. Ejercer vocería es un riesgo pero no existencial, no de vida, es que te apartas de ti, concentrarse en lo que quieres hacer es más arduo. Es más difícil escribir una novela que intentar varios tuits al día, a lo mejor escribes el tuit de oro, y a lo mejor eso también es arte, pero, ¿cuántas palabras de la suma de los tantos tuits no podrían estar en la novela de la que te distraes?

En las redes decías hace poco que dejabas la fiesta en paz  y desistías de la polémica, que dejas para reuniones con los cercanos el acto tan personal de discutir, y que hay que tener confianza con el otro para eso.

Discutir puede ser asunto de egos y sin duda es de afectos, ¿quién soy yo para decirle a otro que ni sé quién es, qué le pasa, qué vida tiene, cuáles son los intereses que lo mueven, que está equivocado y que tiene que pensar como yo? ¿Y es que el pensamiento es uno e irreductible? Yo, además, cambio de manera de pensar, de modo que sería casi una fea broma pedirle a alguien que pensara como yo cuando es posible que yo mismo no lo haga.

En una entrevista que le hiciera Joaquín Soler Serrano a Jorge Luis Borges le recordaba una opinión sobre un tema y le decía: ¿y ahora qué piensa de esto? Borges le respondió: “No debo haber pensado mucho sobre el tema porque sigo  teniendo el mismo criterio de entonces”. Cambiamos. Es normal, es lógico, estamos vivos, y la vida es ¡un laboratorio! Fito Páez decía, y perdona la recurrencia de citas, que “para crecer hay que traicionarse”. Es así.

En lo personal transmites, sin embargo, estabilidad. ¿Cómo en tu caso es cambiar con alguien?

Todo el tiempo estás revisando lo que eres, lo que sientes, y eres observado, el proceso es compartido e implica una negociación constante que en realidad es enriquecedora. Es un eterno aprendizaje de ti, es una manera feliz y hermosa de contención, la costumbre de pensar, de mediar, baja el volumen de tu egoísmo. Hay gente que vive fuera de ese diálogo, que vive sola, y por esa condición pierde el hábito de entender al otro, de ceder, de convivir; son pequeños tiranos. Supongo que si por alguna razón no podríamos continuar mi esposa y yo creo que me dejaría llevar por el impulso de intentar de nuevo, así se lo he dicho a Lennis, porque creo que estar en pareja es la condición ideal. En realidad estoy muy enamorado, sí.

Con Lennis Rojas compartes proyectos, además de vida.

Actualmente solo compartimos el blog www.elsubrayadoesnuestro.com, que comenzó como herramienta de almacenamiento privado de citas sobre aquellos textos que nos parecían significativos a ambos; resultó de gran interés para el colectivo al hacerlo público. Porque de un tiempo a esta parte el Premio de la Crítica a la Novela del Año, que se organiza a través de Ficción Breve con el fin de promover la obra novelística venezolana, y que pretende reivindicar a la figura del crítico especializado, está bajo la dirección de Lennis, yo no tengo injerencia.

El país sí que está divorciado, el juego está trancado. ¿Cómo se reactiva la convivencia? ¿Qué palabras podrían ser puente?

Creo que hay que entender que el problema nuestro no está sólo en Miraflores, no apenas. El chavismo es parte del problema, no la totalidad. Creo que podríamos considerar qué significa para nosotros la palabra fuera. ¿Hay venezolanos que sí lo son y los demás son extraterrestres? ¿Lo somos nosotros? Parte del cambio es que no nos sintamos como tales. De ahí, de esa diferenciación tan marcada, viene el miedo y el odio, el odio es expresión de éste. Tenemos que ver. Ver. La realidad existe.

Y la ficción

Y quizá mi modo de comunicación sea crear universos de ficción. Recurriré ahora a Shakespeare: su obra está dedicada al malentendido. Es la reverencia a los distintos. Que es lo que somos. Tenemos que ponernos en el zapato del otro. En su lugar. Tiene sentido combatir a quien se siente superior, y tiene sentido no usar veneno. Creo que hay que tratar de ser buena persona, sin duda.

¿Se puede?

Supongo que sí, por supuesto, todos los días uno decide. Pero tengamos claro que aunque la historia a veces nos ofrenda días maravillosos, un 23 de enero o el día en que cae el muro de Berlín, y uno cree que la humanidad en realidad es maravillosa; son paréntesis de la realidad, son momentos líricos circunstanciales, accidentales, ocasionales. Lo cotidiano es el conflicto. Entonces tenemos que saber cuál es el trabajo que nos toca aun en estos tiempos de subjetividad.

Quien fundara el portal literario www.ficciónbreve.org, revista digital que abre espacio a la difusión de la literatura venezolana, y es colaborador de Clímax, de la Revista Dominical del Diario 2001 y de varias otras publicaciones digitales tales como NalgasyLibros.com, Panfletonegro, Elcambur.com.ve y www.Prodavinci.com, organizaría junto a la novelista Ana Teresa Torres la “Semana de la Nueva Narrativa Urbana”, coordina desde 2006 el Premio de Cuento Policlínica Metropolitana para Jóvenes Autores.

Rulos que van y vienen sobre su bien amoblada sesera, Héctor Torres es un caraqueño madrugador que se levanta con apetencia en las yemas de los dedos, y luego de hacerle el desayuno a los hijos, va directo al teclado hasta mediodía. Su agenda de vida la empaca la palabra –por ello quizá ahora se tatuó en el otro brazo una huella de su bisonte– así que la tarde, ese paréntesis de plena luz y bochorno que dedica para pensar, leer, sostener reuniones, o ver tele, es el entreacto en el que toma distancia hasta que vuelve sobre el teclado, el imán que lo atrapa desde las diez y hasta medianoche; dos siestas cortas durante la jornada espantan el cansancio, despabilan sus sentidos y amortiguan el afán de cada día que estalla afuera, que bulle dentro.

Faitha Nahmens 

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