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Agua para Margarita; por Francisco Suniaga

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Fotografías del Archivo Fotografía Urbana

“Momento de singular emoción para mí este en que declaro oficialmente inaugurado en mi calidad de Presidente de los venezolanos, el acueducto submarino a Margarita”. Con estas palabras inició Rómulo Betancourt su intervención en el acto celebrado en el dique de El Valle el día en que, después de interminables promesas, el agua de tierra firme llegó a la isla. La alegría de los neoespartanos en aquel momento histórico era infinita. Cuando el líquido más preciado comenzó a manar de la tubería madre el estallido de júbilo de la multitud presente acalló las palabras del líder, siglos de sed llegaban a su fin.

Ocurrió el 30 de mayo de 1960 y Margarita era todavía una isla en el olvido que la Venezuela democrática, nacida apenas en 1958, apenas empezaba a rescatar. Atrás quedarían las gabarras para traer el preciado líquido desde Sucre; los camiones cisternas que la llevaban a las comunidades más resecas y las colas en las “pilas” públicas para cargarla en baldes a la casa. Terminaba también la era de los pozos y casimbas que daban un agua salobre y dura, que aliviaba la carestía pero no quitaba la sed.

Al lado del presidente Betancourt se encontraba aquel día el escritor Rómulo Gallegos, primer presidente elegido de manera democrática por los venezolanos. No fue una casualidad ni un gesto amable del líder adeco, era un reconocimiento necesario. La presencia del maestro Gallegos allí estaba atada a un hecho también histórico, cuyos detalles reveló el propio Betancourt:

“Esta obra, en la que técnicos venezolanos y mano de obra venezolana han dado el más útil de los destinos a setenta millones de bolívares de dineros fiscales, está probando cómo sólo los regímenes democráticos se preocupan por darles solución adecuada y racional a los problemas nacionales.  Esta obra pudo haberse realizado desde hace muchos años, porque ya se ha dicho aquí que fue decretada en agosto de 1948 por el Presidente de la República, Don Rómulo Gallegos.  Fue creado entonces un instituto autónomo para dotar de agua a Margarita y Coche;  y se le aportaron 20 millones de bolívares y una partida especial en el INOS de cinco millones. Catorce días después de haber sido derrotado el gobierno constitucional, el 24 de noviembre de 1948, fue abolido, por decreto, el instituto que iba a dotar de agua a esta zona sedienta, y fue necesario que se reestableciera diez años después el sistema democrático de gobierno para que la Junta presidida por el contralmirante Wolfgang Larrazábal, redecretara la construcción del acueducto de Margarita y con ese sentido de continuidad que caracteriza a los regímenes enraizados en la voluntad y el querer colectivos, ha sido el gobierno constitucional el que a los quince meses de su gestión administrativa le ha dado el impulso definitivo a esta obra”.

Sí, quince meses le tomó a las administraciones de Wolfgang Larrazábal y Edgard Sanabria (Junta de Gobierno) y a la de Rómulo Betancourt construir el acueducto por el que Margarita llevaba toda su historia esperando. El trabajo no estaba completado, el agua apenas llegado al dique de El Valle, el primero del sistema de  embalses del territorio insular, pero no era una promesa más. Betancourt explicó, con una sinceridad que los venezolanos ahora echan de menos en un Jefe del Estado, la situación exacta y las expectativas realistas que podían formarse los ciudadanos:

“Falta todavía una serie de tramos por recorrer. Es necesario establecer el sistema de intercomunicación entre los varios diques y ya se tiene aquí en Margarita la tubería necesaria para ello.  Se requiere distribuir el agua a toda la zona poblada de la isla.  Todo eso lo hará el INOS en lo que queda de gobierno constitucional.  Y cuando entregue el 19 de abril de 1964 a un presidente que, como yo, será electo por el pueblo, la banda tricolor de los presidentes de la República, no habrá un solo sitio en esta isla y en Coche donde no haya agua potable en cada una de las casas, donde no haya cloacas en cada una de las casas. Esta es una tierra laboriosa e industriosa. Viviendo en pésimas condiciones de vida ha procurado su subsistencia…”. (En ese punto del discurso, el agua comenzó a llegar al dique de Margarita y los aplausos y aclamaciones impidieron escuchar el final de la frase).

No fue aquel un acto interminable, de esos que represan a la gente varias horas bajo el sol; aunque quizás la audiencia habría querido que lo fuese, tal era su ánimo. Para poner fin a su intervención, el presidente Betancourt solo añadió:

“Concluyo, compatriotas, diciéndoles que mañana en la noche tendré la oportunidad de dirigir un mensaje radial a todos los margariteños.  Que comparto a nombre del gobierno el júbilo de ustedes, al cual se han asociado todos los partidos políticos, todos los sectores económicos y sociales; y las Fuerzas Armadas, que han enviado una división de destructores y una flotilla de aviones de combate a demostrar su solidaridad con Margarita y a decirles a los margariteños, como a todos los venezolanos, que esos aviones y esos barcos son para defender el régimen democrático y la soberanía de la nación. Muy buenos días, compatriotas de Nueva Esparta”. Esas fueron todas sus palabras en tan histórico evento.

Contrario a lo que se creyó al inaugurarse el acueducto, hace exactamente 57 años y una semana, la sed ha vuelto a Margarita. Los margariteños que no habían nacido para entonces, y por tanto no conocieron las antiguas penurias, tienen en estos tiempos menguados una muestra de lo que la carencia del agua significa y significó por siglos.