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Empire = Shakespeare + Hip Hop; por Jorge Carrión

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Sons of Arnarchy acabó el pasado 9 de diciembre con el suicidio de Hamlet. Siete temporadas de ángeles del infierno en el club Elsinore, durante las cuales el protagonista, Jax Teller, fue dejando de dudar y, para honrar la memoria de su padre asesinado, se deshizo de su tío y alargó hasta lo imposible el amor y el odio hacia su madre. El creador de la serie, Kurt Sutter, mantuvo con el macrotexto de Shakespeare una relación igual de ambigua: siempre defendió que su relato era eminentemente de tiros y testosterona; pero no negó que el punto de partida era la tragedia más famosa de Occidente. En el club de moteros de la familia Teller, en pleno siglo XXI, perviven el machismo y la violencia que Hunter S. Thompson retrató magistralmente en Los Ángeles del infierno (Anagrama, 2009), una crónica que casi le cuesta —literalmente— la vida. A principios del pasado mes de mayo murieron 9 motoristas y 18 acabaron malheridos en una batalla campal entre bandas rivales en los alrededores de un restaurante llamado Twin Peaks. Doscientos detenidos. Quedó claro que Sons of Anarchy habla de una realidad que sigue viva en USA: la supervivencia de asociaciones que nacieron como libertarias y antisistema, con la motocicleta como símbolo, y que se fueron volviendo criminales y narcotraficantes, cada vez más difuminadas sus senas de identidad.

La raza es una de ellas. Los Hijos de la Anarquía se sitúan en un centro posible en cuyos extremos estarían los neonazis y los moteros negros. Servando Rocha dedica a estos últimos su libro más reciente: El Ejército Negro. Un bestiario oculto de América (La Felguera, 2015). Hijo bastardo de Thompson, el autor viaja a California para contarnos las fascinantes historias de esos “outlaw bikers” (“motoristas forajidos”) afroamericanos, una minoría que ha sido eclipsada por el imaginario blanco y tatuado. En la serie aparecen desdibujados: la lectura de Rocha los define, los reivindica. ¿Sería posible una serie de éxito protagonizada por motoristas negros? Sin duda. Dos de las series actuales más influyentes ahora son Scandal y Empire, ambas con protagonistas de color. La segunda, de hecho, es la única serie dramática de calidad centrada en el mundo negro. Hay que remontarse a El show de Bill Cosby o a El príncipe de Bel Air para encontrar éxitos parecidos en el ámbito de la comedia.

El primer capítulo (el pasado 7 de enero) tuvo una audiencia en USA de 8 millones: el último de la temporada (el 25 de marzo) casi llega a los 17. En ese lapso de tiempo, Empire contó una historia de ambición desbocada, miedos íntimos y progreso social, protagonizada por la familia Lyon, que se ha hecho de oro gracias a la industria musical.  Una lectura precipitada indicaría que la obra es una traducción al mundo afroamericano de estructuras narrativas como las de Dallas o Dinastia, después del fracaso del regreso en 2009 de Melrose Place o de la cancelación este año, tras 4 temporadas, de Revenge (que se había mantenido por encima de los 8 millones); es decir, tras la falta de viabilidad de proyectos de telenovela clásica con personajes blancos. Pero la fórmula de Empire es mucho más compleja. Solamente un tercio de la audiencia es blanco: los afroamericanos se han volcado en la serie porque finalmente se sienten representados. No solo en clave aspiracional, porque los flashbacks reconstruyen el pasado de pobreza y gueto, porque la protagonista sale en el piloto de la cárcel y porque el protagonista sigue en el presente comportándose en ocasiones, pistola en mano, como el gángster que fue (que bajo a las capas de lujo y ostentación sigue siendo); también lingüística, cultural, política, musicalmente. La banda sonora ha superado todas las expectativas y, en un golpe de efecto altamente simbólico, ha desbancado de las listas de venta a la mismísima Madonna, la reina blanca.

“Hip hopera”, mezcla de “soap opera” y hip hop: sí, pero no creo que esa suma simple ilumine un proyecto que se resiste a reducciones. Sus creadores son Lee Daniels, productor de al menos dos hitos en la representación de la feminidad afroamericana (Monster’s Ball en 2001 y Precious en 2009) y Danny Strong, que ya coincidió con Daniels en El mayordomo (con Forest Whitaker y Oprah Winfrey); y, como Kurt Sutter, recurren a referentes mucho más antiguos que los culebrones ochenteros. Por un lado, una obra de Broadway de finales de los 60, El león en invierno de James Goldman, que relata el momento en que Enrique II libera a su esposa, Leonor de Aquitania, tras una década de reclusión, y reúne a sus tres hijos para decidir quien será su heredero. Por el otro, obviamente, El Rey Lear de Shakespeare. Porque lo que los progenitores han creado es un reino musical y la serie retrata el momento de la sucesión. Los tres hijos tendrán que demostrar su valía artística y empresarial. Y es en ese nivel donde la fórmula (tras mezclar telenovela, potencia afroamericana y modelos clásicos)  encuentra su ingrediente más novedoso e interesante: fusionar Shakespeare con Operación triunfo, para reventar las redes sociales.

Todos los reality show tienen estructura de videojuego: se trata de superar pruebas, de eliminar a los enemigos, de llegar a la pantalla final. Pero integran una fuerte dimensión emocional, porque en cada temporada simulan varias novelas de formación en miniatura, auténticas metamorfosis personales, a veces con historia de amor o de catarsis incluida. La telerrealidad musical cuenta con la ventaja de poder incorporar la banda sonora a la biografía dramatizada. Es decir, los giros de inflexión, los momentos más intensos tienen su propia canción. Empire no sólo convierte en ficción el itinerario hacia el poder de los tres “concursantes” (los tres hijos), no solo incorpora la lógica de la estrella invitada (Snoop Dogg, Patti LaBelle y Courtney Love, entre otros), también produce singles incrustados en escenas memorables, una banda sonora que ya forma parte del panorama musical de 2015, nuevas estrellas. Como los participantes de Operación Triunfo y el resto de programas similares, sobre todo en sus primeras ediciones, esos actores y cantantes han entrado con una fuerza inaudita, en apenas tres meses, en el star system global. La novedad es que son ficción. Y no. Al mismo tiempo. Jussie Smollett, en el rol de Jamal Lyon, oveja negra de la familia por ser gay, es cantautor y ha participado en la composición de dos de los hits de la temporada, “I Wanna Love You” and “You’re So Beautiful”. Para que la complejidad de la serie no cese de crecer, durante el rodaje el actor declaró que era homosexual. Y en su piel oscura confluyen los genes de un padre judío, procedente de Europa del Este, y una madre con sangre también europea, además de africana y nativa americana. Finalmente, todas las biografías y todos los relatos de los Estados Unidos hablan de lo mismo: la migración. Y las series mestizas son ahora las más desafiantes.

(Publicado en Cultura/s de La Vanguardia)