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Aquí no puedes pensar en dólares; por Juan Cristóbal Nagel

Ilustración de Mark Wagner. Haga click en la imagen para ver sus trabajos

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Llego a Maracaibo, y lo primero que me llama la atención es la basura.

Basura por todas partes —en las pocas alcantarillas, pegada a los cadillos que sobresalen tercamente de la acera, acoplada a los troncos de las matas de mamón cual adorno de velcro—. Conchas de cambur, pañales, cajas, lo que a vos se te ocurra.

Llego a casa de mi mamá y es el mismo cuento, la acera llena de basura. Pienso que mi madre, a los ochenta, ya no va a ponerse a recoger, y la señora que la ayuda tiene otras prioridades. Además, me dicen, si te pones a limpiar la acera te asaltan. Capaz que hasta la escoba se la llevan.

Mi mamá me dice que es porque los camiones de basura no pasan. Que como no hay repuestos, no se sabe cuando pasan, y uno saca la basura a la calle y ahí queda, uf, días de días, a merced de los gatos callejeros y, bueno, de la gente que hurga en la basura. Tú sabes como está este país.

Le pregunto a mi tía, la concejal, cuánto paga la gente por el aseo urbano. Una casa normal pues, no una mega-quinta de la Virginia, sino una casa normal tipo las que hay en la Falcón. Me dice que están proponiendo subir el precio a setecientos bolívares, pero que la gente está histérica por eso.

Pa’ nada, me dice, porque la morosidad es del 80%.

Setecientos bolívares. O sea, menos de veinte centavos de dólar al mes.

—Aquí no puedes pensar en dólares —brinca mi mamá.

Es verdad, la gente en Venezuela no gana en dólares. Sin embargo, en una economía globalizada, ¿es posible no pensar en dólares?

Si bien los sueldos de los trabajadores del aseo urbano no son en dólares, lo cierto es que lo demás si hay que “dolarizarlo”.

Los repuestos de los camiones —ni hablar de los camiones en sí— vienen de afuera. Las computadoras que se usan en las oficinas del gobierno también. La tinta para imprimir las facturas —esa que nadie paga— también viene de afuera.

Ni hablar de lo que la gente consume. Si bien los sueldos no están en dólares, todo lo demás viene de afuera —la comida, las medicinas, hasta los billetes que se usan para pagar esas cosas—.

No pensar en dólares es extraerse del sentido común. Creer que en Venezuela lo que importa es el bolívar es una falacia. En un mundo globalizado, por supuesto que hay que pensar en precios internacionales.

Sin embargo, hacer eso nos llevaría a una epifanía dolorosa. Traducir los sueldos a dólares dejaría al que lo hace reducido a una depresión. Se entiende, entonces, la reticencia a querer extraerse de ese mundo globalizado. Aceptar la globalización es aceptar hasta cierto punto lo pobre que se ha vuelto nuestro país.

Esa reticencia a pensar en precios internacionales puede ser una buena evasión. Sin embargo, nos lleva al colapso económico, a cerrarnos al mundo.

Los venezolanos o creemos en el bolívar, o tenemos repuestos en los camiones de basura. No podemos tener ambas cosas.