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Juan Nuño, la filosofía y los mitos; por María Ramírez Delgado

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Con frecuencia perdemos de vista a ciertos personajes de nuestro país que, aunque ausentes, podrían ayudarnos a poner algo de luz sobre nuestra tan poco amable realidad. Es el caso de Juan Nuño (1927- 1995), a quien aún un grupo importante de intelectuales recuerda, no así las generaciones más recientes.

Precisamente para aquellos que no lo conocieron vale la pena recordarlo como un discípulo de Juan David García Bacca en la Universidad Central de Venezuela, que llegó de España en 1947. Fue responsable de varias cátedras en la Escuela de Filosofía de la UCV (del largo recorrido por la historia de la filosofía, filosofía de la ciencia, teoría del conocimiento y lógica, entre otras). Además, realizó importantes críticas a la filosofía contemporánea.

A lo largo de su vida publicó más de una docena de libros: El pensamiento de Platón, La filosofía en Borges, Elementos de Lógica formal, y Sartre son algunos de esos títulos. Pero sobre todo publicó cientos de artículos en la prensa en los que ensayó un acercamiento a la filosofía para un público no experto, sin perder el rigor en la profundidad de los planteamientos. Tales artículos han sido recopilados en otros tantos libros. Considero que es precisamente esa característica de Nuño, la de tratar de hacer evidente la presencia de la filosofía en nuestra vida, lo que hizo aparecer ante él el problema de la “no-muerte de la filosofía”, la superación de la misma y el encuentro con los mitos filosóficos.

Para Nuño el problema de la “superación de la filosofía” apareció visiblemente desde 1967, cuando presentó una conferencia en la Universidad Autónoma de México con este título: “La superación de la filosofía”. Allí plantea el problema de la crítica como una forma de exterminar la filosofía. A su juicio, la guerra es inmanente a una asignatura que trata siempre de autodestruirse. Por supuesto, ¿a qué profesional no le preocuparía la muerte de su profesión? Lo interesante es que en el caso del pensamiento filosófico no se trata de un problema edípico, sino de un deseo necesario y natural. Y esto ocurre porque la filosofía se nutre de la crítica, que puede ser vista como una forma de destrucción, de ataque, de invalidación de lo presentado. Cuando criticamos algo, de alguna manera lo estamos desmontando; no es necesario que esa crítica sea lo que llamamos popularmente “crítica destructiva”, pues toda crítica esencialmente lo es: al oponer una idea a otra, una de las dos ideas presentadas sale mal parada, lo que la lleva a su evaporación.

Pero resulta que ese no es el caso de la filosofía, pues no es un deseo que se quiera ocultar sino que, al contrario, se promueve y estimula. Cada idea nueva nace con un fuerte deseo homicida. El ejemplo más emblemático podría ser el de Platón y Aristóteles. Si recordamos el cuadro de Rafael Sanzio que se encuentra en el Vaticano, La escuela de Atenas, no es otra cosa que la gráfica de Aristóteles impugnando las ideas de su maestro Platón. Deberíamos suponer que si Aristóteles –que es Aristóteles–, logró rebatir las ideas de Platón, pues hasta allí debió llegar el discípulo de Sócrates, la guerra de Aristóteles hace surgir el movimiento de los neo-platónicos e incluso servirá de apoyo para las ideas planteadas después por el cristianismo.

Podemos concluir entonces que la filosofía resurge de entre los muertos, pero nunca como un zombie, sino más bien como una especie de vampiro, dispuesta a seguir alimentándose de la sangre de las ideas.

Los mitos filosóficos

Ante tan apocalíptico panorama es que Nuño se plantea el asunto de los mitos filosóficos. Como todos sabemos, los mitos son historias “sagradas” que contienen en sí una idea más profunda. Es decir, que son un tipo de metáforas que produce el ser humano cuando queda abrumado ante un suceso y busca una explicación fuera de su alcance. Puede pasar por historias muy antiguas como las griegas o más recientes (como suponer que todo pasado fue mejor). El asunto es que el mito siempre está presente en nosotros, ya que son relatos codificados.

Para Nuño los mitos filosóficos no son precisamente historias, sino tejidos de los que surge la filosofía. Es decir, son una estructura preexistente, y precisamente como es mítica, ha sido olvidada por la filosofía misma. De modo que los mitos funcionan como creencias interiores que se revelan por medio de la intuición. A cualquier filósofo le costaría mucho verlas, pero si se pone a revisar, a indagar en el fondo del pensamiento, estas estructuras míticas se revelarían. Y ¿qué es lo que podemos revelar? Cinco estructuras o mitos que encierran a toda la filosofía.

Cada mito filosófico corresponde a una simbolización distinta de las aspiraciones humanas, lo que revela a dicha disciplina como un ciclo único, repetitivo e idéntico en sí mismo. Tendríamos un numero finito de temas y estos corresponden a los diferentes mitos que los engendran, pero a su vez son como un lenguaje artificial, elementos que combinados serían innumerables y permitirían el crecimiento de nuevos elementos, pero con limitaciones, es decir, si yo tengo unas semillas de almendrón, solo puedo producir almendrones. No puedo evitar que nazca el árbol ya conocido, aunque diferente en su estructura.

Cinco grandes mitos

Como hemos dicho, los mitos filosóficos funcionan como códigos genéticos, y serían cinco: mitos de revelación y clarividencia, mitos de totalidad y destino, mitos de salvación y narcisismo, mitos de la frontera y el infierno, y los mitos de ruptura y transfiguración, que son aquellos que ven a la filosofía como un misterio.

Los mitos de revelación y clarividencia entienden el saber como algo que debe ser develado; transparentan enigmas y consideran que se puede llegar al conocimiento a través de ritos o iniciaciones. Podemos recordar al demonio que le hablaba a Sócrates o, más cercano a nosotros, el claustro universitario. Para estos filósofos el saber requiere de iniciaciones. No es y no puede ser público pues es una realidad. En ellos encontramos la metafísica, las formas platónicas, la hermenéutica de Parménides, Sócrates, Platón, Descartes, Spinoza, Bergson.

Los mitos de totalidad y destino sostienen que la filosofía se apega a una realidad única, puesto que el conocimiento es una unidad epistémica, y tienden a buscar el estudio del ser mismo. La verdad es una totalidad. Rompen las formas de análisis y rechazan toda fragmentación. Postulan una realidad íntegra, entienden el mundo como un todo donde solo lo racional es real. Para ambos tipos de mitos el fin es el conocimiento total y la explicación del todo.

De estos mitos brota la ética, las ramas de las fundamentaciones, el realismo, el vitalismo, la fenomenología y el materialismo histórico, el pensamiento de Aristóteles, de Hegel, de Ortega y Gassett, de Husserl y Leibniz.

Los mitos de salvación y narcisismo presentan a la filosofía como un bastón de los que nacerían las filosofías que sirven de apoyo a la vida y ese es su fin, como la moral, la axiología, los estudios de los sentimientos, la estética y el existencialismo. Encontraríamos a filósofos como Protágoras, Seneca, Epicuro, Sartre, Ciorán, Habermas.

Los mitos de la frontera y el infierno ven la filosofía como represión. De ella brota la seguridad cognitiva y condenan el no-saber. Ponen límites: “sólo podemos conocer hasta aquí”. Tendríamos entre ellos a la lógica, el empirismo, el positivismo lógico Parménides, Hume, de Carnap, Kant, Popper e incluso Russell.

Finalmente están los mitos de ruptura y transfiguración, los cuales presentan a la filosofía como servidumbre, es decir, que su utilidad es ser interpretadora de otras ciencias. Se enajena a sí misma y en ella debemos incluir a toda la filosofía de segundo grado, es decir la filosofía del lenguaje, la filosofía de la mente, la filosofía de la historia y filósofos como Pitágoras, Tomás de Aquino, San Agustín, Quine, etc.

Por último, existiría un meta-mito: el mito del eterno retorno de lo mismo: la filosofía nace y muere en una sucesión cíclica, los mitos filosóficos son reincidentes y la filosofía misma se encuentra atada a ellos sin poder bajarse del carrusel que implican siempre los mismos temas, siempre las mismas ideas.

Podemos concluir que lo que develan los mitos filosóficos son estructuras subconscientes, que poseen un amplio sentido iniciático e intuitivo, a las que se subordina el quehacer filosófico mediante una visión estructural de la filosofía, organizada a través de un conjunto. Pero atención: La experiencia del retorno dota a la filosofía de un valor absoluto, puesto que en ese retorno permanente se encuentra una renovación continua; porque el meta-tipo abarcador permite a los mitos filosóficos regresar a aquellos argumentos que pudieron resultar engañosos, la novedad renovadora resulta en las vueltas de tuerca, bienvenidas en toda reflexión.

A manera de conclusión

Ahora bien, ¿qué tiene que ver todo esto con lo que hemos dicho al principio? ¿Para qué nos servirían los mitos filosóficos, para qué recordar hoy y ahora esa idea de Juan Nuño?

Si revisamos los mitos, filosóficos o no, nos daremos cuenta de que siempre están en nuestra mente, nos poseen incesantemente dada su atemporalidad. Si desconocemos que algo es un mito tendemos a quedar atrapados en la repetición a la que nos obliga, y esa repetición puede ser muy peligrosa, ya que al ser construcciones de la consciencia humana son capaces de dirigirnos.

Otra cosa es que son clasificadores, los seres humanos clasificamos y ordenamos para sentir que estamos en posesión de algo y como hemos visto el mito filosófico, nos permitimos creer que poseemos la filosofía, sabemos dónde comienza y por lo tanto sabemos qué se puede hacer con ella, hasta tratar de ordenar el caótico mundo que nos rodea.

Finalmente, sería muy nutritivo volver al pensamiento de Nuño y usarlo como una lámpara que ilumine y revele los mitos que abundan y se tejen en nuestra historia reciente, pues si el mito se queda subyacente es él el que nos posee y no nosotros a él.

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