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Cataluña y la secesión democrática; por Rafael Rojas

Fotografía de EFE

Fotografía de EFE

En Cataluña se ha planteado uno de los problemas centrales de la política en tiempos de globalización: la fricción entre dos o más soberanías, la del pueblo y la de la nación, la de los ciudadanos y la de las comunidades.

El secesionismo actual, en cualquier país occidental que se presente, es un producto de la democracia. De una vieja democracia como la británica, en el caso de Escocia, o de una democracia nueva —nueva de cuarenta años, quiero decir—, en el caso de Cataluña. Es por ello que en ambos se recurre a un mecanismo típicamente democrático, el referéndum, pero que con frecuencia alienta el absolutismo de una minoría.

Durante siglos, las secesiones e independencias se dirimieron a sangre y fuego. Todos los separatismos americanos, en Estados Unidos, Haití y las naciones hispanoamericanas, recurrieron a la vía armada. Incluso en Brasil, Cuba y Filipinas, a fines del siglo XIX, debieron volver a las armas, a pesar de que había más condiciones para avanzar hacia alguna modalidad de autogobierno. En México y Estados Unidos, en el siglo XIX, los intentos de secesión desembocaron en guerras civiles. Hasta bien entrada la Guerra Fría, los nacionalismos republicanos en Irlanda y el País Vasco no optaban por otra ruta que no fuera la violencia.

Lo que está sucediendo en Cataluña sería inimaginable sin la democracia y sin la globalización. Los líderes del nacionalismo y el independentismo catalán legitiman su demanda de referéndum con argumentos democráticos. Y piensan, con o sin razón, que en la era global son mayores las posibilidades de éxito de una pequeña nación soberana, aunque integrada a la Unión Europea. Piensan que esa nación, bien conectada globalmente, puede sortear con fortuna el diferendo con España, que se agravará cualquiera que sea el desenlace del referéndum del 1 de octubre.

El nacionalismo, el independentismo y el republicanismo catalanes, que son cosas distintas, como siempre nos recuerda el historiador Pep Fradera, tienen raíces profundas en la historia del norte de la península. Responsabilizar de su crecimiento al gobierno de Mariano Rajoy es superficial. Pero no es menos cierto que en la última etapa del conflicto, Madrid ha actuado de manera autoritaria, cerrando puertas a la negociación política y llegando al colmo de pedir el respaldo de Donald Trump.

No se trata de una responsabilidad única de la derecha. Los tres grandes partidos nacionales han descuidado la cuestión catalana: el PP por centralismo, el PSOE por ineptitud y Podemos por oportunismo. Pablo Iglesias reiteró que no concordaba con la independencia, pero que respaldaba el referéndum tal cual, sin garantías.

Pero su prioridad, en medio de la crisis, ha sido la revocación del gobierno de Rajoy. A la vista del giro confrontacional de las últimas semanas es inevitable dar la razón a quienes, desde la esfera pública, llevaban tres años sugiriendo una negociación del referéndum, a cambio de una reforma de la Constitución de 1978.