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“Como tal en sí”; por Piedad Bonnett

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Como bien se sabe, la Lengua es una entidad viva en perpetuo proceso de modificación, llena de palabras que agonizan y a veces mueren sin que casi nadie les haga duelo, salvo los que las amamos, que las miramos ir con cierta nostalgia. Algunos sienten tanto su partida, que en varios países han adelantado campañas con títulos como “Apadrina una palabra”. Los niños españoles, por ejemplo, adoptaron “alboroto”; yo habría optado por una hermosísima, su prima hermana: “algarabía”. Entre las moribundas que recuerdo en este momento se encuentran dos que oía en mi infancia y que hoy nos suenan a tía abuela emperifollada: taburete, que veo que viene del francés “taburet” y azafate, palabra que según María Moliner viene de assafát, del árabe hablado en Andalucía y que es sinónimo de “charol”. También es posible que ningún niño sepa hoy cuál es el color solferino (Google nos informa que una batalla de Napoleón llevó ese nombre), ni que se acuse a otro de “cismático”, de “pinchado” o de ser “una posma”, y ya casi nadie pide que cierren la canilla, que apaguen el foco o que le regalen una chuspa… Cada uno de ustedes, en fin, tendrá su repertorio, de acuerdo a la edad o a la región o a la capacidad de su memoria.

Pero así como unas salen otras entran, estimuladas por la tecnología, las jergas de toda índole, la moda y lo que imponen los medios de comunicación, que, como sabemos, a menudo acuñan incorrecciones. La expresión que me causaba más repeluz, “al interior de”, compite ahora con dos verbos, “priorizar” y “empoderar”, que aunque castizos, suenan como si no lo fueran, tal vez porque provienen de la jerga de los especialistas en “emprendimiento”, los mismos que nos invitan a ser “proactivos”. Y es que hay que advertir que las palabras, como los seres humanos, tienen la propiedad de despertar nuestras pasiones, y por tanto nos pueden caer gordas, parecernos ridículas o resultarnos grotescas. En esta última categoría “espichar”, creo, se lleva todas las palmas.

También la academia universitaria se encarga de poner a circular sus palabrejas. Hasta hace no mucho todo era lúdico y ahora el planeta está invadido de resiliencia. Pero también se han apoderado de la conversación diaria los términos de los manuales de autoayuda. A la par que muchos personajes de la farándula se definen, sin reato, como “muy espirituales”, ahora todo sana, hay energías y auras por todas partes y se nos invita a conectarnos y a crecer (es decir, otra vez a “empoderarnos”). Pero hay otros términos, sin procedencia conocida, que definitivamente han hecho carrera. Si usted pide cualquier producto en un restaurante puede encontrarse con que “no, no manejamos…”. Aunque esa frase puede ser enriquecida, y convertirse en “Eso como tal en sí no manejamos”. Si usted insiste y pregunta por qué, a manera de disculpa puede que le digan. “el tema es que…”. Si usted está en la misma onda es posible que pida, muy amablemente, que le “regalen” la cuenta. A continuación de lo cual el mesero preguntará: “¿Desea incluir el servicio?”. Ante ese uso del verbo desear, que antes estaba destinado a grandes cosas –un viaje, una noche de amor— usted sólo puede contestar, con ímpetu, como quien pronuncia “acepto” a la hora del matrimonio: “deseo”.