Blog de Arturo Almandoz

De fascículos y enciclopedias; por Arturo Almandoz Marte

Por Arturo Almandoz Marte | 17 de febrero, 2015
De fascículos y enciclopedias 640

Las meninas. Pintura al aceite, por Diego Velásquez. Ubicada en el Museo del Prado

1.

Quizás porque había pocos libros en nuestra casa de San Bernardino durante mi infancia, recuerdo con nitidez unos gruesos tomos empastados en negro con letras doradas que eran guardados con veneración por papá. Habían pertenecido a su tío materno, el poeta José Antonio Ramos Sucre, según atestiguaba el exlibris de la primera página, así como las iniciales grabadas en los lomos. De sus folios sepias y enmohecidos, diseñados a doble columna si mal no recuerdo, había abrevado el “tío políglota”, como lo llamaba papá, parte de la cultura clásica y humanística que desplegara no sólo en sus poemas eruditos, sino también en sus lecciones en liceos caraqueños, antes de la partida a Ginebra.

Estando yo apenas iniciando la primaria en el colegio Tirso de Molina, poco consulté aquellos libracos que, según alcancé a ver, aparecían con el sello de Espasa en Madrid. Fue mucho después que me enteré de que formaban parte de los setenta volúmenes publicados, entre 1908 y 1930, por la empresa fundada por José Espasa Anguera en 1860, fusionada en 1926 con la editorial Calpe, de Nicolás María de Urgoiti. Descendientes del programa ilustrado de Diderot y D’Alembert, conjugaban de manera pionera para el mundo hispano los conocimientos y avances científicos, así como historia, biografías, geografía, artes y literatura, con énfasis en España e Hispanoamérica; sus novedades incluyeron la reducción del tamaño de los volúmenes y la incorporación de fotografías e ilustraciones, entre las que recuerdo haber visto por ver primera el Homero del museo Capitolino y Las meninas de Velásquez.

islas británicasNo obstante lo mostrencos y sombríos que me resultaban los de Espasa, ciertamente eran más compactos y llamativos que los aparatosos volúmenes decimonónicos de la Encyclopédie des peuples, también heredados de José Antonio por tía Virginia; más orientados a la etnografía y la geografía, entre sus mapas descubrí que Italia semeja una bota y Gran Bretaña e Irlanda son islas. Ilustraciones y láminas más coloridas tenían las enciclopedias adquiridas por tía Maruja para sus cursos de arte, que reposaban asimismo en la biblioteca de las Almandoz Ramos en La Florida. Entre las estanterías de caoba al estilo danés que de ellas conservo, destacaban la monumental Historia del arte hispanoamericano, compilada desde 1945 por Angulo Íñíguez, Enrique Marco Dorta y Mario Buschiazzo, así como una traducción de la Histoire générale des civilizations, publicada entre el 53 y el 61 bajo la dirección de Maurice Crouzet. Sin estar yo entonces consciente de su valor historiográfico, solía hojearlas al comienzo como si fueran otros de los álbumes de barajitas tan en boga a la sazón; pero su significado comenzó a revelárseme en cursos de bachillerato, cuando pude en ellas ampliar contenidos para tareas sobre las cuevas de Altamira o la dama de Elche, sobre las pirámides de Teotihuacán o los templos de Tiahuanaco.

A pesar del orgullo por su tío Ramos Sucre, quien comenzaba a ser reivindicado por sus apellidos entre las vanguardias venezolanas de finales de los sesenta, papá decidió donar los volúmenes de Espasa a los colegios donde estudiaran mis hermanos. Además del consabido argumento de que estábamos cortos de espacio en la casa, le dio a mamá como justificación que poco los habían utilizado aquéllos durante sus bachilleratos que ya concluían, por tornarse desactualizadas las referencias enciclopédicas; ergo era menos probable que me resultaran útiles a mí, que apenas me adentraba en la primaria.

2.

Acaso para expiar ese pecado original de dejarme sin los incunables de mi tío abuelo, cuando estaba yo concluyendo los estudios primarios a finales de los sesenta, papá se presentó en casa con los primeros fascículos de una enciclopedia de ciencias naturales editada por Bruguera. De haber tenido yo más vocación científica, seguramente habría aprovechado mejor los cuadernillos que después comencé a comprar cada semana en los quioscos y librerías de aquella Caracas pletórica en publicaciones y novedades. Leí fascinado muchas de las entradas ordenadas alfabéticamente, entre cuyas primeras figuraba el término abisal, que hasta entonces no sabía yo que se aplicaba a la fauna y flora de las profundidades marítimas; pero tal como como entonces comencé a notar, poco me quedaba en tanto información y conocimiento de aquella lectura, a juzgar por las lagunas que después evidenciaría en los cursos de biología y ciencias de la tierra en bachillerato.

La mejor herencia de esos fascículos de Bruguera en los que papá me iniciara fue abrirme el apetito por enciclopedias más humanísticas y afines a mis inquietudes adolescentes. No sé si fue en el Cada o la Central Madeirense de San Bernardino donde adquirí a comienzos de los setenta, siempre con la modesta mesada que me dispensaban en casa, los doce tomos del Diccionario Enciclopédico Salvat Universal. Después de la Enciclopedia Monitor que fue vendida en los quioscos desde mediados de los sesenta, buscando la editorial catalana compensar en Hispanoamérica su mercado disminuido en la España franquista, esa iniciativa de supermercados fue muy cuestionada entonces por intelectuales criollos de izquierda, quienes se hacían eco de las críticas de Herbert Marcuse a la comercialización de la cultura por la sociedad de masas. Ajeno a tales cavilaciones, yo sólo estaba feliz de contar, en la pequeña biblioteca que comenzaba a formar, con mi primer diccionario ilustrado en varios tomos, aparte de las ediciones del Larousse que ya teníamos en casa desde los bachilleratos de mis hermanos.

No sólo por lo extenso de las referencias sino también por lo menudo de los caracteres y las varias columnas de los folios, el diccionario Salvat no era de fácil manejo; con todo y ello, me reveló un vocabulario de palabras más internacionales, con las que a veces sustituía los venezolanismos que usábamos a diario. Todavía recuerdo la gracia que producía en mamá que, sin haber salido yo jamás de Venezuela, usara las denominaciones “mofetas” y “armadillos” —cuyas ilustraciones había visto además en la enciclopedia de Bruguera— para referirme a los mapurites y rabipelados que a veces aparecían en el cerro posterior a nuestra quinta; o que llamara “pomelos” a las grapefruits que con frecuencia compraban para el jugo mañanero, añales antes de que oyera el uso cotidiano de aquel término al vivir yo en España. Creo que, no obstante el riesgo de cierta artificialidad o esnobismo en el léxico, esa experiencia con el diccionario Salvat me enseñó que las palabras y sus sinónimos están para ser empleadas lo antes posible, porque sólo al usarlas puede perfeccionarse su empleo.

 

Sta. Capilla, 1960ss

Caracas, Santa Capilla, Avenida Urdaneta.

3.

Acaso más abarcable que la del diccionario me resultó la experiencia enciclopédica con Salvat junior, que también coleccioné en fascículos por aquellos años, llevándolos después con mamá a encuadernar en la Agencia Musical, al lado de Santa Capilla. Al ser menos exhaustiva y más selectiva en sus entradas lexicográficas, con textos más espaciados y mejores ilustraciones, Salvat junior se convirtió en herramienta más adecuada complementar para los trabajos del bachillerato. Así por ejemplo en pintura, para ampliar información sobre maestros que, de Fra Angelico a Zurbarán pasando por Caravaggio, aparecían en los textos usados en el colegio sobre historia del arte, pero subordinados a los colosos del Renacimiento y Barroco entre Leonardo y Tiziano. La enciclopedia novel de Salvat fue también plataforma para descubrir al menos los nombres y las principales obras de grandes compositores, de Bach a Wagner, que según el currículo de marras, no eran cubiertos por ninguna asignatura del bachillerato; y tampoco en casa eran mentados u oídos, por arrastrar la familia una incultura musical que hasta hoy padezco y resiento.

Si bien nunca la coleccioné, recuerdo que también en aquellos años setenta de frenesí editorial apareció Mente sagaz, otra enciclopedia por fascículos que utilizamos en casas de compañeros del bachillerato para hacer trabajos e intercambiar referencias. Emulando los antecedentes medievales de Marciano Capella y san Isidoro de Sevilla, estaba arreglada por saberes y temas, incluyendo secciones sobre historia y arte, literatura y mitología, pero también ciencias naturales y tecnología, entre otras que no recuerdo bien. Siempre lamenté no reunirla, entonces sobre todo por las referencias mitológicas, especialmente griegas, que tanto eché en falta en posteriores estudios de filosofía e historia; pero también porque en esos fascículos misceláneos habían insumos científicos y tecnológicos, abordados de manera más tematizada y aplicada que en los diccionarios enciclopédicos. Así no sólo lo probaban en clases las brillantes exposiciones de compañeros de secundaria que sí coleccionaban Mente sagaz, sino también otros que conocí después estudiando diversas carreras universitarias.

 

4.

Con algo de pudor debo reconocer que, mientras estudiaba urbanismo, poco utilicé mis enciclopedias, quizás debido a la orientación más práctica y técnica, antes que histórica y artística, que la carrera tenía entonces en la Universidad Simón Bolívar. Pero también es cierto que, para los cursos de Estudios Generales, sobre todo los de arte y sociedad, con frecuencia apelé a la Historia del arte de Salvat; no se lo comenté entonces a los profesores, quienes preferían que nos apoyáramos en bibliografía más especializada, de la iconología histórica de Edwin Panovsky y Ernst Gombridge, pasando por la lectura marxista de Arnold Hauser, hasta la más sociológica y perceptiva de Pierre Francastel y Herbert Read. Pero era innegable que, además de encuadrar los grandes períodos artísticos con sus capítulos especializados e ilustrados de maravilla, los tomos negros de Salvat – que también adquirí en uno de los supermercados de San Bernardino – abarcaban en primicia movimientos contemporáneos, del pop art al expresionismo abstracto, cuya bibliografía hasta entonces se conseguía más bien en monografías de artistas individuales.

4.Zigurat

Zigurat

Pero una vez graduado de urbanista, comenzando a estudiar filosofía y dar mis primeras clases de historia y cultura urbana, regresé a las enciclopedias, no sólo para contextualizar la evolución de la ciudad, sino también para extraer imágenes. Me apoyé mucho entonces en Conocer el mundo, enciclopedia geográfica de Salvat que también había coleccionado a finales de los setenta, ordenada por continentes y países, para cada uno de los cuales resume organización política, medio natural, economía, demografía, historia y cultura. Si bien algunas secciones habían perdido vigencia para finales de los años ochenta y comienzos de los noventa, los contenidos y las ilustraciones sobre historia y cultura me resultaron utilísimos para preparar cronologías y obtener diapositivas, desde los zigurats de Ur hasta los rascacielos de Chicago.

Ese uso docente de mis enciclopedias, muchos de cuyos folios se habían desencuadernado y tornado amarillentos a lo largo de dos décadas, fue guiado por eruditas historias urbanas, desde la geografía evolucionista de Marcel Poëte y Pierre Lavedan, hasta las más culturalistas de Arnold Toynbee y Lewis Mumford. Consultando las bibliografías comentadas de sus tratados, que son de por sí obras de referencia, pude pasar a clásicos especializados por períodos, varios de ellos en colecciones enciclopédicas, como L’évolution de l´humanité y Que sais-je? Fue así como, después del libro de Fustel de Coulanges sobre la ciudad antigua que ya conocía, descubrí a Gustave Glotz para la ciudad griega; a Léon Homo y Pierre Grimal para la urbe romana, seguidos de Henri Pirenne para las ciudades medievales, entre otros autores que apenas mencionáramos en clase cuando estudiaba yo urbanismo. Y por suerte conté en esa empresa con la guía de Ángel Cappelletti, quien supervisaba por entonces mis estudios dirigidos en filosofía; porque con su risa homérica y sus saberes clásicos, el profesor argentino, devoto y sosías de san Isidoro, era en sí mismo una enciclopedia ambulante.

 

5.

La mayoría de los estantes abiertos al público en la Round Reading Room de la British Library – lugar de trabajo más habitual durante mi doctorado en Londres, a mediados de la década de 1990 – albergaban obras de referencia que hacían las delicias de bibliófilos. Entre éstos se contaban Mario Vargas Llosa, a quien más de una tarde vi leyendo absorto, y a quien alguna vez hube de pedir una bufanda que dejé olvidada en el cubículo que acababa yo de desocupar y él tomara. Nunca me perdonaré que, por no quitarle tiempo, no le dije en esa ocasión única que lo reconocía y admiraba, por sobre todo, el enciclopedismo de su escritura.

Además de familiarizarme en esos años con sucesivas ediciones de la Enciclopedia Británica, la cual siempre lamenté no tener en casa, utilicé sobre todo los Who was Who in America, antes de que se volvieran comerciales con la difusión de internet. Así como otros diccionarios biográficos y companions nacionales, me fueron especialmente útiles para las semblanzas biográficas de viajeros a Caracas pocos conocidos, cuyas crónicas catalogué como una de las fuentes primarias para registrar los cambios urbanos desde las reformas de Guzmán Blanco hasta el plan de Rotival en 1939. En aquella era previa a Google y los motores de búsqueda, sólo en esas obras pude encontrar escasas referencias a viajeras victorianas como lady Annie Brassie o a diplomáticos estadounidenses como Percy Martin, ignorados por las antologías venezolanas entonces disponibles, de Pascual Venegas Filardo a Horacio Jorge Becco. También me ayudaron las enciclopedias hispanoamericanas del siglo XIX y comienzos del XX, sobre todo la edición original de Espasa que entonces sí tuve completa a mi disposición, para perfilar mejor escritores menores que encontraba en El Cojo Ilustrado y otros magacines de la Bella Época, buena parte de cuyo encanto emana, por cierto, de su miscelánea enciclopédica.

Resarciéndome en parte del expolio familiar perpetrado con los incunables de Ramos Sucre, ese reencuentro con los volúmenes originales de Espasa en los anaqueles de la British Library cerró en mi caso un primer ciclo de uso de enciclopedias impresas, justo cuando su predominancia declinaba a finales de los noventa. En esta nueva era informática celebro y utilizo la inmediatez de Wikipedia y otras enciclopedias virtuales, pero conservo el gusto por las impresas que presiden la biblioteca de mi apartamento de Las Palmas; sobre todo la Gran enciclopedia Espasa actualizada por Planeta desde los noventa, cuyos veinte volúmenes adquirí semanalmente en 2005, en un quiosco donde compraba El Nacional con los que venían promocionados. No pude entonces dejar de recordar los fascículos de ciencias naturales de Bruguera que papá comenzó a llevarme a casa más de tres décadas atrás, iniciándome así en el culto por las enciclopedias.

Arturo Almandoz Marte 

Comentarios (12)

Karl Krispin
17 de febrero, 2015

Que placer resulta siempre leer a Arturo Almandoz. Tiene la capacidad de devolvernos por alguna brevedad esa ciudad magnifica y decente que fue Caracas durante la época de la democracia. Gracias.

Rosario Barrios G
17 de febrero, 2015

Leo con mucho placer sus crónicas, son siempre tan completas y excelentemente bien documentadas que nos muestran un balance perfecto de un sentir personal combinado con una época o momento social determinado. Lo felicito!

Moises P Ramirez
18 de febrero, 2015

Gracias Arturo por este agradable rato que tu autobiografía por fascículos brinda! Por supuesto, fascículos digitales… o partes de ellos. Saludos colega!

José Miguel Roig
18 de febrero, 2015

Como de costumbre, un placer leer tu artículo.

Arturo Almandoz
19 de febrero, 2015

Efectvamente, Karl: Caracas era ciudad cosmpolita y provista en Latinoamérica. Gracias por tu perspectiva.

Arturo Almandoz
20 de febrero, 2015

Gracias, Rosario, por señalar esa combinación en mis crónicas. La documentación es algo que compartimos por nuestra actividad profesoral.

Arturo Almandoz
21 de febrero, 2015

Algo de autobiográfico hay, Moisés, con episodios compartidos por nuestra común formación de urbanistas en USB. Gracias y saludos.

Moises P Ramirez
21 de febrero, 2015

Arturo, ademas comparto contigo la admiración por la obra poetica de tu tío J. A. Ramos Sucre… Abrazo!

Arturo Almandoz
22 de febrero, 2015

Usted se cuenta, profesor Roig, entre los personajes enciclopédicos de nuestro años en la USB.

KBULLA
22 de febrero, 2015

Caramba, no sé con quién vio Ud. Historia del Arte. A mí me tocó una profesora española que hacía uso de diapositivas y la verdad que no recuerdo que hubiese indicado bibliografía en específico. Yo, al igual que Ud., apelé a la Enciclopedia del Arte Salvat (como complemento de los apuntes de clase) para aprobar los 3 trimestres de la materia y, por más que me apliqué, nunca pude sacarle 5 a la dama del abanico. Como que debí haber estudiado por los textos especializados que Ud. cita.

Por lo demás, hasta no hace mucho, yo también pensaba que la toronja y el pomelo eran la misma fruta y parece que no es así. El pomelo (citrus maxima) tiene forma de pera y es mucho más ácido que la toronja (citrus x paradisi), la cual es el resultado de un injerto de la naranja con el pomelo.Una situación parecida ocurre con el limón. Lo que en Venezuela llamamos limón, en otros países le llaman lima. Y en cuanto a confundir un cachicamo con una zarigüeya, es obvio que es producto de un “lapsus cálami”.

Arturo Almandoz
23 de febrero, 2015

Gracias, Kbulla, por compartir sus memorias y precisiones terminológicas.

carlossanabria
19 de agosto, 2015

Los libros y las bibliotecas,son costosisimos.No habia remedio o comprabas o fotocopiabas. Las enciclopedias,eran un lujo.Tomabas apuntes en clase y grababas a los Mas dificiles.Yo tuve Suerte,herede,los libros,de ingenieria,en ingles,de mi papa, y la biblioteca,casi completa de los abuelos.Mi Esposa,daba clases de arte,con diapositivas.

Envíenos su comentario

Política de comentarios

Usted es el único responsable del comentario que realice en esta página. No se permitirán comentarios que contengan ofensas, insultos, ataques a terceros, lenguaje inapropiado o con contenido discriminatorio. Tampoco se permitirán comentarios que no estén relacionados con el tema del artículo. La intención de Prodavinci es promover el diálogo constructivo.