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El puesto del otro, por Fedosy Santaella

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Usted me va a creer un necio, pero no hay una cosa que me moleste más que la gente que se estaciona agarrando dos o más puestos. Frente a mi edificio pasa a cada rato. El otro día se estacionó tan mal una camioneta groseramente grande que se agarró como tres puestos —sin incluir el suyo.

Yo, por mi parte, siempre procuro, de los más decentico, parar a cierta distancia del carro que me antecede, pero nunca exagerada ni cómoda. Es decir, pienso siempre en los demás, en no ocupar mucho el espacio donde podría entrar el carro de otro. Soy así, terco con el deber ser, con la buena ciudadanía. En ocasiones hasta me ha provocado dejarle una nota al que se estaciona mal. Me he dicho que debería andar con un taco de post-its por allí, con el fin de pegarle un buen papelito amarillo a todo el que vea mal parado. Pero con el país como está, con toda esta violencia que nos envuelve, pues no me atrevo. Usted dirá que es una tontería mi preocupación con respecto a los puestos, pero yo creo que no lo es.

En el país del sálvese quien pueda (sin darme cuenta escribí «salvaje quien pueda») cada vez importa menos el otro. Si he da salir corriendo entre cientos de personas (doñitas, domésticas, señores panzones y calvos, milfs bien puestas, caballeros en corbatas, ciclistas en licritas) a conseguir papel higiénico, café o harina, si en mi casa no hay, si a mi familia le hace falta, ¿qué me importa el otro? El otro es un obstáculo que quiere lo mismo que yo, que quiere mi lugar en el mercado frente a los paquetes de harina recién llegada, que quiere mi puesto y mi carrito en la cola de la caja. ¿Ve como todo es cuestión de puesto?

El daño que estamos sufriendo no es simplemente económico. Nos estamos empobreciendo también espiritualmente. Pregúntese usted, lector que le gusta leer, a cuántos libros de retraso estamos con respecto a otros países. ¿A cuántos libros de retraso está la mejor librería de Caracas de una librería en México o en Buenos Aires? ¿Se lo ha preguntado? Por esa misma vía, ¿a cuánta civilización está aquel que se para como le da la gana en la calle de mi casa, aquel que ocupa mi posible puesto o del otro?

Nos dicen que el capitalismo es salvaje, que el capitalismo es egocéntrico. Yo no sé, pero en este país aparentemente anti-capitalista cada vez nos importan menos nuestros conciudadanos. Somos todos contra todos. Estamos en guerra, no sólo con el hampa, sino con nosotros mismos. De allí que en la calle no estén los policías, sino los militares. Guardias nacionales con metrallas, amenazantes, acostumbrados a que se les obedezca sin rechistar ahora nos sorprenden en cada giro de esquina. ¿Si un guardia nacional te para, qué harás? ¿Esgrimir tus derechos? La guerra es un estado de excepción, donde tú —el otro para el soldado— eres hormiga para su bota. Un guardia nacional en la calle no sólo nos vuelve más temerosos; también nos vuelve más violentos. La violencia es eso: la ruptura absoluta con el otro.

¿Debo decir que vamos hacia la total aniquilación del respeto ajeno? ¿O debo decir que ya estamos allí, en el país de la tiranía de los puestos? Porque, ya lo dije, al final todo es cuestión de puestos. Vivimos en el capitalismo de los puestos, de los cargos. Por el puesto, por los puestos, vivimos en constante campaña electoral. No se gobierna, se cuida el puesto, se hace propaganda constante para mantener y volver a ganar el puesto. Llevamos más de una década de campaña electoral, de promesas y correrías por el país. Una década padeciendo a los grandulones de los puestos, a quienes no les importa nada, sino sólo el puesto y los beneficios del puesto. Llevamos más de una década escuchando decir que tenemos derecho. Derecho a cualquier puesto que se nos antoje (en PDVSA sobran los casos). ¿Pero y los deberes? ¿Dónde quedan los deberes que van con todo eso? Deberes son responsabilidades, deberes son respeto. Siempre es más fácil ganar votos diciéndole a la gente que tú tienes derecho a un puesto. Más difícil es solicitarle al ocupante del puesto que se vuelva a montar y que por favor estacione bien. Pero ya sabemos, la violencia está a la orden de día, los militares están en la calle y vivimos en una constante campaña electoral que calla mucho, que miente mucho, que gobierna nada. ¿A quién le interesa un puestico frente a la acera de mi edificio, si otros puestos son más importantes? Dígame usted, dígame.