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“Quiero llorar y no puedo”: el sacristán que sobrevivió al sismo; por Maye Primera y Laura Prieto

Por Maye Primera y Laura Prieto | 26 de septiembre, 2017
Fotografía de Maye Primera.

Fotografía de Maye Primera.

univision-150editadoATZALA, México.- Hace una semana que el sacristán de Atzala quiere llorar y no llora.

Se me llenan los ojos de lágrimas pero no he podido. Voy y vengo. Hago lo que tengo que hacer. Pero hasta ahorita no he podido desahogarme como quisiera –dice, con el rostro hecho piedra.

El sacristán Sergio Montiel Tello perdió la cuenta de cuántas veces ha hecho para otros el repaso pormenorizado de lo que ocurrió dentro de la Iglesia Santiago Apóstol el martes 19 de septiembre, minutos antes y minutos después de la 1:14 de la tarde, cuando un terremoto de magnitud 7.1 tiró el templo abajo y mató a doce cristianos que celebraban el bautizo de una niña —Elideth Yusak Torres de León— que no llegó a cumplir los tres meses.

El sacerdote recibió a los padres y a los padrinos a las puertas del templo del siglo XVI, de los más antiguos del suroeste del estado mexicano de Puebla. Dio la bendición de bienvenida, todos hicieron una reverencia. Montiel leyó la carta de San Pablo a Timoteo en el Nuevo Testamento —no recuerda el versículo— y cedió el lugar al otro sacristán, Lorenzo Sánchez, para la segunda lectura.

Al tiempo de estar Lorenzo con el salmo, vino el movimiento y el padre dijo: ‘Está temblando’ y Lorenzo dijo: ‘No se muevan’. Y ahí comenzó algo más duro. El padre ya no tuvo oportunidad ni de leer el evangelio.

Montiel cerró los ojos. Durante las lecturas, los anfitriones estaban sentados en una banca: los padres, Ismael Torres Escamilla y Manuela de León García, con sus niñas, María Jesús y Elideth; y los padrinos, Florencio Flores Nolasco y Susana Villanueva Merecis. Y en otra dos bancas estaban sus familiares e invitados: los dos hijos de los padrinos, Samuel y Azucena; la madre y la hermana de la madrina, Carmen Merecis Ramírez y Feliciana Villanueva; la madre del padrino, Fidelia Nolasco Zárate; y dos invitados que vinieron de Chietla, el pueblo vecino: el regidor Jacinto Roldán Capistrán y Aurelia Vásquez Pacheco.

Todos ellos murieron. Había unas 25 personas a esa hora en la Iglesia y se salvaron los que corrieron y dos beatas hincadas cerca de la puerta, que quedaron atrapadas de la rodilla hacia abajo y pronto fueron rescatadas.

Cuando abrió los ojos de nuevo y el viento disipó el polvo, el sacristán vio algunos de los cuerpos en el centro del templo, bajo una gran roca que sostenía la cúpula y muchos escombros que cayeron del techo.

Había cuerpos debajo de la piedra. Escuchaba llantos de la bebé que se iba a bautizar, quejas de una niña que tenía el cuerpo destrozado. Ismael estaba pidiendo ayuda, sus pies estaban sepultados.

Las imágenes y los sonidos vuelven cada vez que Montiel cierra los ojos.

Recuerda que cuando salió a la calle la gente estaba muda, como queriendo gritar y sin poder. No sé sabe si por la sorpresa de ver la Iglesia derribada o de verlos salir del polvo. Iban él, Lorenzo y el cura cargando a Ismael herido sobre una tabla, los primeros sobrevivientes.

¿Por qué Dios me salvó? No lo sé. Pero si él quiere que yo le siga sirviendo, lo seguiré haciendo. Él es Jesús, es el Espíritu Santo que nos estuvo acompañando en ese momento.

Montiel era un hombre atormentado hasta que se refugió en el templo de Atzala que venera a Santiago Apóstol.

He tenido algunos problemas y cuando voy a la Iglesia se me olvidan. Llegaba ahí, hacía oración ¡y salía con una tranquilidad! Si tengo que vengarme por algo, pido que se me olviden esas cosas.

Un misionero lo encontró orando un día y le preguntó: “¿Sabes leer?”. Él respondió que no mucho; que en la escuela había aprendido pero se le estaba olvidando de no practicar. “¿Por qué no pasas a hacer las lecturas?”, le volvió a preguntar. Hace año y medio se hizo sacristán. A veces le pasa en misa que se equivoca leyendo, que cambia palabras por otras, y vuelve a repetirlo todo para corregir el error.

Tal vez hubiese sido diferente la historia si se quedan sentados en las bancas. Siento culpa por no haber regresado después de haber sacado a Ismael. Pero ser un hombre de fe me ha ayudado a reconfortarme, rezar por los difuntos y hacer oración por los que quedamos.

La Iglesia de Atzala son sus fieles. Porque el párroco es nuevo en el pueblo —tenía nueve días de haber llegado cuando ocurrió el terremoto y la ceremonia del martes no la ofició él sino un suplente— y es el mismo que da la misa todos los caseríos cercanos: en Chietla, en Ayutla, en Matzaco, en Tilapa. Todos los domingos da una en cada pueblo. Se pensaba que este domingo no habría eucaristía en Atzala, que quedó sin templo, pero los sacristanes, las monjas y su rebaño insistieron.

Fuimos a platicar con el sacerdote para que las misas dominicales se sigan haciendo, para que este pueblo no se caiga, porque Dios nos dio la oportunidad de seguirle sirviendo.

La misa de este domingo 24 se celebró bajo una carpa, en el terreno baldío que está frente a las ruinas de la Iglesia Santiago Apóstol. Vinieron monjas de Puebla, la capital, y gente de los caseríos cercanos. Las sillas que llevó la alcaldía fueron insuficientes, hubo vecinos que llevaron las suyas y otros se quedaron rezando de pie y en el sol.

“Te doy gracias Jesús por haberme encontrado / Por haberme salvado / te doy gracias, Jesús”, cantaba el coro de catequistas.

Las dos familias de los difuntos —vecinos de toda la vida— ocuparon la primera fila, cargando once cruces de madera, cada una con los nombres y las fechas de su nacimiento y su muerte. El padre Néstor las bendijo al terminar la eucaristía y siguió camino a Tilapa, donde tenía otra misa a las once.

Maye Primera y Laura Prieto 

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