Blog de Rafael Cadenas

El hombre masa no tiene lenguaje, usa el que le imponen; por Rafael Cadenas

Por Rafael Cadenas | 30 de septiembre, 2016
Chema Madoz

Fotografía de Chema Madoz

La quiebra del lenguaje

(Segunda parte)

Para mí es evidente que Venezuela está aquejada de un grave descenso lingüístico cuyas consecuencias, aunque no sean fácilmente visibles, se me antojan incalculables. Resulta difícil percibir, sobre todo, las que sin estar a la vista, son las más importantes, pues tienen que ver con el mundo interior.

Tal vez otros países donde se habla español no le vayan en zaga a Venezuela en esto, pero solo conozco, o vivo más que conozco —¡y con qué desazón!— lo que aquí ocurre. Eso que nos afecta a todos, como oyentes, como hablantes, nos demos cuenta o no. En realidad, desconocemos sus repercusiones más hondas, más sutiles y más ocultas. En este campo sentimos, pero no advertimos mucho. Solo sabemos que el lenguaje actúa sobre el tenor de nuestro vivir, y ya eso es suficiente para apreciar su gravitante poder.

La situación no deja de ser peligrosa; un idioma puede decaer, empobrecerse, morir, sin embargo, nada se hace para afrontarla. Aquí también señorea sin mayores obstáculos la corriente de la descomposición. La sociedad ignora el problema; el Estado es pasivo; los institutos de educación fallan escandalosamente en la tarea que con respecto a la lengua les corresponde: la de enseñarla, la de trabajarla con el español de los estudiantes a fin de que mejore, y el principal medio de comunicación, la televisión, por un lado contribuye a difundir un español que cabe llamar standard, bastante insípido y no sin traslados literales, sobre todo del inglés, por otro lado, se aplica a fomentar, imponer y consolidar deformaciones o vulgaridades, siendo tal vez este lado el más eficaz. No he mencionado la radio porque si bien se oye mucho, dudo de su existencia; si admitiéramos que existe tendríamos que considerarla incomparablemente peor que la televisión. El principal mérito de la radio parece ser el de volver estridente la vulgaridad, aporte por lo demás superfluo en nuestro medio.

Trataré de ser objetivo: en la televisión hay excelentes programas tanto importados como hechos en el país —aquellos abundan más que estos— pero son precisamente lo que cuentan con menos televidentes. En razón de su calidad no pueden competir, son derrotados por los que el público frecuenta más, en parte porque la misma televisión lo ha acostumbrado a ellos. Es decir, después de habituarlo a productos de baja calidad, —como las telenovelas, esas escuelas de histerismo, desfachatada vulgaridad y pésimo lenguaje— tienen que seguir suministrándoselo. He oído decir que el lenguaje de las telenovelas es el que usan los venezolanos, que los libretistas llevan a la pantalla el que oyen en su ambiente y los directores y actores se encargan de la «manera» de hablarlo. Si es así, las telenovelas constituyen la prueba más contundente de que en punto a idioma sí se encuentra Venezuela en un estado de indigencia. [4]

Los periódicos contribuyen un poco más a sostener la lengua, pero habría que reprocharles la grave negligencia que se nota en el material procedente del extranjero, que se nos sirve en un español tras el cual percibimos sin esfuerzo los giros ingleses. Es, a veces, un inglés mal trajeado a lo español por traductores a los que la construcción propia de nuestra lengua les es o se les ha vuelto extraña y por periodistas que desconocen la frase española y por ello no pueden detectar el contrabando o periodistas a quienes simplemente les importa poco que nuestra lengua desaparezca, lo cual a la larga es posible. Las deformaciones pueden ir poco a poco —o tal vez rápidamente, nada es hoy lento— cambiando su faz, hasta volvérsela irreconocible.

Cabe afirmar, sin injusticia, que los medios de comunicación, son indolentes ante el idioma. A la televisión —vuelvo sobre este medio por ser el de mayor alcance y por considerar irremediable la radio— puede exigírsele, al menos, que mantenga un nivel de expresión aceptable, que no contribuya a desfigurar el idioma y que no recoja lo peor, pues suele darle profusa circulación a injustificables monedas lingüísticas.

La televisión magnetiza, su influencia no admite comparación con ninguna otra. Creo que la televisión, el automóvil y la propaganda le dan su nota más característica a nuestra época. De ahí que me haya demorado en este punto y no quisiera abandonarlo sin referirme a la propaganda, especialmente la televisiva. Cada planta golpea sobre un público inerme, incitándolo —a gritos o con tonadillas para embobecer— a comprar, comprar, comprar, lo que sea, limpiadores, detergentes, cigarrillos, automóviles, máquinas de afeitar, champúes, margarinas, leches condensadas, discos, jabones, o anunciándole los maravillosos espectáculos que le tiene preparados o entonando loas, en impar ejercicio de autoexaltación, a la calidad de sus programas, lo que no puede menos de tener un efecto que seguramente va más allá del estímulo al consumismo, el fomento de la masificación o el pábulo a la simple tontería. Pienso hasta en un efecto neurológico, difícil de rastrear. Tal vez lo más dañoso sea ese su desconsiderado golpeteo, esa su endemoniada repetición, su abusiva frecuencia que al decir de los expertos, no tiene parangón en los otros países. (…)

Sobre los institutos de educación haré, más adelante, en otro capítulo, algunas consideraciones.

La situación de deterioro que he descrito de manera muy sucinta tiene graves consecuencias para el venezolano. El desconocimiento de su lengua lo limita como ser humano en todo sentido. Lo traba; le impide pensar, dado que sin lenguaje esta función se torna imposible; lo priva de la herencia cultural de la humanidad y especialmente la que pertenece a su ámbito lingüístico; lo convierte en presa de embaucadores, pues la ignorancia lo torna inerme ante ellos y no lo deja detectar la mentira en el lenguaje; lo transforma fácilmente en hombre masa, ya que una conciencia del lenguaje es una de las mejores defensas frente a las fuerzas que presionan contra la individualidad. ¿Para qué seguir enumerando limitaciones? Sería nunca acabar. Ya se sabe que la lengua es como la armazón de toda la cultura.

Tampoco es mi intención inquirir sobre los factores que pueden haber ocasionado este deterioro, o adentrarme en ellos. Soy poco dado a este tipo de indagaciones. Me interesa el hecho actual. Por lo demás, casi todos están a la vista: la ruptura violenta con España, que alejó a Venezuela de su matriz lingüística, lo cual, idiomáticamente, no podía ser enriquecedor para ninguna de las partes; las guerras y dictaduras del siglo XIX y comienzos del XX, que impidieron un desarrollo normal de la educación y la cultura, pero no el de un primitivismo que todavía nos afecta: los caudillos locales han sido reemplazados por esos «patriotas» que «se meten» a la política con el fin de conseguir un cargo público, no para servir —esta idea corresponde a una constitución humana y social que ellos no tienen— sino para enriquecerse, lo que ha hecho de nuestra democracia un régimen insolvente, encubridor y hueco; las deficiencias en la enseñanza de nuestro idioma por las escuelas y liceos; el espíritu de masa que mira con desconfianza toda expresión que se separe del patrón general; hasta el machismo, para el cual hablar bien es sospechoso —de ahí que fomente el cultivo del mal lenguaje—, pero, sobre todo, la absoluta indiferencia por parte del Estado y de la sociedad: el asunto no figura en el catálogo de las prioridades; ni siquiera es visto como problema; les debe de parecer insignificante al lado de los «verdaderos problemas», sin pensar en que tal vez estos dependan, en cierto modo, de aquel.

«!Al diablo con el lenguaje! hay cosas más importantes que atender», parecería ser el lema imperante en el país (no sé si las «cosas más importantes» son en realidad atendidas). Aquí impera desde siempre la pasividad inconmovible. Tal sería la raíz del mal. El descenso idiomático se produce como secuela natural de esta actitud.

Por eso parece no importar mucho que los medios de comunicación propaguen usos de mala ley o que en las escuelas y liceos no se enseñe el idioma que probablemente hablamos o que las universidades venezolanas gradúen profesionales que no llegaron a conocerlo o que un lenguaje defectuoso no sea un obstáculo para ningún político o que los jóvenes hayan ido sucumbiendo a una especie de mutilación verbal al adoptar una jerga que solo contribuye a que su mundo se encoja. En fin, me detengo: temo perderme en la enorme red de factores que han influido en nuestro lenguaje actual. Solo he mencionado algunos y seguramente cada lector podrá agregar otros, pero deseo, sí, expresar de una vez una impresión muy firme en mí: esta situación de deterioro de nuestro lenguaje forma parte del deterioro general que padece la sociedad venezolana y no debiera considerarse, como suele hacerse, de manera aislada. ¿Cómo iba a quedar exento el lenguaje si es parte esencial del hombre? No pueden separarse; están unidos inextricablemente; el destino de uno afecta al otro y entre ellos se establece una constante interrelación que, al parecer, tiene la particularidad de estar a la vista y ser fácilmente pasada por alto.

Si la educación está en baja; si la corrupción se instala en el Estado y la sociedad sin que estos reaccionen vigorosamente, si dirigentes del país, se dedican a robarlo; si la justicia es burlada con facilidad por los poderosos; si nuestras pocas tradiciones desaparecen arrasadas por un desarrollo unidimensional, el único que conocemos; si en el ambiente físico campea la fealdad, el descuido, la dejadez, el abandono, la polución; si la tecnología impone su dominio acosando o desplazando la formación humanística; si los medios de comunicación están más al servicio de intereses parciales que de la comunidad, y en general la atmósfera del país es de descomposición, ¿va el lenguaje a permanecer indemne?

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Aunque parezca no haber relación entre todo esto y el lenguaje, no puedo dejar de conectarlos. Es fácil ver cómo los aspectos que he mencionado se vinculan entre sí, pero no tan fácil ver la relación de estos, y los que se me escapan, con el lenguaje. Lo que ocurre en la sociedad tiene que reflejarse en él, e inversamente, lo que le pasa al lenguaje tiene a su vez efectos en la sociedad. Con frecuencia se olvida también que este gravita más de lo imaginable sobre hechos que aparentemente no tienen conexión con él y a los cuales se les suele dar explicaciones de otra índole.

Creo que esto lo comprenderemos mejor en términos de cultura. ¿Puede ella existir sin una formación lingüística? ¡Y cuánto no depende, en el terreno económico o social o político, de lo que llamamos cultura! La formación lingüística a que me refiero incluye, desde luego, a la que es espontánea, la que se adquiere en el ambiente, sin más, cuando el lenguaje no se ha degradado, y la cual se entrecruza, en toda sociedad, con lo que se apoya en la transmisión escrita de carácter culto. (…)

Recordemos, por ejemplo, que hablar y pensar son funciones que se vinculan de modo indisoluble; no pueden existir la una sin la otra. Además el lenguaje no solo le da su rasgo más característico al hombre: también lo configura. «El mundo va conformándose para el hombre según la imagen del lenguaje, y cada nueva precisión idiomática es al mismo tiempo un aumento, un enriquecimiento de su mundo. Esto no se refiere solo al mundo externo, sino también al interno, espiritual y anímico. Así como el mundo externo va estructurándose en el niño al aprender este a designarlo, a captarlo idiomáticamente, así también se estructura y se forma su fuero íntimo por medio de la expresión idiomática. Alegría y dolor, amor y paciencia, aburrimiento y expectativa, franqueza y orgullo, etc.: todo ello va configurándose bajo la conducción de las palabras que el lenguaje pone a disposición del hombre. Y con tal proceso se va formando su naturaleza interior. Lo cual sin duda no significa que el lenguaje produzca los sentimientos sacándolos sencillamente de la nada. Algo de vida anímica debe preexistir. Pero ese algo es todavía informe e inaprensible y solo adquiere su forma y con ello su verdadera realidad al fundirse en los moldes idiomáticos prefigurados o, mejor dicho, al unirse a tales formas prefiguradas. Y puesto que cada lengua, como hemos visto, va acuñando esta actitud de un modo específico en cada caso, también el hombre se va formando dentro del lenguaje de un modo específico en cada caso».[6]  Podría afirmarse que, en gran medida, el hombre es hechura del lenguaje. Este le sirve no solo como medio principal de comunicación, para pensar y expresar sus ideas y sentimientos, sino que también lo forma. Está unido en lo más hondo a su ser; es parte suya esencial, propia, constitutiva. En cierto modo conocemos a las personas por su manera de usar el lenguaje. Este nos revela más que cualquier otro rasgo.

Hay otro aspecto que no debe formar parte de los que omito forzosamente en razón de lo extenso del tema: un descenso del lenguaje debilita y hasta puede cortar nuestros vínculos con el pasado, quitarnos el suelo histórico al que pertenecemos, pues hablar una lengua es una filiación a un territorio cultural específico. La desmemoria que se observa en el mundo moderno quizá tenga que ver con ese descenso, ya que el lenguaje es vía cardinal de comunicación no solo en el presente, sino también con el pasado. Cuando hablamos, en nuestras palabras resuenan siglos; cuando leemos libros de épocas remotas nos topamos palabras que aún decimos. Se trata de un hilo que viene del ayer, y está entrelazado con el de la historia.

Permítaseme una referencia personal dentro del ámbito lingüístico a que pertenezco. Me emociona pensar que las palabras que yo pronuncio son las mismas que pronunciaba, por ejemplo, Cervantes, o encontrar en sus obras las palabras de mi infancia oídas tantas veces en bocas de mis abuelos o mis padres o compañeros de escuela o de juegos. El lenguaje está cargado hasta los bordes de tiempo. Nos sumerge en el pretérito o nos lo trae a nuestro hoy. Rezuma formas de vida por todos sus poros y él mismo es forma.

Supongamos que nuestro lenguaje actual vaya distanciándose cada vez más de aquel en que están escritas las obras clásicas de la literatura, o aun, me aventuro sin titubear, las modernas, y alguien que no sea un lector intente leerlas ¿no sentirá que están en una lengua extraña, casi muerta? Es lo más probable, y ¡qué descorazonador! Porque esas obras están en una lengua más viva, más abundante y más rica que la usada por nosotros en la vida corriente.

El asusto es vasto. Desborda los modestos límites que se le suelen asignar. Habría que verlo en relación al hombre moderno que le ha dado la espalda a todo lo que no cabe en el limitado círculo de sus intereses, y con el lenguaje ha hecho lo mismo que con otros valores: lo ha puesto en trágico olvido. Es una miseria más que faltaría por añadir a las que le han señalado pensadores como Spengler, Ortega, Jung y muchos otros. ¿Añadir? ¿No se nos habrá escapado su verdadero rango? ¿No será esta omisión un signo que revela una incapacidad para estimar debidamente el puesto de la lengua en el mundo del hombre?

Siempre me ha sorprendido que la mayoría de los pensadores que se han dado a la faena de ahondar en los más diversos aspectos del hombre de nuestra época dejen de lado la cuestión del lenguaje, el cual debe estar detrás de todas las crisis que lo afectan, condicionándolas o sufriendo sus efectos, en estrechísima correlación, en franco o subterráneo nexo, en sutil o marcado compás. En rigor, lo que ellos defienden es el individuo, que está amenazado sobre todo por la masificación, y aunque el lenguaje es parte importante de esta situación dramática, no lo toman en cuenta o lo tocan muy de paso. Para mí, al menos, es evidente que alguien consciente de lo que son las palabras estará en mejores condiciones para resistir todas las formas de manipulación que atentan contra su individualidad; es improbable que no pueda detectar las imposturas al uso; difícilmente caerá en la trampa del gregarismo. El hombre masa no tiene lenguaje; usa el que le imponen. Cuando comienza a tenerlo, es decir, cuando pone atención a las palabras y va dejando de usarlas mecánicamente, ya está en camino de zafarse de la hipnosis a que estaba condenado. Seguramente que las fuerzas manipuladoras saben que la conciencia del lenguaje es un bastión del individuo; y ya que hablamos de este, me atreveré a dar otro paso: creo que así como la educación lingüística —que no se debe confundir con el estudio de la lingüística— es condición para el conocimiento de los demás, también lo es del propio, sin el cual no puede hablarse de individuo. La educación lingüística a que me refiero, es por lo menos, entre otras cosas, una educación en exactitud, necesaria en el proceso de autoconocimiento.

[4] Por su popularidad, la novela es un género importante. Con calidad, sería un gran instrumento de cultura Ocurre todo lo contrario. A más de reafirmar y expandir la pobreza de lenguaje existente, afianza ideas y prejuicios que carecen de vigencia y que una gran parte del mismo público que las ve, dejó atrás hace tiempo. En lugar de impulsarlo hacia nuevas posibilidades, lo empantana aún más. Parecen elaboradas adrede para hacer retroceder o estancar al público. En esto reside, a mi ver, su mayor inmoralidad. Hay excepciones, desde luego, pero muy pocas, lo cual es de lamentar.
[6]  Otto Friedrich Bollnow, Lenguaje y educación. Sur. Buenos Aires, 1974.

(Fin de la segunda parte)

En torno al lenguaje, Colección Letras de Venezuela, 82. Dirección de Cultura, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1985. Curaduría: Josefina Núñez

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Rafael Cadenas 

Comentarios (3)

H.Augusto Pietri
3 de octubre, 2016

Con todo lo afirmado por el poeta Cadenas, no queda mas que afirmar el papel de los medios de comunicacion en la construccion del lenguaje cotidiano. Da vergüenza ajena leer cierta prensa dedicada a degradar el lenguaje en un afan coloquialista, del cale, del slang, del verbo callejero, pensando tal vez, que asi se puede llegar a mas publico, se puede vender mas y a la larga considero es una forma de maltratar y deformar el idioma, ademas de ir rebanando la capacidad de entender en un lenguaje claro, universal, el mensaje de las noticias. Ni hablar de la red y la tv, la radio…donde individuos aplicados al oficio de comunicadores, cometen toda clase de estropicios contra el idioma. Capitulo aparte el de la clase politica, aun la que se dice estudiada, cuyo lenguaje denota serias fallas desde sujeto y predicado en adelante. Ojala se tomase en serio el articulo del poeta Cadenas, sobre la enseñanza y difusion de nuestra española.

Esteban Lopez Rosales
6 de octubre, 2016

“El hombre masa no tiene lenguaje , usa el que le imponen” . Cuan cierto es , y a consecuencia de ello nos desvanecemos como sociedad, se va diluyendo nuestro patrimonio ( tangible y no tangible); y al final no sabemos de adonde venimos ni adonde vamos. Excelente y agradecido al poeta Cadenas, por este articulo

Eva Polgar
6 de noviembre, 2016

Interesantísimo ensayo. Qué pocos se ocupan del lenguaje hoy en día…Mi amor al Español se ha acrecentado desde que salí de Venezuela. Me molestan los anglicismos y peor aún, el uso más que liberal del Spanglish, aquí en Estados Unidos, incluso entre un círculo de intérpretes, con quienes trabajo diariamente.

En cuanto a los periódicos de mejor reputación de Venezuela, como El Universal y El Nacional, observo cómo los correctores, sea en imprentas, dejan deslizar error tras horror, y en las publicaciones de internet, peor aún. A nadie parece importarle, pues no han mejorado para nada. Así nos vamos deslizando en la anti-gramática y los graffitis y esos telegramas mal paridos: los textos en celulares, otra bomba que se le colocó a nuestro lenguaje.

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