- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

El apocalipsis en Guam; Rafael Rojas

Fotografía de Reuters

Fotografía de Reuters

La televisión única de Corea del Norte repite y repite la imagen: Kim Jong Un, desbordando una pequeña silla rodante, frente a una gran pantalla de computadora, digita una tecla y una lluvia de misiles se dispara contra la isla de Guam. A su alrededor, un pequeño grupo de jóvenes uniformados salta de alegría y agita los brazos en el aire, como si celebraran el triunfo de las invencibles tropas del camarada Kim Il Sung contra los perversos japoneses.

Corea del Norte ha perfeccionado a tal grado los ardides de la Guerra Fría que hace de la amenaza de conflicto nuclear en el Pacífico un espectáculo de realidad virtual. Habría que estudiar mejor ese mecanismo de cohesión interna, basado en la inminencia, ya no de una invasión extranjera sino de una hecatombe nuclear, en la Unión Soviética y Cuba. Más allá de los paralelismos, en ninguno de esos países se llegó a los extremos de una capitalización mediática del horror, como en la nación asiática.

El programa nuclear de Corea del Norte ha sido durante décadas un arma de presión de la dinastía gobernante sobre la comunidad internacional. Pero si en la Guerra Fría, la URSS utilizaba la carrera armamentista para ganar posiciones a nivel global, a costa del tenso entendimiento con Estados Unidos, ahora Corea del Norte la utiliza para conseguir, no legitimidad mundial, que no le interesa, sino consenso interno y coartadas para la represión. Pyongyang es el caso paradigmático del paria internacional que se acomoda a su status y saca ventajas del aislamiento.

Ventajas que no son, propiamente, geopolíticas, en términos globales o regionales. La agresividad de Corea del Norte no le gana mayores apoyos de China o Rusia, como se ha visto en las últimas semanas. Moscú y Beijing han respaldado las más recientes sanciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas contra Corea del Norte. El único gobierno que, explícitamente, mantiene su respaldo, no sólo al programa nuclear, sino a toda la política de Pyongyang, es Cuba. Los estudiosos de las relaciones internacionales cubanas, absortos en el análisis del vínculo con Estados Unidos, nunca se detienen en esa rareza, que forma parte del mismo conflicto bilateral.

Tal vez, Kim Jong Un y sus asesores piensen que llevando la fantasía al paroxismo, como el escenario de un ataque nuclear contra las bases norteamericanas en Guam, lograrán que China y Rusia se enfrenten a Estados Unidos, Japón, India y Corea del Sur, que desde hace años trabajan en una alianza militar para el momento en que la pesadilla se vuelva realidad. Pero, en la práctica, la única ganancia que obtiene la dinastía comunista es la de la unidad doméstica contra la amenaza externa.

¿Es eso suficiente para gobernar un país como Corea del Norte? Ciertamente no, pero, como sabemos, hay gobernantes y gobernantes y los norcoreanos han hecho de la precariedad en las condiciones de vida de la mayoría de la población, una virtud. El PIB per cápita de Corea del Norte se mueve alrededor de los 500 dólares, mientras que el de Corea del Sur está cercano a los 30 000 dólares, tres veces por encima del de México y otros países latinoamericanos.

La nueva amenaza nuclear de Corea del Norte llega cuando en la Casa Blanca reside Donald Trump. Como si las sanciones del Consejo de Seguridad fueran poca cosa, Trump entra en el mismo juego, pueril y macabro, de imaginar el apocalipsis y promete “furia” y “fuego”, “como el mundo nunca ha visto”. La frase está inspirada, al parecer, por una canción insufrible del grupo de rock cristiano Skillet, en la que un corazón ardiente destruye témpanos de hielo.