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Filosofía, filotiranía y hambre; por Wolfgang Gil

Fotografía de Bartos Hadyniak para Getty Images

Fotografía de Bartos Hadyniak para Getty Images

“Nuestra integridad vale tan poco… pero es todo lo que tenemos, es el último centímetro que nos queda de nosotros. Si salvaguardamos ese centímetro, somos libres”. V de Vendetta

Resulta notable la descripción que hace George Orwell de los efectos de la inanición, la cual sufrió en carne propia durante sus vagabundeos por Europa: “El hambre te deja en un estado parecido a la convalecencia de una gripe, como si no tuvieses nervios ni cerebro. Es como si te hubieras convertido en una medusa, o como si te hubiesen sacado la sangre y la hubiesen reemplazado por agua tibia. Mi principal recuerdo del hambre es una absoluta inercia y la necesidad de escupir con frecuencia una saliva blanca y espesa como la de los cucos. Ignoro cuál pueda ser el motivo, pero cualquiera que haya pasado hambre varios días seguidos se habrá dado cuenta.” (Sin blanca en París y Londres).

Hace poco estaba sentado en el café de un centro comercial con unos amigos. Se acercó una señora. Nos pidió dinero para comer. Venía con un niño de unos seis o siete años. Ambos tenían caras lánguidas y resignadas. No me sobra el dinero pero la impresión que me causó su penuria me hizo sacar el único billete que guardaba en la cartera y se los entregué. Vi cómo la señora se acercó al mostrador del café y pidió un pastelito para el muchacho. Me sentí complacido por haber ayudado al menos momentáneamente a aquel niño, pero sabía que mi colaboración era nimia. El país está atravesando una crisis alimentaria de grandes dimensiones. Es parte de una crisis histórica, donde todo fue arrasado: la producción, la salud, la moral pública, la seguridad. Esta es la madre de todas las crisis.

Mi gran pregunta es: ¿cómo puede un filósofo, o más modestamente o un profesor de filosofía, que ha desperdiciado su vida leyendo libros que nadie lee, ayudar a enfrentar la crisis alimentaria del país?

Hace unos años, en una revista estudiantil de la Escuela de Filosofía de la UCV, el profesor Federico Riu escribió un artículo titulado Help. En el texto, el profesor se describía como espectador de un vecino que escuchaba la canción de los Beatles. Riu se preguntaba cómo podía ayudar un filósofo a una persona que se ahogaba en la incertidumbre y el temor a la muerte. Nos encontramos en una situación similar. La diferencia está en que no nos hallamos en presencia de alguien que solicita ayuda existencial a través de una canción pop, sino de personas que ruegan algo para comer.

Del asno de Buridán a la compasión radical

La filosofía no es tan superficial como algunos afirman. Se ha dicho que ‘El filósofo es aquel que, en un simposio sobre la pena capital, presentará un trabajo sobre la paradoja del ahorcado’. (James D. MacCawley). Si las cosas son así, cuando se plantea el problema del hambre el filósofo presentará un trabajo sobre el asno de Buridán, una analogía paradójica que describe al burro que se muere de hambre porque no puede decidir entre dos montones de paja idénticos. Un recurso imaginativo para exponer el problema lógico de cómo un decisor se queda paralizado ante dos opciones iguales.

Pero esta es una forma muy superficial de considerar a la filosofía. Para Platón, el eros filosófico era hambre de ser, ansias de trascendencia. Una versión menos sublime la constituía el concepto de deseo de Hegel. Para Hegel el deseo es negativo, destruye su objeto, así como el hambre destruye a la comida.

Se puede decir que Marx habló del hambre para acusar al capitalismo de excluir a grandes contingentes de la población de los privilegios del sistema de producción, y así contar con un gran ejército de mano de obra barata, lo cual, en voz de sus epígonos justificaba una revolución violenta para lograr la justicia social. El problema es que la “solución” marxista ha terminado generando en la práctica más hambre que la que intentaba superar, aunando a este detalle el arrase de toda libertad.

Pero la forma más radical y auténtica de compasión por el hambriento se encuentra en el caso de Simone Weil, una luchadora social francesa, pacifista y mística, que luchó por los más necesitados. En uno de sus escritos autobiográficos, Simone de Beauvoir, quien fue su compañera de estudios, comenta sobre ella: “Me intrigaba por su gran reputación de mujer inteligente y audaz. Por ese tiempo, una terrible hambruna había devastado China y me contaron que cuando ella escuchó la noticia lloró. Estas lágrimas motivaron mi respeto, mucho más que sus dotes como filósofa. Envidiaba un corazón capaz de latir a través del universo entero”.  

Durante la segunda guerra mundial, enfermó de tuberculosis. Deseosa de compartir las condiciones de vida de la Francia ocupada por la Alemania nazi, se deja morir en el sanatorio de Ashford en 1943. El poeta T.S. Eliot dijo que la obra de Simone Weil pertenecía a ese género de ‘prolegómenos de la política, libros que los políticos rara vez leen, y que tampoco podrían comprender y aplicar’. El poeta consideraba que dichos libros debían ser leídos por los jóvenes antes de que la propaganda política anulara su sensibilidad y su capacidad de pensamiento.

Filosofía contra Filotiranía

De Simone Weil hemos aprendido que la filosofía no es tan solo un juego lógico. La lógica filosófica debe ponerse al servicio de la compasión. Si bien la compasión es la empatía con los más necesitados, entonces ¿cuál es la lógica que se puede poner al servicio de la compasión? Esa lógica es el diálogo socrático.

Según mi modo de ver, la función de la filosofía es actuar sobre el pensamiento. Especialmente cuando el pensamiento está siendo utilizado por la filotiranía. Según Mark Lilla, en su magnífico libro Los pensadores temerarios, la filosofía es lo opuesto a la filotiranía. Escribe Enrique Krause:

“Lilla aduce que la seducción de la tiranía se explica menos por la acción del seductor que por la recepción del seducido. Hay un tirano agazapado en todos nosotros, un tirano que se embriaga con el Eros de su Yo proyectado hacia el mundo y que sueña con cambiar a éste de raíz. Si en un ejercicio riguroso de autoconocimiento, el intelectual identifica en sí mismo esa fuerza, si la dirige y controla, el impulso puede guiarlo hacia el bien y otros fines superiores. Si no, esa pasión puede llegar a dominarlo. El propio Sócrates advirtió que una de las raíces de la tiranía es la soberbia a la que son susceptibles algunos filósofos: son ellos quienes orientan las mentes de los jóvenes y los conducen a un frenesí político que degrada la democracia. La única alternativa frente a esa intoxicación política es la humildad, fruto del autoconocimiento.”

El propósito de la filotiranía es el control y la dominación, mientras que el de la filosofía es la libertad. Lilla está pensando en la filosofía en su sentido socrático. El deber moral del filósofo, en tal sentido, es develar los móviles del pensamiento que se utilizan para la dominación.  

El propósito último de la filosofía es liberar al pensamiento y al hombre, mientras que el de la filotiranía es someterlos. Para cumplir con ese propósito, la filosofía pretende develar y resolver las contradicciones que produce el pensamiento, mientras la filotiranía produce y oculta las contradicciones.

Para develar las contradicciones, la filosofía utiliza la comunicación, la cual es persuasión y educación. La persuasión se manifiesta como reflexión ética, mientras que la educación debe establecer la jerarquía natural. Por su parte la ideología, para ocultar la contradicción, utiliza la coerción, la cual es manipulación y violencia. Para la manipulación, la filotiranía utiliza la ideología legitimadora, mientras que la violencia justifica la jerarquía de dominio.

En el caso del hambre, si algo puede hacer la filosofía es descubrir los mecanismos por medio de los cuales se produce el hambre y la función que ocupa como proyecto de opresión. Si bien la filosofía puede actuar sobre el pensamiento, no puede ofrecer una forma irrebatible de razón triunfante. La razón filosófica es modesta. Puede desatar nudos. Puede intuir cuál es el bien, pero tiene que establecer mucho diálogo para aclarar esa intuición. El proceso de aclaración suele ser indefinido e ilimitado. A la filosofía le cuesta demostrar cuál es el camino del bien, pero le es más fácil denunciar cuáles son los pensamientos incorrectos que llevan a los regímenes injustos.

Hambre: tiranía y democracia

Si aplicamos la racionalidad socrática al problema del hambre, da como resultado que el poner la comida en la mesa constituye un problema técnico. Se necesita entre otros, expertos agricultores y ganaderos, ingeniosos industriales y laboriosos transportistas. Pero también constituye un problema político. Se precisa de líderes que sepan armonizar las exigencias sociales y las necesidades económicas. Tanto la técnica como la política están condicionadas por una forma de ver la vida, por un marco mental. Esa forma de ver la vida puede servir a una vida plenamente humana, o servir a la deshumanización.

Desde el punto de vista humanizador, la filosofía debe colaborar con un sistema conceptual que colabore a su vez con la construcción de una sociedad profundamente democrática y efectivamente productiva. Según un estudio realizado por Ohio State University, la clave para ayudar a los países en vías de desarrollo con una población que pasa hambre no se circunscribe proporcionarles comida. Apunta a eliminar la guerra y a promover la instauración de gobiernos estables y democráticos. En países sin gobiernos democráticos estables, la comida es a menudo utilizada como método de control. 

En términos filotiránicos, por tanto deshumanizadores, el hambre se utiliza como una herramienta para someter a la población. Los gobiernos totalitarios han utilizado las hambrunas con fines tiránicos. En tal sentido es muy paradigmático el Holodomor, palabra que significa la “Gran Hambre” en ucraniano. Históricamente fue uno de los mayores genocidios perpetrados por la Unión Soviética de Stalin en los años 1932-33. Fueron liquidados por inanición nueve millones de seres humanos.

Como es común en los regímenes totalitarios, las hambrunas intencionadas se han usado como arma política para someter a las poblaciones. En este caso las víctimas fueron los kulaks ucranianos, los agricultores que se resistían a la colectivización forzada. No es casual que la novela de ciencia ficción distópica Los juegos del hambre sea una pesadilla basada en la explotación a través del control de los alimentos.

La dignidad de Camus: del hambre a la esencia humana

Hay un hambre desplegada por el deseo de dominar. Para derrotar al adversario, para esclavizar su voluntad. El hambre está asociada a la dignidad. Una persona bien alimentada, se siente digna. Pero cuando comienza a ver que los alimentos escasean, la autoestima se reduce. Cuando una persona no puede llevar los alimentos a casa, cae en la desesperación.

La tiranía supone el arrase de la esencia humana. Y puede someter a los humanos a una presión ilimitada. Lo importante es mantener el poder. Albert Camus se oponía a esta miseria. Durante la Segunda Guerra Mundial, Camus militó en la Resistencia y fue uno de los fundadores del periódico clandestino Combat. Decía que siempre podíamos contar con la esencia humana para sostener la dignidad que se necesita para enfrentar la injusticia. Puede que la gente no se someta sino que se rebele.

“El análisis de la rebelión conduce, por lo menos, a la sospecha de que hay una  naturaleza humana, como pensaban los griegos”. (El hombre rebelde, pp. 19-20). Y en otra parte: “Un hombre viviente puede ser esclavizado y reducido a la condición histórica de objeto. Pero si muere, al negarse a ser esclavizado, reafirma la existencia de otro tipo de naturaleza, la naturaleza humana que se niega a ser clasificada como un objeto”.

Tal vez no haya forma científica o positiva de demostrar la existencia de la esencia humana, pero en situaciones extremas, donde la libertad y la dignidad están en entredicho, podemos estar seguros de que la esencia humana se hará presente.