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El roce del ángel de la historia; por Javier Cercas

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Angelus Novus (1920), de Paul Klee

Hay un cuadro de Paul Klee que se titula Angelus Novus. En él se muestra a un ángel que parece a punto de alejarse de algo sobre lo cual ha clavado la mirada. Tiene los ojos desorbitados, la boca abierta, las alas desplegadas. A algo así debe de parecerse el ángel de la historia. Su cara está vuelta hacia el pasado. Donde nosotros vemos una cadena de acontecimientos, él ve una única catástrofe, que amontona ruina sobre ruina arrojándola a sus pies. Él bien quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero entretanto sopla desde el paraíso un huracán que se enreda en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. El huracán lo empuja incontenible hacia el futuro, al cual vuelve la espalda, mientras el cúmulo de ruinas ante él va creciendo hasta el cielo. Esta tempestad es eso que llamamos progreso.

Lo anterior no lo escribí yo; lo escribió Walter Benjamin poco antes de suicidarse en Portbou, en la frontera francesa, adonde había llegado en septiembre de 1940, fugitivo de los nazis, con la esperanza de cruzar la Península y huir por Lisboa a EE UU. El fragmento de Benjamin, tan enigmático como otros del pensador alemán, ha sido objeto de interpretaciones contrapuestas; en torno a él (y al propio suicidio de Benjamin) gira Angelus Novus, la última novela de Bashkim Shehu traducida al castellano. Shehu sabe mucho de las ruinas que deja el huracán de la historia. Su padre, Mehmet Shehu, es una figura central de la Albania del siglo XX: baste decir que entre 1954 y 1981 fue el segundo hombre más poderoso de Albania y la mano derecha de Enver Hoxha, que hizo de ese país la dictadura más implacable y hermética del bloque socialista. Hasta que en otoño de 1981 se desató el huracán. Tras aceptar que uno de sus hijos se hiciera novio de una chica con familiares disidentes en el exilio, Shehu fue acorralado por la paranoia del régimen y empujado al suicidio antes de ser denunciado como traidor y enemigo del país, de que su mujer fuera condenada a 25 años de cárcel, su consuegro a 8, uno de sus hermanos a 12 y el otro se suicidase; en cuanto a sus hijos, el mayor también se suicidó, el mediano fue condenado a 15 años y el menor, Bashkim, a 18. Veintiséis años tenía Bashkim cuando sobrevino este apocalipsis, que ha contado en El otoño del miedo; esa experiencia se halla también en el origen de Angelus Novus. Aquí, un narrador que se identifica con Shehu cuenta su relación con un compañero del penal de Burrel llamado Mark Gjoka o Mark Shpendi; éste, que no ha gozado de los privilegios de hijo de jerarca del régimen de los que ha gozado Shehu y se ha pasado la vida intentando huir de su país y circular por “la gran autopista del mundo”, es un tipo excepcional, de una inteligencia y una memoria excepcionales, hasta el punto de que, en aquella cárcel “donde los delirios y los sueños se intercambian”, el narrador lo identifica con un avatar frustrado de Walter Benjamin. Por ahí la novela se convierte en una reflexión sobre el poder destructor del individuo que poseía el Gulag albanés y en una sutilísima descripción del “tejido orgánico de locura” que constituía aquel régimen de pesadilla; pero, además de reflexión y descripción, la novela es también exorcismo, o lo parece: una vez abolido el régimen, salen de la cárcel Shehu y su compañero, pero éste no se lanza a recorrer las grandes autopistas del mundo, sino a conjurar su vocación de suicida encerrándose a reflexionar sobre el suicidio de Benjamin, y es imposible apartar la sospecha de que, para el narrador, contar la historia de ese suicidio frustrado es su forma de conjurar su propio suicidio.

Bashkim Shehu pasó ocho años en las cárceles de Albania, hasta que salió en 1991, con el fin de la dictadura. En 1997 recaló en Barcelona, donde vive desde entonces con su mujer y sus dos hijas, escribiendo, que es una forma de volver la cara hacia el pasado para intentar despertar a los muertos y recomponer lo despedazado por el huracán del progreso. A veces, cuando se leen sus libros, igual que cuando se habla con él, uno siente un escalofrío, como si acabara de rozarle el ángel de la historia.