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Del virtuosismo a la sencillez (y viceversa), por Rafael “Pollo” Brito

Lo más común en la vida del músico es, evidentemente, comenzar su carrera tocando cosas sencillas. Sea música venezolana, bolero, jazz o rock, uno siempre comienza aprendiendo unos acordes básicos que te permitan sacar algunas canciones sencillas. Y así cada quien empieza a armar su repertorio, con esas primeras piezas que logró aprender a ejecutar bien.

Esas canciones sencillitas pero queridas quedan como parte inseparable del comienzo de cada uno. Y, aunque algunos no lo crean, hay mucha gente a la que no le interesa el virtuosísimo o no entiende mucho de armonía ni de ritmos complejos, y prefieren esos temas sencillos. Por eso uno no debe olvidar esas primeras canciones con la excusa de acostumbrarse a un repertorio nuevo y más complejo. Esos temas deben tener un lugar, porque están cerca del afecto de la gente.

Los artistas olvidamos que existen “Como llora una estrella” o “Pajarillo verde”. Dejamos a un lado a “Compadre Pancho” o “La lancha Nueva Esparta” porque son piezas con las que, aparentemente, no pueden hacerse muchas cosas o, al intervenirlas, se desvirtúa la sencillez original con la que en algún momento se compuso. No es adrede ni tiene que ver con soberbia o desmemoria: son canciones que todos tenemos en el afecto, en el alma. Creo que más bien tiene que ver con un poco de descuido y de costumbre, con el afán por mostrar cosas nuevas. Y precisamente por eso debemos tener tanto cuidado, porque ese huequito puede convertirse en la tronera por donde se van las cosas sencillas al olvido. Tuve una experiencia con una de esas canciones, gracias a Chuchito Sanoja: “Caramba”, de Otilio Galíndez, cantada junto a un músico y maestro de la plástica como Jesús Soto.

Y aquí hago una salvedad: que sean temas sencillos no significa que sean fáciles de ejecutar, pues esas canciones están tan instaladas en la memoria de la gente que allí el virtuosismo puede convertirse, incluso, en un error. En la música venezolana, por esas dinámicas tan sabrosas del contratiempo de nuestra música, hay muchos virtuosos capaces de llevar la ejecución de un instrumento a niveles muy altos, pero cuando ese virtuoso no puede tocar algo sencillo, sin acordes alterados, ritmos raros ni complejas improvisaciones, porque no está acostumbrado entramos en zonas peligrosas para el patrimonio musical.

Y no se trata de moda ni de que antes se tocaba de una manera y ahora se toca deba tocar de otra. Además de creer en su música e interpretar cuanto quiera con ella, el músico tiene que pensar en la gente que lo va a escuchar. Porque en ese antes existían personas como el señor Ángel Melo, quien fue uno de los precursores de la armonía en el cuatro, y lo sencillo se mantenía. En ese antes estaba El Cuarteto y lo sabroso de las canciones sencillas se mantenía. En ese antes estaba el Ensamble Gurrufío, donde se juntaba el virtuosismo de cada uno de sus integrantes, y piezas como “Apure en un viaje” o “El diablo suelto” conservaban en su sencillez la potencia necesaria conectarse con quienes los escuchan.

De una manera u otra, uno siempre tiene como referencia ese primer maestro que escuchó tocar. Por ejemplo: Hernán Gamboa, Cheo Hurtado o el maestro Fredy Reyna. Y si algo los convierte en maestros es haber logrado construir su propio estilo gracias a un incuestionable talento que, al mismo tiempo, mantienen cerca de lo natural, lo básico, lo sencillo. Es como para aprenderse todas las consonantes decidiéramos olvidar esas cinco vocales que, además de ser lo primero que aprendimos, son la base de todo.

Por eso hay que tener cuidado con esa expresión tan común de “como se tocaba antes”, porque cuando en un concierto una señora mayor quiere escuchar un tema sencillo y que sea capaz de conmoverla, también está esperando que ese tema se toque ahora, en ese presente suyo que ha decidido compartir con quienes están en el escenario, pero respetando el lugar que esa canción ocupa en su memoria emocional.