Blog de Marianna Párraga

En busca del precio viejo: los ‘mira-bolsas’ y la hiperinflación en Venezuela; por Marianna Párraga

Por Marianna Párraga | 5 de agosto, 2014

En busca del precio viejo, por Marianna Párraga 640

Sobre una hilera de maletas manoseadas y desordenadas, en una de las tiendas de una conocida cadena venezolana, reposan unas pocas series de números grandotes escritas en hojas de papel bond con marcador negro y pegadas con cinta adhesiva. Debajo de cada una de ellas su importe en bolívares.

Un vendedor de artículos deportivos me mira adivinando lo que voy a decir sobre su tienda poco surtida en Chacao. Mientras converso con él, varias personas han preguntado precios y se han ido. Le cuento qué es lo que ando buscando y mi poca suerte. Me responde que compre lo que tiene, porque su patrón ya no tiene esperanzas de conseguir dólares del Sicad. “Y ahora toda la mercancía llega a precio nuevo”, me dice casi como una amenaza.

Se busca una maleta. De más de un docena de variedades y tamaños, sólo unos pocos precios aparecen en los improvisados carteles. Al llegar a la caja a pagar, la maleta escogida con apuro para resolver una de las cotidianas urgencias de un viajero en trance (otro que se va cargado de virgencitas, pirulines y queso blanco camuflado) cuesta el doble que el precio más alto de los señalados en los carteles. Hace el reclamo, pero se paga: ¿qué se le va a hacer?

Ni códigos de barras ni etiquetas. La divulgación de los precios reales de venta en Venezuela ha pasado a ser un delito tan eficientemente castigado que los comerciantes aducen excusas como la falta de papel y de tinta para evitar colocar identificadores en anaqueles y productos.

Pero la gente no es tonta: los venezolanos saben muy bien lo que es una hiperinflación. La han vivido varias veces durante la cuarta y la quinta república. Y entre los “mira-bolsas” de oficio se cuelan quienes andan a la caza de precios viejos, un concepto con sello nacional que revive la peor época de la crisis bancaria, la intervención del Fondo Monetario, los tiempos en que el Gobierno se atrevía a aumentar la gasolina y las crisis económicas de los años ochenta y noventa.

Precios viejos sí que los hay, pero para encontrarlos hay que patear calle. Si es cierto que los consumidores no son tontos, los comerciantes menos. Ante el incremento consecutivo de un mismo bien que ha permanecido en una estantería per omnia saecula saeculorum aducen que el “precio justo” no es ése que autocráticamente fijan las autoridades ni el que vociferan los entes de supervisión, sino el “valor de reposición”, eso que permite que un establecimiento cuente con el dinero necesario para reponer la misma cantidad de inventario que ha vendido en medio de un entorno inflacionario.

El concepto es correcto. ¿Pero cómo se aplica en Venezuela? Cuando el bien es importado (o tiene componentes importados en su estructura de producción, como ocurre en la gran mayoría de los casos), el valor de reposición debe estar indexado al costo futuro del dólar. ¿Y cómo saber cuánto costará el dólar dentro de 6 meses o en un año, para el momento en que esa mercancía deba ser repuesta? Vaya usted a saber, pero una cosa es cierta: los comerciantes nunca son optimistas.

El dólar no retrocede: sólo se agacha para coger impulso.

Por eso los comerciantes suelen calcular el valor de reposición de su mercancía a un tipo de cambio incremental, que en Venezuela suele tomar en consideración las complejidades de un rechinante sistema cambiario. Por ejemplo: ¿cuál de los sistemas se utilizará para obtener las divisas para importar? Todo cambia si es a tasa Cencoex (ex-Cadivi), Sicad I, Sicad II o el dólar innombrable. También influyen las probabilidades que haya de acceder a alguno de ellos, en cuánto tiempo, cuáles son los costos indirectos que deberá asumir y cuáles las dificultades que revestirán la próxima importación.

Cada una de esas variables representan un gran signo de interrogación en Venezuela. Y en las pocas temporadas en las que el único dólar que flota (el innombrable) se ha estancado o retrocedido, los precios han seguido subiendo como la espuma. A la postre, el comerciante siempre se ha encontrado con una devaluación o con un nuevo aumento del dólar. Su instinto no se ha equivocado, pero el comprador no se ha beneficiado de la tregua.

Sin chances de obtener beneficio alguno de una economía distorsionada, el comprador venezolano se vuelve primitivo. Dedica muchas más horas a comparar precios, patear calle, hurgar anaqueles por los productos que no se consiguen y hacer un esfuerzo personal en la sustitución de marcas.

Sobrevivir.

Y para ganarle la carrera en corta distancia a la inflación, mientras espera que el patrón aumente los salarios, no le queda más remedio que cazar el precio viejo… y rogar porque la mercancía vuelva.

Marianna Párraga 

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