Blog de Oscar Marcano

Fukuyama; por Oscar Marcano

Por Oscar Marcano | 18 de junio, 2015
Fotografía de Joachin Adrian.

Francis Fukuyama, fotografiado por Joachin Adrian

De El Fin de la Historia a Orden político y decadencia política

Mucha agua ha pasado bajo el puente desde que Francis Fukuyama produjera el gran revuelo mundial en 1989, con su sonado artículo “¿El fin de la Historia?”, publicado en The National Interest y donde, a raíz de la caída de los regímenes socialistas, afirmara que su desmoronamiento y el triunfo de las democracias liberales señalaban el inicio de una «etapa final» en la que no habría espacio para más batallas ideológicas.

Por supuesto, Fukuyama es demasiado inteligente como para pretender que con el desplome del comunismo se acabaría la historia. Lo que quiso decir, a despecho de muchos de sus detractores, incapaces de leer imágenes, era que la modernización que vive el planeta parecía guiarlo inexorablemente hacia la democracia liberal. No hacia el socialismo.

De acuerdo con el politólogo, egresado de Cornell y de Harvard y actual profesor de Stanford, una democracia liberal debe reunir tres condiciones: una economía de mercado, un gobierno representativo y, finalmente, que en ella se respeten libertades y derechos jurídicos. Desde su perspectiva, por oponerse a este modelo, el fascismo y el comunismo cayeron víctimas de su propio fracaso.

Al ensayo, que luego desarrolló en el libraco que tituló El fin de la historia y el último hombre (1992), lo han sucedido diversos trabajos, destacándose entre ellos La gran ruptura, donde resalta la pérdida de valores en la transición de las sociedades industrializadas a las sociedades de la información.

Ahora Fukuyama vuelve con Political order and political decay (“Orden político y decadencia política”). Ahí, pasada la euforia de los años que siguieron a la caída del Muro, se advierte la evolución de su pensamiento. Y aunque ha bajado el tono y ya no habla del clavo final en el ataúd de la alternativa marxista-leninista, pues como reza la línea del Don Juan de Zorrilla “los muertos que vos matáis gozan de buena salud”, sigue haciendo votos por la democracia liberal como fórmula perfectible hacia la que se dirige, con más o menos contratiempos, la sociedad contemporánea.

Orden político y decadencia política es la segunda parte del ambicioso proyecto que comenzara con Los orígenes del orden político, con el que intenta explicar el desarrollo político de la humanidad. El primer tomo comprende desde el Paleolítico hasta la Revolución Industrial, mientras que éste abarca desde el final de aquélla hasta el período actual, al que denomina como ‘globalización de la democracia’.

En la nueva obra, Fukuyama se mueve con categorías tales como ‘estado patrimonial’, en el que el gobernante administrador actúa como ‘propietario’ sin limitaciones, estableciéndose una desdibujada frontera entre patrimonio común y patrimonio privado, y ‘estado no patrimonial’ o moderno, en el que la ley protege y separa el dominio privado del público.

Un vistazo a la jauría

En ocasión del nuevo trabajo, Fukuyama –quien además es miembro del directorio del Diálogo Interamericano, principal centro de estudios sobre América Latina en Washington–, es entrevistado en numerosos medios internacionales, en los que da un repaso a la realidad actual. Es así como afirma que China, tras convertirse al capitalismo y con una administración competente, ha logrado niveles admirables de crecimiento económico. En su defecto observa que, por no deslastrarse de la usanza del ancien régime maoísta, sus líderes han seguido restringiendo libertades de forma fatídica. No obstante, pese a declararse hegeliano (y por tanto cauto a la hora de hablar del futuro), predice que a la larga el modelo político de la gran nación amarilla habrá de cambiar.

Fukuyama afirma que el desarrollo económico necesariamente generará importantes cambios políticos en China, a diferencia de Samuel Huntington, su maestro, quien postula que el país va a desarrollarse radicalmente durante las próximas dos generaciones sin que lo hagan sus instituciones, pues no encuentra señales que le hagan pensar que la gente demandará participación política, liberalización de la prensa y otras libertades.

Critica de Estados Unidos la influencia política del lobby empresarial, en el que una minoría, formada por pequeños pero muy poderosos grupos, guían las grandes decisiones. Fukuyama también explica que, debido a que la Corte Suprema declaró el dinero una forma de ‘libertad de expresión’, resulta muy cuesta arriba regular dinero y política, y eso constituye un verdadero lastre para el desenvolvimiento de la sociedad americana.

Moscú inflexible y la irrupción del Estado Islámico

Sobre Rusia, Fukuyama sostiene que pese a ser un país muy poderoso desde el punto de vista militar sigue siendo un Estado ‘premoderno’, donde una élite comandada por Putin tiene como objeto su propio enriquecimiento a expensas del país. Se queja de que la Rusia post Unión Soviética no haya aprendido la lección y no dispense al ciudadano el trato impersonal y equitativo que debe brindar un Estado. Asegura que tampoco ha podido construir una economía moderna, por lo que no logra romper su dependencia de la energía y ahora encara una funesta crisis por la caída de los precios del crudo, lo que evidencia la flaqueza de un modelo que no ha considerado en su estrategia la diversificación.

La actualidad noticiosa le da la razón: es un hecho que el efecto de la caída del precio del petróleo resulta mucho más ominoso para Putin que las sanciones que le han impuesto Estados Unidos y la Unión Europea por su injerencia en Ucrania, en las que han castigado duramente a sus sectores financiero, energético y militar.

El principal enemigo de Rusia parece haber sido su propia inflexibilidad. Por lo menos desde los tiempos del zar. Lo afirma Stephen Kotkin, director del Programa de Estudios Rusos de la Universidad de Princeton, y autor de Magnetic Mountain / Stalinism as a Civilization, para quien el enemigo más peligroso del zarismo fue su propia «autocracia inflexible», la cual imposibilitó tozudamente la salida a un gobierno constitucional y representativo. Los bolcheviques por su parte, aunque con una bandera distinta, se aferraron a la misma cultura, hasta su quiebra a finales de los ochenta.

Sus actuales herederos tampoco dan muestras de ser demasiado dialécticos.

Interrogado sobre la irrupción del Estado Islámico, pese a su avance en los países más desestabilizados del Medio Oriente, Fukuyama parece despachar demasiado rápido el problema. Declara no tomarse demasiado en serio a ISIS. Una cosa es llamarse Estado, afirma, y otra muy distinta serlo. Su violencia y sus excesos lo llevan a pensar que no muchos aspiran a vivir bajo un sistema de tal naturaleza. Claramente no cierra la polémica, sino que la abre, pues los estudiosos del Medio Oriente no comparten una opinión que pareciera fundir deseo con realidad.

La verdad es que esos muchachos “sin trabajo y sin novias”, como se refiere a los yijadistas de ISIS, pueden terminar siendo dueños de buena parte del mundo.

El entorno islámico está dando señales de ser bastante más complejo de lo que muchos, incluso grandes académicos como él, consiguen vislumbrar desde sus escritorios. El califato de Al Bagdadi parece haber movido fibras religiosas muy antiguas como no lo lograron ninguno de sus antecesores, al punto de tejer un entramado oculto de aquiescencias que lo ha convertido en punta de lanza de la mayoría suní, en una guerra abierta y de consecuencias impredecibles contra chiíes y occidentales.

Al respecto, un agudo observador desde el campo de la filosofía como Wolfgang Gil afirma que “los musulmanes, que eran los civilizados en la Edad Media frente a los bárbaros europeos, no tuvieron Ilustración. Ahora hacen de este defecto una virtud”.

América Latina y lo global

Fukuyama asegura que América Latina está mucho mejor comparada con la situación de treinta años atrás. Afirma que, salvo en los países del ALBA, la democracia luce un tanto más arraigada y por eso es una de las regiones del mundo donde las desigualdades se han reducido, dado que sus gobiernos han desarrollado reformas económicas liberalizadoras, con planes sociales de redistribución de la riqueza. De acuerdo con el catedrático, en lo sucesivo el reto para nosotros se enmarca en mantener el crecimiento, superado el boom de las materias primas.

Entrevistado para La Nación de Buenos Aires, Fukuyama sostiene que “La generación anterior de latinoamericanos peleó por la democracia frente a dictaduras brutales; esta generación debe concentrarse en desarrollar una administración pública de elevada calidad”. Y agrega que “la clave en muchos países pasa hoy por dejar atrás el clientelismo. Para eso, un eje crítico es que la sociedad mantenga la presión sobre sus gobernantes”.

Otro punto polémico es el de la globalización. Ante la tesis que afirma que la avanzada tecnológica de las comunicaciones nos dirige hacia una cultura global homogeneizada, Fukuyama opina que, más allá de lo vistoso, en la cultura global de consumo esparcida por compañías como McDonald’s o Coca-Cola ha ocurrido exactamente lo contrario. Como ejemplo pone el hecho de que hoy exista un mayor énfasis en las diferencias entre las culturas de los Estados Unidos y Asia que hace cuarenta años.

La decadencia urbana y el debilitamiento de la familia hacen que Estados Unidos ya no sea un modelo de modernización para Asia, mientras que la tecnología de las comunicaciones, afirma, le ha permitido tanto a asiáticos como a estadounidenses mirarse más claramente, revisar sus disconformidades y entender que, por sus sistemas de valores, una no puede ser el modelo de la otra.

Fukuyama ha sido muy criticado por su adhesión al Proyecto para el Nuevo Siglo estadounidense (Project for the New American Century), un grupo conservador establecido en 1997 con el fin de promocionar el liderazgo mundial de Estados Unidos. Entre sus miembros están (o estuvieron) nada más y nada menos que Donald Rumsfeld y Dick Cheney, el primero Secretario de Defensa y el segundo Vicepresidente de George W. Bush, siendo estos la piedra angular del movimiento neoconservador: esos llamados “neocons” de quienes Fukuyama se desmarcó posteriormente.

Oscar Marcano  es un escritor venezolano. Fue galardonado con el Premio Jorge Luis Borges, otorgado en Argentina. Puedes leer más textos de Oscar aquí y seguirlo en twitter en @oscarmarcano

Comentarios (2)

Per Kurowski
19 de junio, 2015

“Francis Fukuyama, en 1989, con su sonado artículo “¿El fin de la Historia?”, publicado en The National Interest y donde, a raíz de la caída de los regímenes socialistas, afirmara que su desmoronamiento y el triunfo de las democracias liberales señalaban el inicio de una «etapa final» en la que no habría espacio para más batallas ideológicas.”

Cegato Fukuyama. En 1988 con el Convenio de Basilea, el G10 acordó que, con fines de establecer los requerimientos de capital para la banca, el peso de riesgo para prestamos al gobierno era de cero por ciento mientras que el peso de riesgo para prestamos al sector privado era de 100 por ciento. El comunismo se le metió al mundo occidental por la puerta de la cocina de las regulaciones bancarias.

jorge vazquez
20 de junio, 2015

La gran equivocación la tuvo por no contar con la repuestas que darían los pueblos ante la arremetida barbara del neoliberalismo al multiplicar la miseria, las guerras, los desocupados, los desahuciados, las muertes y la destrucción de la naturaleza en su afán de hacer mas dinero y de apoderarse del mundo una minoría de multimillonarios. Poniendo en evidencia que sus problemas no son los sociales, no son los seres humanos, no es la sociedad, no es la naturaleza. Solo sus egoísmos, solo el dinero,son sus intereses.

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