Blog de Rafael Cadenas

El cuerpo está hecho de memoria; por Rafael Cadenas

Por Rafael Cadenas | 17 de octubre, 2016
Anish Kapoor 3

Svayambh (2007), de Anish Kapoor

La quiebra del lenguaje

(Tercera parte)

El lenguaje es inseparable del mundo del hombre. Más que al campo de la lingüística pertenece, por su lado más hondo, al del espíritu y al del alma. En otras palabras, no puede hablarse separadamente de un deterioro del lenguaje. Tal deterioro remite a otro, al del hombre, y ambos van juntos, ambos se entrecruzan, ambos se potencian entre sí. Por eso en la defensa del hombre ha de incluirse la del idioma, y la de este no reducirse a sus fronteras específicas.

De la incapacidad para ver esta relación procede ese restringir toda preocupación por la lengua al terreno cercado de una especialidad muy técnica.

En realidad, el lenguaje siempre se trasciende a sí mismo. Lo que le pasa es síntoma que apunta a una causa ajena a él, y a su vez, actúa sobre la esfera no lingüística. ¿No es él la nota humana por excelencia? ¿No forma como la otra cara de cada ser? ¿No es el fundamento del mundo del hombre, de la cultura? Sin embargo, no suele volverse sobre sí mismo en ademán de auscultación. Es un instrumento que se usa y nos usa sin que pongamos en él los ojos para ver su estado, en sesgo de autoconciencia.

El mundo moderno ha entronizado un desdén hacia todo lo tocante a la lengua todavía mayor al que la historia nos acostumbró a aceptar. No deja de ser extraño que esto ocurra en la época de mayor auge de la lingüística. La inesperada paradoja se me antoja significativa; tal vez nos está diciendo que a la lingüística la atraen más sus teorizaciones que el destino de la lengua, y por eso, en vez de cuidarla, la convierte en objeto de laboratorio, la vivisecciona. Ciertamente, su enfoque fenomenológico, imparcial, aséptico, revela una falta de sentir que se traduce en una especie de impasibilidad complaciente ante deformaciones y fealdades idiomáticas por el solo hecho de que existen. Así, la lingüística, respaldada por su prestigio de ciencia —sabemos que esta palabra es mágica— ha estimulado la tendencia general de permitirlo todo.

Hemos pasado de une extremo a otro: de la actitud envarada de los académicos puristas del siglo pasado, condenadores vehementes de defectos que muchas veces no eran tales, a la óptica de la lingüística cuya posición se parece mucho a la complicidad. Hasta creo que puede ver imperturbablemente cómo se desmorona un idioma. La rigidez fue reemplazada por la licencia; la manía purista cedió el puesto a la impasibilidad científica; la obsesión por lo correcto dio paso a una aceptación de todos los descarríos. Los académicos pretendían cuidar celosamente el caudal legado; los lingüistas lo observan para registrar sus cambios, estudiar su anatomía, teorizar impecablemente, sin pronunciarse, pues su ciencia es solo descriptiva. Aquellos eran fiscales ceñudos, estos son observadores que van con la corriente del uso, sea cual sea. Decretan la pasividad.

¿No estaremos hoy en condiciones de buscar un equilibrio entre ambos extremos?

Tal vez sea este el momento de sustraerse a ambas posiciones. Ni actitud de dómines que se dan mezquinamente a cazar faltas menudas ni actitud de científicos que no toman partido y en cuyas manos se diluye toda diferenciación. Habría que buscar otro punto de mira.

Pedro Salinas señala que las academias se arrogaron una autoridad despótica, y al desprestigiarse estas y cobrar auge la concepción positivista de las lenguas que las ve como «organismos naturales de evolución fatal e independiente del ánimo del hombre, se vino al otro extremo del péndulo: la reducción del trabajo del ser humano sobre el idioma a un simple registrar de fenómenos indominables, y el abandono de toda tentativa de influir en los destinos de la lengua por considerarlo como un desmán contra una supuesta ley natural. De la autocracia se pasó a la anarquía. O algo peor, a lo que yo denominaría el panglosismo».7 Que, acoto, lleva a una laissez faire. De la rigidez académica hemos dado en un libertinaje lingüístico peligroso que los especialistas no pueden afrontar, pues están desarmados por su propia postura, esa de insensible neutralidad que ve como simple fenómeno de laboratorio todo uso que aparezca; y lo de laboratorio es casi literal: a veces dotados de aparatos, que de paso les atrae las simpatías del Estado al darle a su disciplina ese color de ciencia que tanto le gusta, andan recogiendo y estudiando rasgos, cambios, diferencias; pero una falla los limita. El sentir, en ellos, está debilitado; no pueden estimar. Como investigadores, no como hombres, deben dar de lado el instinto de valoración, pues así lo exige su propia especialidad; esta les arrebata lo que no requiere, lo cual no dejará de ser conflictivo para muchos de ellos. En algunos, no obstante, existe una verdadera preocupación por lo que le ocurre al lenguaje.

Ver como «desmán contra una supuesta ley natural» toda intervención me parece una observación capital que resume la objeción más frecuente a toda iniciativa respecto al lenguaje. Como la lengua la hace la gente —el pueblo, precisan algunos— hay que dejarla seguir su curso. En otras palabras, quienes presuntamente la han hecho pueden deshacerla, aunque la cultura se derrumbe. Es como si los obreros que han levantado un edificio comenzaran a derribarlo sin saber lo que hacen y nadie tratara de impedirlo. Los especialistas del lenguaje se atienen a lo de voz del pueblo, voz de Dios, o a la versión moderna de la misma tontería: el pueblo nunca se equivoca. Claro que se equivoca, y mucho, y en todo, no solo en materia de lenguaje. Esta beatería no difiere, en el fondo, de un fetichismo popularista, que esta vez aparece, inesperadamente, en una facción de estudiosos profesores universitarios. Con todo, por su excelente conocimiento del lenguaje, los profesionales de la lingüística pueden contribuir, como guías, en su enseñanza y en la investigación.

Debo añadir que no es la transformación de la lengua lo que me parece mal. ¿Quién podría estar contra ese proceso? Lo que considero grave es que la olvidemos y, por olvidarla, surja en su lugar otra, de emergencia, inventada, hecha con retazos del inglés; de la jerga juvenil, procedente a su vez, en parte, de la que usa el hampa; de los clichés que implantan los medios de comunicación. Esta sustitución, que ya nos es dable entrever, cortaría nuestro contacto con todo lo que la tradición guarda en sus arcas, con todo lo perdurable creado en nuestra lengua. Alego, sobre todo, a favor de su vieja riqueza, sin que ello signifique oposición a lo nuevo. Mucho de lo que brota tiene validez, mas para que se inserte sin causar daño en el lenguaje, este ha de tener cuerpo y el cuerpo está hecho de memoria. Es el ayer vivo de la lengua lo que no debe perderse. Cuando una comunidad conoce bien su lengua y está en condiciones de apreciarla y quererla, puede recibir sin riesgo todos los aportes. De otro modo, es posible no que esta cambie, si no que se la cambien, sin que se dé cuenta, fuerzas muy ciegas.

7 Pedro Salinas, El defensor. Alianza Editorial. Madrid, 1967. p. 312.

(Fin de la tercera parte.)

 KARL KRAUS

Es imposible, y seguramente ocioso, decidir cuál de las dos crisis, si la del mundo moderno o la del lenguaje, tiene prelación. Para Karl Kraus parece ser esta la que antecede. Digamos, para no meternos en contrapuntos infértiles, que van juntas, apoyándose, sosteniéndose, alimentándose una a otra.

En un momento de su vida —¿cómo no iba a serlo si la historia lo había puesto entre Hitler y Stalin?— Kraus acudió a refugiarse donde solía, «en la casa segura del lenguaje» (ins sichere Haus der Sprache) pero «no sin señalar que hasta el lenguaje estaba enfermo y polucionado, ganado también él, para la podredumbre general».1

Que haya sido Kraus un crítico de esta civilización y que el soporte de esa crítica fuese el lenguaje, ya se me antoja muy revelador.

¿No se refleja el descenso espiritual de nuestro mundo, su carencia de alma, en el lenguaje mismo, en el modo de usarlo?

En su libro «Hein und die Folgen» está la idea fundamental de Kraus «según la cual la corrupción lingüística era la causa de la degradación de los pensamientos y las conciencias, y que las personas que escribían y hablaban mal debían también pensar y actuar mal. La fraseología, según él, parecía impedirles darse cuenta de su decadencia espiritual».2

Si nos guiamos por estas palabras de Kohn no cabe duda de que en el proceso de descomposición que sufre el mundo moderno, Kraus le da la primacía a la corrupción de la lengua. Ignoro quién podrá dictar un fallo al respecto, pero la originalidad de Kraus estriba en haber optado decididamente por el aspecto que todos los pensadores y escritores han relegado, y haberlo hecho con una vehemencia que no solemos ver en la defensa de causas tan incompresiblemente desdeñadas como esta del lenguaje. Debo confesar de una vez que el punto de vista de Kraus ejerce una especie de fascinación sobre mí. Desde hace tiempo nació y crece en mí la sospecha de que al hablar de los problemas del mundo moderno, hemos olvidado un dato: el lenguaje, y que ese dato es más importante de lo que se ha creído, pero tal vez se trate de un dato que se oculta misteriosamente, se sustrae a las miradas más sagaces, se pierde entre el conjunto de las causas porque seguramente para verlo se requieren ojos más naturales, aptos para percibir lo evidente, que a veces se vuelve lo menos advertible.

Al nazismo, y sirva este hecho de referencia ejemplar, Kraus lo combatió a través de la lengua alemana, penetrando en la fraseología de sus propagandistas para desenmascararla. Pero Kraus rebasa los linderos de esa batalla para librar, siempre desde la lengua, su lucha mayor contra esta civilización y en defensa del individuo, de la interioridad, de la belleza. Su preocupación por la lengua es inseparable de esta lucha.

Para Kraus «la civilización actual es una vasta conspiración contra todo asomo de vida interior».3 Sabía temprano lo que se ha agudizado, lo que se ha extremado hasta la desesperación, hasta límites que resultan insufribles aun para personas con menor sensibilidad lingüística que Kraus.

¿Cómo realizaba su labor de desenmascaramiento? Kraus consideraba que el descuido en la escogencia de las palabras no era, en rigor, sino «la seña tangible de una mentira o una tontería oculta, la prueba de que algo estaba podrido en la base».4

¿Cuántas veces no hemos tenido igual sentir ante tantos escritos donde campea la inexactitud, tal vez el signo más revelador de embaucamiento o estulticia?

 Kraus partía de la idea, para la cual aspiro una atención que nunca se le ha dado, de que «toda depravación de la palabra permite reconocer la depravación del mundo».5

Otra frase definitiva de Kraus viene aquí a punto para indicarnos las ideas de fondo que le sirven de base. «Es en sus palabras y no en sus actos donde yo he detectado el espectro de una época».6 Aparte de la precisión y del carácter lapidario de la frase, lo que más llama la atención en ella es la trastocadota originalidad de darle, yendo contra la corriente, mayor peso a lo que casi nunca se toma en cuenta a la hora de hacer alguna valoración. ¡Y qué lejos de la crítica académica se sitúa la de Kraus! Es la de un artista lingüísticamente hiperestésico y la de un pensador alarmado ante los horrores de nuestra época.

Con ánimo de abundar en el aspecto que más me interesa subrayar, traigo estas palabras sorprendentes de Erich Heller sobre Kraus: «Él descubrió los vínculos entre un falso imperfecto de subjuntivo y una mentalidad abyecta, entre una falsa sintaxis y la estructura deficiente de una sociedad, entre la gran frase hueca y el asesinato organizado».7

En esta relación tan escandalosamente inadvertida a través de la historia vale la pena detenerse, sobre todo en nuestra época de creciente barbarización, que menosprecia aún más el problema de la lengua.

La imprecisión del vocabulario era una de las causas mayores de los males no solo del lenguaje sino del mundo, pues, insisto, nadie como Kraus ha visto la inseparabilidad entre el universo del discurso y el humano. «Cuando las palabras se desvían de su sentido, decía él, comienza a reinar la impostura. Entonces la neurosis no está lejos. Todos dejan de creer en las palabras que emplean: el gobierno, los periódicos mienten, pero nadie es tonto y de ello resulta una descomposición de todo valor moral».8

1 C. Kohn. Karl Kraus – Didier. París. 1962. P. 71. Non sans remarquer que même le langage était malade et pollué, gagné, lui aussi, par la pourriture generale.

A propósito de la lengua como refugio, cabe citar aquí un poema de Iván Turgéniev, «El idioma ruso».

«En los días de incertidumbre, en las horas negras y de augurios sombríos sobre el porvenir de la patria, solo en ti encuentro apoyo y sostén, ¡oh majestuosa, incorruptible y libérrima lengua rusa!

Si no fuera por ti, ¿cómo no abandonarse a la desesperación, en presencia de lo que nos ocurre? ¡No, no es posible creer que tal idioma no le haya sido dado a un gran pueblo!».

(De Senilia. Zig-zag. 1944)

 2 Op. Cit. pp.129-130 selon laquelle la corruption linguistique était la cause secrète de la degration des pensées et des consciences, et que les gens que ecrivaient et parlaient mal, devait finalement penser mal et agir mal. La phraséologie semblait, selon lui, les empécher de s’apercevoir de leur dechéance spirituelle.

3 Ibid. p. 285. La civilization actuelle est une vaste conspiration contre toute espèce de vie interieure.

4 Ibid. p. 306. n’était pas en realité que le signe tangible d’un mensonge ou d’une sotisse cachée, la preuve que quelque chose était corrompu a la base.

5 Ibid. p. 309. Toute dépravation du mot permet de reconnaître la dépravation du monde.

6 Ibid. p. 325. C’est dans ses paroles et non dans ses actes, que j’ai décelé l’espectre de l’époque.

7 Ibid. p. 311. Il a deconvert les liens entre un faux imporfait du subjonctif et une mentalité abjecte, entre une fausse syntaxe et la structure déficiente d’une société, entre la grande phrase creuse et le meurtre organisé.

8 Ibid. p. 307. Quand les mots sont détournés de leur sens propre, disait —il, l’imposture commence a regner. La névrose alors n’est pais loin. Null ne croit plus aux mots qu’ill emploie: le gouvernement, les jorneaux mentent, mais personne n’est dupe et il en resulte une decomposition de toute valeur morale.

(Fin de la primera parte)

En torno al lenguaje, Colección Letras de Venezuela, 82. Dirección de cultura, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1985. Curaduría: Josefina Núñez

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Rafael Cadenas 

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