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Asco; por Sumito Estévez

Asco; por Sumito Estévez 640

Three Studies for Portrait of Lucian Freud de Francis Bacon. 1965

No todos los gestos son universales. Por ejemplo: en la India cuando alguien desea afirmar gestualmente hace un movimiento muy parecido al de negación que usamos en occidente. También son muchos los gestos que son bien vistos en una sociedad, pero pueden llegar a ser particularmente ofensivos en otras. De allí la importancia de los estudios del psicólogo norteamericano Paul Ekman quien, a finales de los años sesenta del siglo pasado, determinó que existen seis gestos faciales universales que transmiten emociones no determinadas por entrenamiento cultural. Estas emociones universales tendrían, por decirlo de alguna forma, un carácter genético. Y una de ellas es el asco, cuyas expresiones faciales se ven inclusive en los recién nacidos.

También es interesante un descubrimiento posterior: independientemente de nuestro origen cultural, existen elementos que nos revuelven el estómago a todos. Ante eso, es difícil entender el asco desde una perspectiva diferente a la signada por códigos que la selección natural ha decidido. Pero esa percepción darwiniana del asco cambió en los ochenta por los trabajos del psicólogo Paul Rozin, un autor que ha contribuido a entender la gastronomía como un hecho cultural. Junto a April Fallon, en su trabajo Perspectiva sobre el asco (1987) escribieron:

“Pareciera existir muy poca investigación en los textos de psicología sobre la percepción y reacciones ante la comida. Siendo la comida elemento esencial en nuestras vidas, es interesante la poca atención que se le presta”

Desde entonces, el estudio del asco ha pasado a ser uno de los tópicos mas interesantes a estudiar a la hora de entender como se inserta el ser humano en una sociedad. Es obvio que el asco posee un importante componente heredado, mecanismos de protección asociados a contaminaciones que podrían poner en peligro nuestra vida, pero como bien dice el mismo Rozin, el asco evoluciona culturalmente desde un sistema para protegernos el cuerpo de daños, a uno que protege nuestra alma de daños. En pocas palabras: el asco nos entrena para entender lo que culturalmente es inapropiado. Otro psicólogo, Dan Jones, afirma que “Cuando físicamente apartamos de nosotros una comida o un objeto que nos produce asco, también nos estamos distanciando emocional y socialmente de aquellos a quienes vemos como asquerosos”. De allí que actualmente los psicólogos comienzan a hacer una importante distinción entre asco, repugnancia y desagrado.

El asco que nos entrena culturalmente para ser sociedad, más allá de la defensa de contaminaciones perjudiciales, es muy complejo. En algunos casos puede limitarse a la hora de consumo de algunas comidas o aromas. Por ejemplo: a los occidentales nos da asco que un asiático desayune con una sopa de vísceras, muchos europeos sienten asco por el olor del cilantro y muchos asiáticos no aguantan el olor a leche agria de los venezolanos producto de nuestro consumo de quesos no pasteurizados. En otros casos, el asco puede estar estampado en costumbres: salvo argentinos, paraguayos y uruguayos, pocos entienden el acto de pasar la boquilla del mate de boca en boca.

Pero el asco puede ser incluso un mecanismo usado para justificar ideas de exclusión. Tal como señala William Ian Miller en La vida moral del asco, un número considerable de vicios lo provocan (crueldad, hipocresía, traición) y “tienden a estar institucionalizados política y socialmente. Pensemos en los verdugos, los abogados y los políticos, por poner un ejemplo”.

Quizás por el hecho de asociarse la repugnancia a actos físicos, como la náusea, tendemos a entender al asco como algo malo, pero su valor a la hora de definir nuestros esquemas de valores es fundamental. A tal punto que hay quienes creen que dejar de poseerlo es una forma de transculturización. Difícilmente a un latino le guste, sin entrenamiento, el pescado crudo de un sushi o los gusanos en un queso francés: son justamente los procesos de entrenamiento globalizador los que logran disminución del asco hacia esos platos. Y en algunos casos podrían llevar a pérdida de valores de identidad.

Así que la próxima vez que sienta asco no se asuste. Quizás sólo esté siendo coparticipe de una “fuerte y vital sensación”, tal como la llamó Kant.

NOTA: si el tema le interesa en profundidad, le recomiendo leer Asco: Teoría e historia de una fuerte sensación, de Winfried Menninghaus. Incluso, llenar un cuestionario lo enfrentará a sus propios grados de repugnancia.