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Cada quien a lo suyo, por Luis Carlos Díaz

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En días de tribulación y agendas múltiples por la manera en la que el conflicto político ha escalado, se mantiene una constante: hemos estado a tono con la situación. La sociedad opositora que lleva días manifestándose de distintas formas, a veces sin estrategia y en otras con convicciones que hacen sacar fuerzas renovadas todos los días, parece haber iniciado sin saberlo ni planificarlo, un conflicto de nuevo orden. En el campo teórico, es conocido como “algoritmo del enjambre”, y se utiliza tanto en los desarrollos de inteligencia artificial como para explicar el comportamiento de especies animales.

El algoritmo del enjambre habla de colectivos descentralizados pero auto-organizados, que responden a distintos estímulos y pueden mantener su trayectoria para cumplir sus objetivos. ¿Ha visto bandadas de aves o cardúmenes de peces seguir una trayectoria y hacer cambios repentinos? ¿Ha visto manifestaciones pacíficas que llenan avenidas continuamente? A eso nos referimos.

Uno de los problemas de estos conflictos con lógica de enjambre, es que sea atacado por el poder con lógica analógica. Por eso la represión es tan similar a la que se criticaba en épocas anteriores al proceso revolucionario. La cultura del poder es conservadora y se comporta de manera hegemónica. Impone. Pisa con bota militar. Dispara perdigonazos a quemarropa. Da cachazos violando cualquier norma de formación de un cuerpo de seguridad ciudadana. Se apoya en actores paramilitares y delatores de la comunidad.

Mientras, del otro lado, el comportamiento es líquido, insistente, dinámico, con sus episodios de caos, azar y violencia, pero obedeciendo a una lógica de redes impresionante cuyo final aún es abierto. Es indescifrable que un movimiento pueda disminuir su fuerza si se anuncia la detención de sus líderes… justamente cuando pareciera no haber líderes. Un joven es procesado por la justicia, y de pronto aparecen dos, diez o más.

En la lógicas de enjambre, dice la teoría (Gerardo Beni, 1989), la interacción entre esos múltiples agentes que siguen lógicas sencillas, da pie a una inteligencia colectiva para el comportamiento global. Incluso cuando no hay patrones. Por eso ante los errores de “la salida” y su falta de estrategias, algunas personas han jugado el doble rol de salir sólo cuando se convocan manifestaciones pacíficas, pero apoyar a los grupos que toman decisiones más radicales como trancar una calle. Puede ser un sinsentido reclamar democracia y libertad cuando se impide la de los vecinos, pero también en los enjambres hay caos y desorganización. Es imposible lidiar con quienes tienen barricadas mentales en ambos polos.

Sin embargo, si alejamos un poco el foco de ese conflicto de calle y la tensión de unos cuantos tweets, veremos al colectivo tomar decisiones y asumir otras posturas. Incluso hay deslinde de los violentos y un rápido apego al aprendizaje y la exigencia de garantías civiles. Cada uno a lo suyo.

En estos días de alta tensión informativa y ausencia de medios radioeléctricos que informen en tiempo real lo que ocurre, hemos visto una migración intuitiva y poderosa de la audiencia a plataformas digitales. Allí asumen un rol más activo. Incluso con la incertidumbre de no saberse bien informados, o que los datos en redes son fragmentados, incompletos y en ocasiones prescinden de confirmación, millones de venezolanos salen a la cacería informativa digital, como artesanos que van puliendo los datos en colectivos para llegar a una narración más coherente de lo que ocurre.

Ese fenómeno en el fondo es la construcción de su propio “nosotros” y el reforzamiento de su identidad política. Sepan disculpar el entusiasmo, pero a pesar del conflicto y sus dolorosos saldos, en términos de organización social están ocurriendo cosas poderosas, aunque rápidamente puedan frustrarse al medir que algunas decisiones no fueron las indicadas.

Cada quien a lo suyo significa que inmediatamente después de que las protestas fueran criminalizadas y aumentó el saldo de detenidos, se activaron las ONG de derechos humanos, sus voluntarios y sus ayudantes. Allí están recopilando casos y sustanciando expedientes para hacer, a fuerza de pulso, voluntad y mucha presión de opinión pública, que la Fiscalía y la Defensoría del Pueblo hagan su trabajo. El camino de la justicia y el agotamiento de instancias es largo, debe superar la no separación de poderes y la participación de las instituciones mediadores de conflicto, pero debe hacerse.

También en radio y TV algunos programas tradicionalmente dedicados al entretenimiento y la farándula, llevan días dedicados a lo concreto de la realidad: al acompañamiento de víctimas y a la reconstrucción de un tejido social más fuerte ante la amenaza de su ruptura violenta si el conflicto escala más. Es más que interesante que los programas juveniles, como interlocutores de los protagonistas de las revueltas, también se hayan dedicado a escucharlos y proveer información que mejore su realidad. Los medios públicos, en cambio, se han quedado inútiles incluso para sus militantes, porque no están generando nuevos sentidos sino reforzando el cierre del campo perceptivo en un momento de alta polarización. Niegan la realidad, así que los puede tomar por sorpresa en cualquier momento.

En redes, materia de esta columna, se han sumado desde hacktivistas de alto nivel hasta personas recién llegadas al mundo de las interacciones en pantalla. Todos son actores digitales de un universo de conversaciones que cada día le dan más cuerpo a este cardumen extraño de seres pensantes que les cuesta mucho ponerse de acuerdo.

A partir de las redes se han generado nuevos grupos de apoyo, interacciones vitales, búsqueda y refirmación del centro pese a las críticas, espacios de formación de radicales y todo lo que se pueda sacar de una piñata. Es un aleph político que desconocíamos. Por eso ha aumentado el monitoreo gubernamental sobre las redes, y por eso hasta los informáticos militantes de la hegemonía legitiman el bloqueo de páginas web, aplicaciones y servicios. El temor al nuevo poder distribuido es latente. Pero la red no se detiene.

Se vive el día a día con mucha tensión para aquellos ciudadanos hiperinformados que hacen seguimiento a los focos de conflicto. Fuera de esas burbujas de contenidos, la vida parece seguir normal, no hay candelitas ni cacerolas… pero también se hace cola por comida y medicinas, también se buscan cupos en los colegios, y también se lloran los homicidios que han ocurrido en esa terrorífica realidad al margen de las protestas. Si esa es la normalidad a la que aspiran volver, verán que el enjambre de indignación crecerá y adoptará otros métodos de lucha y resistencia. Una protesta también es la inasistencia de un funcionario público a un acto obligatorio del poder. Otra protesta es sacarse las vendas del discurso hegemónico y reconocer la humanidad de quienes están siendo víctimas de los abusos policiales, militares y paramilitares, más allá de los cómplices de la represión.

No es un momento ideal. No estaba en el plan de nadie. Agarró desprevenidos a quienes creían que el guión del 2014 estaba escrito. Pero sucede y se desarrolla de forma rizomática, tiende a la creatividad, le teme a la desesperanza, desecha miedos, construye nuevas lealtades y compromisos, y así una sociedad cambia de piel. Esta densidad agónica es un cambio. Vívalo aunque venga sin manual de instrucciones.