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¿A qué le tiene miedo el cine taquillero?, por Nelson Algomeda

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En el corazón de la industria del cine norteamericano, se ha vuelto perenne el miedo de una total e inevitable decadencia financiera que marcaría, en la opinión de cientos de expertos, el futuro del cine como negocio y su integridad como medio masivo.

Desde hace años se ha cuchicheado dentro de la misma industria sobre la inminente muerte del cine taquillero o blockbuster, la barca que ha mantenido a flote a Hollywood desde que Tiburón (1975) y La Guerra de las Galaxias (1977) cambiaron las reglas del juego en los años setenta. Con la llegada de estas películas, que vendían millones de boletos y recaudaban aún más en marketing, la era del éxito taquillero comenzó. Y tal como pasó en crisis económicas y de popularidad previas —como la llegada del sonido o la televisión—, el pánico a propósito de la subsistencia de la fábrica hollywoodense se aplacó.

Desde entonces, grandes éxitos de taquilla como Terminator 2: Día del Juicio (1991), Jurassic Park (1993) y Titanic (1997) han reafirmado la fe de los ejecutivos de cine en el blockbuster, esa mezcla correcta de efectos especiales, atractivo generacional y fenómeno de publicidad que recauda millones y da pie a múltiples secuelas y remakes.

La adoración del éxito taquillero en la última década es evidente: de las diez películas que han recaudado más dinero a nivel mundial en la historia —sin ajustes de inflación—, ocho son de 2004 en delante de las cuales seis pertenecen a una franquicia. Por ejemplo: The Avengers (2012), de tercera con $1,511.8 millones, reúne cuatro franquicias y tiene una secuela prevista para el 2015.

Pero el reinado del blockbuster es imbatible sólo en apariencia. Su rol en proveer la mayor parte de los ingresos anuales a Hollywood es discutido cada año con más vehemencia, a la par que las ganancias por exhibición teatral y ventas de cintas en DVD y Blu-Ray van en constante caída. Tras una cúspide alcanzada en 2004 —con 1,5 millardos de tickets vendidos y 21.8$ millardos generados por el negocio del video—, la industria estadounidense ha experimentado un descenso doméstico del 13,8 % de sus ganancias totales. Servicios de streaming o VOD (video-on-demand) como Netflix han debilitado la compra en físico de películas y las ventas por taquilla, promoviendo una tendencia orientada cada vez más hacia el mercado hogareño y las distintas plataformas de distribución digital —siendo los formatos de TV, laptops, teléfonos y tabletas preferidos por encima de la anticuada sala de cine. La persistente huida de las salas se redujo un poco en 2012, un año resaltante gracias a la avalancha de 10.8 $ billones que trajeron The Avengers, The Dark Knight Rises, Skyfall y Los Juegos del Hambre, entre otras películas, estableciendo un año récord para la industria y silenciando los rumores sobre el estado  en decadencia de la exhibición teatral.

Pero 2013 ha suscitado nuevamente la premonición de que el fin se acerca para el blockbuster veraniego. Y, con su caída, vendrá la del sistema entero de valores productivos que Hollywood ha cultivado desde los años setenta. Dos sucesos en los últimos meses han sentado la base de esta intuición. Primero, la conferencia ofrecida por Steven Spielberg y George Lucas en la USC este pasado junio, en la cual los dos pioneros del blockbuster discutieron su inminente deceso. Para ambos directores, el futuro de la exhibición en cines era oscuro en el mejor de los casos y la elaboración de costosos espectáculos, con la promesa de traer más espectadores y generar infinitas secuelas, terminaría por hundir el modelo de producción actual. “Eventualmente habrá una gran implosión del sistema, donde tres, cuatro o hasta media docena de estas películas de grandes presupuestos se estrellarán en la taquilla y eso cambiará el paradigma de nuevo” anunció Spielberg. Lucas predijo una reducción importante de las salas de cine y que el hecho de asistir al cine será similar al de ir al teatro: el precio de entrada será mucho más alto, los espacios de exhibición más atractivos y las películas estarán en cartelera por mucho más tiempo, como un show de Broadway. Sobre el frenético síndrome de los grandes estudios por producir el gran y último éxito multimillonario, Lucas sentenció: “Ellos apuntan por el hit de taquilla. Pero eso no funcionará siempre. Y en consecuencia, su enfoque se vuelve cada vez más estrecho y genérico. El público terminará cansándose de lo mismo y los estudios no sabrán qué hacer”.

Las especulaciones de Spielberg y Lucas parecen confirmarse gracias a la segunda señal de mal agüero: 2013 ha ofrecido una hilera notable y costosa de fracasos taquilleros. Entre las víctimas obvias podemos contar a Jack the Giant Slayer (costo de producción: 195$ millones vs. ganancia mundial en taquilla: 197$ millones), White House Down (150$ millones vs. 116$ millones), El Llanero Solitario (215$ millones vs. 164$ millones) y R.I.P.D. (130$ millones vs. 40$ millones). Al menos diez obras auspiciadas por los grandes estudios ni siquiera recuperaron su presupuesto de inversión —las cifras de arriba no cuentan gastos de publicidad y mercadeo, que empiezan en 50$ millones por película, pero también hay casos como After Earth, que resultó ser un éxito a nivel mundial pero tuvo pobres ingresos en EE. UU., o la cinta animada de Dreamworks Turbo, que sólo acumula 103$ millones a nivel mundial (costó 135$ millones) pero que aún puede recuperarse al ser lanzada en los mercados restantes de Europa y Latinoamérica.

¿Es 2013 el año del apocalipsis taquillero? ¿Se están cumpliendo los vaticinios de Spielberg y Lucas con esta serie de “bombas” de taquilla? ¿Vendrá a instaurarse un nuevo panorama del cine comercial, donde pequeñas pero lucrativas producciones inundarían las pantallas? Este escenario ha sido morbosamente sugerido por críticos y analistas del medio, pero también exagerado. Películas como Iron Man 3, El Hombre de Acero y Mi Villano Favorito 2 probaron ser éxitos rotundos de taquilla. Y aunque el presente año no ha sido tan exitoso como el anterior, apenas va por la mitad y faltan muchos factores para poder sacar conclusiones. Las ventas de boletos a nivel internacional, especialmente en China (el segundo mercado más importante a nivel mundial) pueden aminorar un poco el golpe sufrido en los últimos meses, al igual que las ventas en DVD y Blu-Ray, las tarifas por alquiler, VOD y transmisiones por cable, sin mencionar los ingresos generados en diciembre, un mes clave para la industria.

Y los próximos años albergan más producciones colosales que nunca, entre las cuales podemos esperar el resto de la serie de Los Juegos del Hambre, más secuelas de El Increíble Spider-Man, Rápido y Furioso, Piratas del Caribe y TransformersThe Avengers: Age of Ultron, la continuación de Avatar de James Cameron, la Liga de la Justicia y Star Wars: Episodio VII. La lista continúa y, a pesar de la crisis momentánea, los estudios continuarán persiguiendo la ballena blanca del blockbuster, ordeñando hasta la última gota de cada serie y agotando toda posibilidad de adueñarse de la próxima gran franquicia.

Pero esto no deslegitima la validez de las profecías de Spielberg y Lucas. Eventualmente, sí es previsible una revisión importante de la estructura actual de producción, y 2013 ha ofrecido un pequeño vistazo de los problemas que acogen a la recolección de ingresos por taquilla. En una año plagado de más pérdidas que triunfos, cada película —sea Iron Man 3, El Llanero Solitario o The Hangover III— se plantea como el evento taquillero del verano, la actitud referencial de toda obra que ambiciona romper récords en las salas. Esto resultó en una saturación inevitable de costosas películas dirigidas a un público —generalmente masculino y adolescente, la audiencia primaria de la temporada veraniega— que no podía llevar cuenta de los estrenos a la velocidad que eran lanzados. Al ser todas publicitadas como el suceso del verano, ninguna lo termino siendo, con la excepción de Iron Man 3. Al estrenarse en períodos muy cortos y cercanos entre sí, muchas de las obras proyectadas a generar grandes ingresos sufrieron de competencia, sobre-exposición y los recurrentes problemas del cine comercial americano: falta de originalidad en las historias, forma sobre contenido y poca rentabilidad del star-power de los actores.

Las críticas de boca a boca por redes sociales son más determinantes que nunca en asegurar el triunfo de una cinta. Y la rapidez con que se esparcen tendencias negativas hacia una película es suficiente para hundirla a unos cuantos días de su estreno —o incluso antes—, mientras que en décadas pasadas, una película mala podía arrear suficientes espectadores antes de que la opinión pública la descartase por completo.

Y aunque los esfuerzos para complementar la experiencia de ir al cine (como el boom actual del 3D) han tenido resultados provechosos, ha sido bajo la luz de mantener una línea en picada estable, retrasando un veredicto inevitable: la hegemonía del cine teatral ha terminado y su caballero dorado, el blockbuster, sangra por los costados, buscando una nueva vía para renovarse y florecer en otros formatos.

El valor simbólico de ir al cine a disfrutar la última extravagancia pirotécnica sigue intacto y, al término de esta década, la escalera de exhibición que comienza en las salas y termina en nuestra computadora o televisor seguirá probablemente en vigencia. Especialmente porque el modelo Netflix o iTunes no ha calado por completo a nivel mundial, donde la ida al cine y la piratería tienen más significado para el espectador común.

¿Pero por cuánto tiempo Hollywood ignorará las señales de cambio? Si antes la peor pesadilla de cualquier película era ir directo a video, el futuro parece postularlo como el nuevo paradigma para disfrutar del cine. Los cimientos no sostendrán por siempre los intentos de revestir las viejas fórmulas con nuevos ropajes. Y tanto los blockbusters como el modelo de producción y distribución que las sustenta tendrán que adaptarse o desvanecer, quiéranlo o no.