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Benedicto XVI: Eppur, si muove; #CaféDePascal

benedicto textoEl segundo volumen de la trilogía Jesús de Nazareth, de Joseph Ratzinger, o Benedicto XVI, es “un policial (polar) metafísico sorprendente, lo contrario de un film…por vivido desde lo interior”, según sostiene Philippe Sollers en Bibliobs. Acabando con “el cliché de los “judíos deicidas””, utiliza el contexto de la época, pero para destacar que el “evento Jesús” debe ser imaginado aquí y ahora. La vida eterna no es lo que se cree: no comienza después de la muerte. Es la vida misma que no se logra a través de la muerte física. Ratzinger es, para Sollers, un teólogo sutil con un raro talento narrativo. El cuerpo del Resucitado no viene del mundo de los muertos, los testigos no pueden reconocerlo sino cuando desaparece. “La palabra es más real y duradera que el mundo material entero”, escribe el Papa.

En Limes, Lucio Brunelli glosa el diario secreto de uno de los participantes en el Cónclave que eligió a Benedicto XVI. El anónimo Cardenal inicia sus apuntes: “Puestas las maletas en el piso, probé a abrir las persianas, porque la habitación estaba en penumbra. No lo logré”. Las persianas estaban selladas. Así era la clausura del Cónclave. En la votación, el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, se perfiló como el único contendor posible, aunque sin oportunidad real. La estrategia fue entonces trancar el juego y forzar el retiro de Ratzinger. Bergoglio, aunque de posturas conservadoras, se habría hecho una reputación de “hombre de plegarias, que huye de la escena mediática y conduce un estilo de vida sobrio y evangélico”, según los apuntes. A falta de un candidato “de izquierda”, el grupo opuesto a la línea Ratzinger se reúne alrededor de él: “un grupo cuyo núcleo pensante está constituido por Karl Lehmann, presidente de la Conferencia episcopal alemana y por Godfried Daneels, arzobispo de Bruselas, y al cual pertenece un significativo contingente de cardinales estadounidenses y latinoamericanos…”

La Neue Zürcher Zeitung presenta un extracto de la entrevista que la televisión suiza sostuvo el 04 de febrero con el teólogo Hans Küng, quien fue colega de Ratzinger en Tubinga, volviéndose después uno de sus más decididos críticos. Para Küng, los papados de Wojtyla y Ratzinger fueron un período de Restauración. Los puestos de la jerarquía estarían bloqueados por conservadores. Todos responden a la misma línea y dicen lo mismo. Acaso en privado alguno disiente, pero no se atreve en público. Los obispos viven en un mundo falso. No es probable la elección de alguien que pueda llevar adelante los cambios que necesita la iglesia. La entrevista completa será emitida el 24 de febrero de 2013.

Miguel Mora sostiene en El País, que Benedicto XVI intentó, aunque tardíamente, limpiar la imagen de la Iglesia. Fue un Papa “solo, intelectual, débil y arrepentido por los pecados, la suciedad y los delitos —él empleó estas dos palabras por primera vez— de la Iglesia”. Habría estado rodeado de lobos, una Curia forjada en tiempos de Wojtyla, que era “una reunión atrabiliaria de lo peor de cada diócesis”, cercado por los Legionarios de Cristo, el Opus Dei, y Comunión y Liberación. En este sentido el papado de Ratzinger ha sido un fracaso, su honestidad estaría muy por encima de los resultados. Que su renuncia haya sido la primera en 600 años, “dice mucho sobre el nivel de la iniquidad con el que ha convivido. Que no se haya filtrado la noticia lo dice todo sobre su soledad”.

En la Frankfurter Allgemeine Zeitung, Dirk Schümer describe a un Papa que al final se comunicaba con el mundo exterior mediante notas escritas. Por eso su decisión sorprendió a la Curia. No se podía esperar de él que impulsara el diálogo interreligioso, o un relajamiento de la moral sexual. Pero se propuso mejorar el funcionamiento de la Iglesia con personal renovado, una moral responsable, finanzas sólidas y mejor comunicación interna. La última piedra de esa obra sería la advertencia a la Iglesia, a través de su renuncia, de no abusar de su CEO y transformarlo en un ícono. Se trata de un trabajo que no necesita hoy de un Papa agonizante como Wojtyla, a la sombra del cual se fortalecen las pandillas preferencialmente italianas y sudamericanas. Benedicto habría estado asqueado de estas maquinaciones.

Su decisión de renunciar es un signo de considerable modernidad, según escribe Alexander Stille en The New Yorker. A diferencia de Wojtyla, que al persistir hasta el final privilegió la lección espiritual de su entrega por sobre los perjuicios derivados de ser un Papa sin condiciones de ejercer, Ratzinger prefirió el sentido de “responsabilidad” hacia la Iglesia, actuando como un gerente moderno. Su decisión de retirarse pudiera sugerir una tercera vía entre dos alternativas que se muestran inadecuadas: elegir un Papa joven y correr el riesgo de un ministerio excesivamente largo y personalista, o un Papa viejo, con fuerzas menguadas: abre la posibilidad de escoger a alguien en pleno apogeo, sin el imperativo de reinar hasta la senectud. “Por siete años”, escribe Stille, Benedicto XVI “fue incapaz de dar la nota correcta. Tal vez con su renuncia lo haya logrado finalmente”.

Siendo un conservador ortodoxo, acabó dando acaso el más radical giro hacia la modernidad.

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