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A propósito de Diario de sombra (extractos 2004-2005), de Antonio López Ortega; por Ricardo Ramírez

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El ejercicio del diario puede leerse, en este comienzo de siglo, como un legado luminoso de la modernidad. El registro íntimo, constante, de lecturas, experiencias de vida, viajes, dinámicas emocionales e intelectuales, no ha dejado de estar presente desde hace por lo menos cuatro siglos, pero en especial, durante todo el siglo XX.

El diario del escritor nos presenta textos de un valor incalculable, sean estos publicados de manera póstuma o en vida. Podemos pensar en el diario como un género cada vez más valorado durante las últimas décadas y, más aún, como un testimonio vital de la labor intelectual y creativa de numerosos autores, indispensables para entender los vaivenes del pensamiento occidental, tales como Sándor Márai, John Cheever , Susan Sontag, Wyslawa Szymborska,  o Paul Leautaud (póstumos), que ha enriquecido nuestra percepción de sus vidas y de sus obras.

La tradición del diario ha encontrado piso firme en la literatura inglesa, francesa y alemana, en donde el género es una herencia que hoy rescatamos como lo más logrado de muchos escritores. Musil, Canetti, Jünger, Gide, Green, entre tantos autores que han cultivado esta forma escritural, nos han presentado textos de una elevada factura, que nada tienen que envidiar a otras obras de los mismos autores.

En América Latina, el diario de Ricardo Piglia ha significado un extraordinario descubrimiento, todavía en proceso de edición y publicación. Pero quizás, la publicación de los diarios de Julio Ramón Ribeiro, La tentación del fracaso, signifique la nota más alta en nuestra región.

En Venezuela, además de Miranda y Blanco Fombona, el diario ha tenido presencia entre nosotros de manera casi secreta, boca a boca. También podemos pensar en los diarios escritores en el país por autores extranjeros, como el polémico diario de Ángel Rama, publicado ya hace algunos años. Entre nosotros, Alejandro Oliveros es quien más lo ha cultivado en los últimos treinta años (sus varios diarios, en diferentes editoriales: Universidad de Carabobo, UCV, Monte Ávila, Fundación para la Cultura Urbana, entre otras).

Pero los diarios de Rafael Castillo Zapata, Victoria de Stefano y Armando Rojas Guardia brillan ahora desde el secreto que nos presentan en sus páginas. Son obras valiosas que nos muestran la historia mínima del país, su registro íntimo, personal, gozoso y doloroso. Hablamos de textos de un extraordinario valor, en donde la profundidad de la lectura intelectual y su valoración crítica (Castillo Zapata), las dinámicas de la vida en familia y la labor escritural (De Stefano) y los balances existenciales a partir de experiencias vitales (Rojas Guardia) nos deslumbran y muestran los lados secretos, oblicuos y de una condición marcada por la honestidad, de cada uno de estos autores.

No obstante, apenas estamos reconociendo el valor del diario entre nosotros dentro de la industria editorial. Hay más diarios, de estos autores y de otros más (el diario del librero Andrés Boersner es un secreto a voces, por ejemplo).

En el diario todo cabe: anotaciones, citas, poemas, extractos narrativos, confesiones, demandas, la intimidad más descarnada, la mayor fragilidad. Hay un camino largo entre su escritura y su publicación, en especial cuando ocurre en vida del autor: el pudor siempre está presente. No hay diario publicado en estas condiciones que no presente una edición cuidadosa por parte del autor. Por este motivo, un diario es siempre un secreto revelado apenas. Como los mejores cuentos, lo extraordinario de los buenos diarios es el iceberg que sabemos hay debajo de lo que leemos (Hemingway dixit).

En este contexto, la publicación de Diario de sombra (extractos 2004-2005), es un acierto editorial. Desde un principio el autor nos advierte de la condición de extractos por parte del diario en el tiempo seleccionado para la publicación. Además, destaca la ausencia de lo más íntimo y cotidiano del autor (la familia, por ejemplo, tan presente en los diarios de Alejandro Oliveros, en especial su hija Constanza), su día a día, detalles más precisos de su actividad laboral, sus recorridos diarios hacia la oficina y su regreso, qué comió.

El diario tiene un extraño dictum: el autor del mismo pasa a ser una forma de personaje para el lector, y su vida, sus pensamientos, son registrados e interpretados en los siguientes términos: él es el protagonista de una historia que el lector va recorriendo y de esa manera, se apodera de ella.

Un diario publicado en vida siempre demandará más por parte del lector, pero eso es parte de su seducción: siempre hay algo que el diarista decide no publicar. Por eso, quizás, es que el lector de diarios siempre quiere leer más: otros años, otras experiencias. Tanto Alejandro Oliveros como Rafael Castillo Zapata, hasta ahora, han respondido acertadamente a las demandas de los lectores. Sus vidas son también sus experiencias como lectores y como intelectuales, y el lector se conecta con esas dinámicas como un alumno en un aula de clase.

Antonio López Ortega es un hombre múltiple: su condición de gerente cultural, destacando desde hace más de treinta años en estas labores, además de su condición de editor, promotor cultural e intelectual público parece que ha puesto su obra como narrador (son varios libros de cuentos en su haber) en un lugar aparte. ¿Lo hemos leído apropiadamente en los últimos años? ¿Leímos la recopilación de su narrativa en la década pasada, publicada por Mondadori? ¿Ha podido más su destacada actividad como promotor de otros escritores, ensayistas y poetas?

Lo cierto es que la obra narrativa y ensayística (la primera más que la segunda) ha sido constante a lo largo de los años, aunque pareciera que a la sombra de la actividad pública, abierta al acontecer cultural del país. Podemos pensar que la primera publicación de sus diarios nos puede llevar a su obra ficcional, artística, entre nosotros.

Impacta la vuelta a esos años cruciales de la vida de los venezolanos (¿Cuántos no lo han sido desde el comienzo de este siglo?): 2004-2005. Año de referéndum revocatorio, de la pérdida de la Asamblea Nacional, de la consolidación final del chavismo entre nosotros. Diario de sombra es un diario político, en términos del registro de un país que se partió en dos a partir de estos dos años registrados en cada entrada del diario.

Es un diario político, y además profundamente pesimista, uno que va recorriendo la caída en cámara lenta en el abismo. Comienza en Grenoble, Francia, donde el autor se encuentra por actividades culturales, y sigue en París. Noviembre 23, es el comienzo del diario. Aunque es poco lo que recorremos de 2004, es también amplio y angustioso el dar cuenta del autor. La presencia de la cultura francesa, el encuentro con otros escritores, la discusión sobre lo pasa en Venezuela, llena las primeras fechas. La feliz noticia del premio Octavio Paz de Ensayo y Poesía para Eugenio Montejo, continúa las entradas (la alegría y el reconocimiento del trabajo intelectual y creativo de los otros es recurrente en este diario, algo extraño entre nosotros: el agradecimiento).

Luego, leemos lo que marca la pauta del diario en adelante: el cuestionamiento intelectual del chavismo, la confrontación a poetas e intelectuales que lo apoyan (el caso de Ramón Palomares, por ejemplo). Esto ocurre, en la mayoría de los casos, a partir de la transcripción completa o parcial de artículos periodísticos en medios venezolanos, intercambio de correos (con Elisa Lerner, por ejemplo), conversaciones telefónicas (con Tulio Hernández) o encuentro de amigos escritores en el extranjero o dentro del país (Gustavo Guerrero, Elizabeth Burgos, entre otros).

López Ortega valora mucho la valentía, la honestidad intelectual a toda prueba. Lo hace con la transcripción de artículos periodísticos, entrevistas y ensayos de Fernando Yurman, Luis Pedro España, Guillermo Sucre, Susan Sontag, Miguel Ángel Campos, Colette Capriles, Armando Romero, Nelson Rivera, Huber Matos, Ramón Díaz Sánchez, Omar Noria, Marcos Aguinis, Milagros Socorro, Fernando Rodríguez. Citaremos el calibre de algunos de estos textos citados por López Ortega con dos ejemplos. El primero, los textos “Incrédulos, fugitivos”, publicado por Miguel Ángel Campos en la antigua revista Veintiuno, en diciembre de 2004:

Es fácil darse cuenta cómo en Venezuela ha faltado como antídoto una buena dosis de desprecio del poder. Nadie parece haber escapado a su tentación,  a su prestigio de halagos de media calle: desde los intelectuales que esperan en la antesala de los jefes de rebenque, hasta ese abrirse paso imprudente de quien no sabe ponerse en su lugar y que en su imposibilidad termina haciendo el elogio de fuerzas bastardas.

El segundo, una entrevista de Nelson Rivera a Colette Capriles. Nos dice esta última:

…nuestra cultura está construida en la medida en que tuvimos una democracia que yo llamo distribuidora o de bienestar, o utilitaria, que es el nombre que le da Juan Carlos Rey. Aquí la democracia se ha considerado sólo en la medida en que da resultados. El Pacto de Punto Fijo lo establece así, porque permitía conjurar los peligros que se abalanzaban sobre la democracia, tanto de derecha como de izquierda. Nunca se valoró a la democracia por sí misma. No tenemos valores democráticos; somos completamente utilitarios. Esto explica la adhesión que podemos tener hacia quien más nos ofrezca. Nos subastamos como cultura y eso es grave, porque muestra con el dedo, acusadoramente, el vacío discursivo.

Son dos textos fuertes, sin contemplaciones, que buscan evidenciar una lectura poderosa de la condición del intelectual en Venezuela y del mismo, en el marco de la democracia. Sus fallas, errores. Pero también, hay que decirlo, su capacidad y lucidez para articular y leer las realidades incómodas del ser nacional.

López Ortega también reserva entradas y páginas a intelectuales del chavismo que lo atacan o simplemente atacan a la oposición: Néstor Francia, José Vicente Rangel, Miguel Márquez, Juan Calzadilla Arreaza.

Leer Diario de sombra es la posibilidad de ver la tragedia comenzar a gestarse; tener conciencia de la labor cierta y constante de muchos pensadores en Venezuela al advertir nuestro extravío desde hace muchos años, pero también, la ausencia del eco por parte de muchos dirigentes políticos, en cualquiera de sus orientaciones políticas.

Entre la comodidad de la intelectualidad en Venezuela, fruto no solo del rentismo, sino desde años anteriores y la valentía de algunos de estos intelectuales en decir lo que nadie quiere escuchar, se mueve el diario de López Ortega. Un diario que es el registro de lo más bajo y lo más honesto de nosotros mismos. En el medio, los viajes a Margarita del autor buscando sosiego, la posibilidad de la escritura en el desmadre del país, la posibilidad del pensar y registrar todo derrumbe.

El registro cotidiano de lo trágico entre nosotros, contenido en los diarios, va de la mano con la impotencia por el silencio ante tantas advertencias.

Queda la constancia, el testimonio, la escritura.