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Despachos desde el sur de Israel (2): ¿Tregua?; por Liliana Lara

Espero que haya silencio, para poder escribir esta nota. Al fondo, el ruido de la lavadora funcionando, el televisor lejano y, más allá, las explosiones repetidas. El silencio que espero es el de las explosiones. Los ruidos de la casa son más bien un paliativo. Se habla de una tregua que será acordada esta misma noche y sin embargo el contrapunto de detonaciones parece negarlo. El corresponsal de la BBC en el Medio Oriente, Paul Danahar, escribió en su cuenta de twitter que el ejercito israelí preparaba un ataque nocturno a las poblaciones aledañas a Gaza, que antes del ataque habían lanzado desde aviones esquelas pidiendo a la gente que abandonara el lugar, que el Hamas había dicho que se trataba de una trampa y había pedido que nadie abandonara sus casas.

Espero que en realidad todos se hayan ido.

Entonces pienso que no hay sirenas, pero hay esquelas del otro lado de la frontera. Papeles flotando en el aire, que bajan con las brisas y traen malas noticias. Noticias que los habitantes de la franja no saben cómo interpretar porque vienen de aviones enemigos.

Hoy en la mañana por fin abandonamos nuestro encierro. El ayuntamiento organizó un paseo para los niños y madres de la zona a un parque lleno de juegos y todo tipo de atracciones. Al principio me negaba a ir. Me parecía inaceptable que mis hijos y yo cayéramos en tal escapismo. Luego miré a mis hijos tanto tiempo encerrados y pidiendo explicaciones que yo misma no puedo dar. Entonces me di cuenta de que igualmente organizo todo tipo de escapismos puertas adentro. Qué más da uno más, colectivo, lleno de niños. Mucho bien nos haría esta tregua.

Mientras nos montábamos en el autobús, un cohete fue interceptado por el escudo anti misiles. En el aire, las medusas de humo señalaban el lugar de la explosión. Los restos del cohete caerían más allá.

Ya dentro del autobús, los niños iban gritando y poco o nada se hablaba de guerras. Yo misma perdí la noción de los acontecimientos y me dediqué a mirar en la ventana los sembradíos. Dejamos atrás la geografía bélica del sur del país y subimos el monte Zion, camino a Jerusalén, la dorada, la supuestamente intocable.

Cuando llegamos al parque, los niños corrieron a los juegos y las madres a sus teléfonos. Entonces volvimos a la guerra: noticias, alarmas, opiniones encontradas. Al parecer, nos habíamos salvado de la lluvia de bombas de aquella mañana.

Yo temblaba cada vez que las plantas de los pies de algún niño caían con más fuerza de lo normal sobre el plástico de algún castillo inflable. Un boom seco, como de bomba. Otros se estremecían cuando una voz en un parlante le anunciaba a alguna madre que su hijo perdido le esperaba en la recepción. Un chirrido muy parecido al que precede a la sirena. Falsas alarmas, nos decíamos, y nos dedicábamos a perseguir niños, comprar helados, ver el paisaje de Abu Gosh a lo lejos.

Mientras nos montábamos en el autobús de regreso, mi hija me dijo que estaba sonando la alarma. No – le dije – son ideas tuyas. Otra niña también lo dijo y otra madre también lo negó con mucha más euforia que yo. NO – grito – NO es nada. Entonces supe que SÍ era la alarma y que nada podíamos hacer en un autobús lleno de niños. NO es nada – dije también. Las otras madres también lo repitieron porque temíamos una estampida, un apelotonamiento de niños tratando de salir por la pequeña puerta del autobús, etcétera. El chofer espero que una voz en el transistor le anunciara que era seguro partir.

En mi teléfono pude confirmar la noticia: dos cohetes lanzados desde Gaza a Jerusalén. Dos sirenas que detuvieron a la ciudad y despertaron fantasmas de antiguas guerras.

Un sms acaba de estremecer mi teléfono mientras escribo esto con la orden de permanecer dentro de los lugares protegidos, ya no a quince segundos de ellos, como de costumbre.

Espero que en realidad esta noche se llegue a un acuerdo de tregua.

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