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Lea el discurso de recepción por el XVI Premio Anual Transgenérico 2016 de Pedro Plaza Salvati

El 18 de marzo de 2017, el escritor venezolano Pedro Plaza Salvati recibió el premio Transgenérico 2016 que otorga anualmente la Fundación para la Cultura Urbana por su libro de crónicas literarias Lo que me dijo Joan Didion, presentado bajo el seudónimo “Joe Gould”. Plaza Salvati describe su libro como "el resultado de la experiencia de vivir en Nueva York, de observar la realidad, de relatar lo vivido o de lo que se ha sido testigo bajo la premisa de que los hechos son verificables". Compartimos con los lectores de Prodavinci su discurso de recepción.

Por #MonitorProDaVinci | 25 de marzo, 2017
Fotografía de Andrés Kerese.

Fotografía de Andrés Kerese

“El cinco de diciembre de 2016, hace unos tres meses, me encontraba en Caracas cuando recibí el mensaje de que debía comunicarme con la librería Noctua en Centro Plaza, lugar escogido por la Fundación para la entrega de los manuscritos que concursan en el Premio Transgenérico. Confieso haberme sentido perplejo por el recado que parecía provenir de una dimensión distinta a la realidad. Me hice la idea, antes de hacer la llamada, de que había quedado finalista del Transgenérico, lo que de por sí era una muy buena noticia, acorde con el lema de los juegos atléticos de mi colegio, el Instituto Escuela, cuando nos obligaban a vociferar en masa en el campo deportivo: “¿Juran que lo importante es competir y no ganar?”, a lo que obedientes gritábamos: “¡Juramos!”. Eso decíamos los cuatro equipos contendores: Amazonas, Gladiadores, Bocobra y el mío, Quirope, con el que solo obtuve una medalla de bronce en salto largo durante años de competencia. Nos enseñaban a ser un buen perdedor, como en la letra de la canción de Franco de Vita, y por ello descartaba haber salido victorioso de este importante concurso literario. Con solo recordar que en las últimas tres ediciones los ganadores habían sido Roberto Echeto, Ricardo Ramírez y Gustavo Valle, con sus tres magníficas obras, hacía más improbable que yo fuera el elegido en esta oportunidad. Y por si fuera poco, no dejaba de intimidarme cuando, en un día de ocio, me percaté en la página de la Fundación de que Rodrigo Blanco Calderón participaba con una obra llamada Nuestra tierra tan pobre. ¿Qué hacía el ganador del premio Rive Gauche de Francia participando en el Transgenérico? Luego me di cuenta de que se trataba de un pseudónimo de otro escritor que no era Rodrigo, lo que indicaba que este apreciado narrador había llegado a niveles importantes de fama. En fin, estaba casi seguro de que ganar no me podía estar Happening, a pesar de mi Constancia de la lluvia frente a las adversidades y frustraciones propias al oficio de ser escritor, y de mis Maniobras elementalescomo por ejemplo enviar el manuscrito con títulos o pseudónimos diferentes durante tres años consecutivos: dos veces bajo el título Lo que me dijo Joan Didion y una como La última parada del Bronx, y con los sucesivos pseudónimos Frank Lindemann, Norman y Joe Gould.

Al momento de presentarlo el año pasado tuve la osadía de colocarle como pseudónimo el nombre del personaje del libro que muchos consideran la mejor obra de no ficción del siglo XX en los Estados Unidos, El secreto de Joe Gould, de Joseph Mitchell, el gran cronista de Nueva York. Esta obra evidencia lo que Gay Talese afirma y que fue el norte de la escritura de Mitchell: “Se debe poner atención a la gente de la calle, a la gente común, para producir literatura de la realidad”. Si alguno no lo ha leído se lo recomiendo, no tiene desperdicio. Gould había estudiado en Harvard y se marchó a Nueva York para terminar de forjarse como escritor, algo similar a lo que había sido mi intención cuando concursé para ingresar a la Maestría de Escritura Creativa en español de la Universidad de Nueva York, en la que para mi doble sorpresa fui aceptado y con una beca. Así que en medio de la calina me marché de Caracas, por dos años, de la misma manera como Gould se marchó de Boston, ambos con propósitos parecidos. Gould se había convertido en un bohemio mendigo alcoholizado, con amigos célebres que le ayudaban económicamente, como el poeta E.E. Cummings. Decía que escribía su Historia Oral, una obra heroica en la que transcribía todo lo que oía a la gente hablar y que, según Gould, totalizaba “aproximadamente” nueve millones doscientas cincuenta y cinco mil palabras, pero que terminó siendo una impostura; una suerte de hipergrafía ficticia. Recuerdo una de las célebres y pocas frases reales de su autoría, de aquellos poemas burlones que a veces le permitían recitar: In winter I’m Buddhist / and in summer I’m a nudist, o lo que es lo mismo: “En el invierno soy budista / y en el verano nudista”. Lo que sí debe ser un hecho es que Joe Gould, a pesar de que terminó sus días en un hospital mental, se divertía mucho más que yo, ya que se la pasaba de bar en bar y en una que otra fiesta bohemia donde se coleaba gracias a sus célebres amistades. A diferencia de Gould, a mí me podían encontrar en Bobst, la biblioteca de la Universidad de Nueva York, o en la Biblioteca Pública adyacente a Bryant Park.

En el tercer intento con el Concurso Transgenérico hubo una pequeña diferencia que se la debo a Oscar Marcano. Oscar, que había leído el manuscrito, tuvo la gentileza, un día que me lo encontré en Centro Plaza, de darme luces sobre un agregado al título cuando me dijo: “Pedro, me gusta mucho tu libro pero no funciona como novela”. A lo que le pregunté con asombro: “¿Novela?, ¿de qué novela me hablas?”. Las trece crónicas, si se quiere de largo aliento, de Lo que me dijo Joan Didion, se pueden leer de manera independiente, pero en su conjunto dan una sensación de entramado a través de un yo narrativo que modula su intervención de lo íntimo a lo invisible, así como mediante la conexión de lugares, personajes, y temas como la mendicidad, la escritura, lo subterráneo, el encuentro con escritores como Paul Auster, E. L. Doctorow o con la propia Joan Didion, entre otros, y esa dualidad amor-odio con respecto a Nueva York. Es una suerte de “ciclo de crónicas” o algo equivalente a lo que sería el término “cuentario” para la ficción, como lo aclara un erudito fantasma portugués que me ha dado una mano generosa y sabia en estos últimos años, Miguel Gomes, cuando indica: “Conjuntos de sintaxis planificada, productora de sentido adicional al de cada uno de los relatos por separado”.

Las crónicas de este libro son el resultado de la experiencia de vivir en Nueva York, de observar la realidad, de relatar lo vivido o de lo que se ha sido testigo bajo la premisa de que los hechos son verificables; una característica esencial de la no ficción. Aunque hay un vasto espacio para la creatividad dentro de la narrativa de lo real, como lo recalcaba Lawrence Weschler en su clase The fiction of non-fiction que tomé como optativa en la escuela de periodismo de NYU, mi texto debería pasar la prueba de lo que los gringos llaman un fact checking. Ello aun considerando que hay diversos momentos de reflexión que surgen con el propósito de intentar comprender o esbozar lo real y que se producen en la soledad del pensamiento. El manuscrito, al mismo tiempo, está divido en dos partes que corresponden, aunque no tajantemente, a la transición espiritual del cronista en esos dos años, y que tiene que ver con la arquitectura narrativa. En la primera parte, No me digas que ya no puedes, prevalece lo íntimo y la reacción al encuentro con Nueva York, y la segunda, No me dejes ahora que ya no siento, tiende más hacia la invisibilidad del cronista y su adaptación a la ciudad. En fin, el comentario de Oscar de que era una novela fallida me llevó consecuentemente a que le agregara la nota entre paréntesis “(Crónicas de Nueva York)”.

El año pasado estuve en Caracas en un par de ocasiones. En el primer viaje en mayo me fracturé la cabeza del radio del brazo izquierdo. Permítanme referirme a este episodio porque se relaciona con la escritura, no es que me quiera ir por la tangente. Imagínense: venir uno a fracturarse el codo y de la manera más ridícula posible, bajándome o más bien lanzándome de un carro en un centro comercial que estaba como boca de lobo por los cortes de electricidad y que no era el Centro Plaza, aclaro. Era tan insólito lo acontecido que tuve que alterar el relato del accidente para que fuese creíble, como ocurre muchas veces con los textos de ficción, en los que se debe dosificar la realidad. Así que empecé a decirle a la gente que la caída había sido en bicicleta, y como soy un fanático de la bicicleta y del spinning, la mentira era verosímil. Menciono lo de la bicicleta porque el hábito en la escritura lo considero muy similar al hábito del ejercicio, aunque en la primera actividad se liberen más hormonas de frustración que de bienestar. Si Joyce Carol Oates corre casi de manera compulsiva por las tardes, si Don De Lillo también corre luego de escribir unas cuatro horas en las mañanas, si Murakami es un adicto maratonista, y si Kafka, según su diario, se fue a nadar a la piscina el mismo día que Alemania le declaró la guerra a Rusia, ¿por qué un simple mortal como yo no podía ser un entusiasta practicante del ciclismo estacionario y al mismo tiempo dedicarse al oficio de la escritura? Lo que quiero enfatizar es que la disciplina en la escritura y en el ejercicio (que son casi lo mismo) hizo que la recuperación del rango de movilidad del brazo fuese completa, luego de meses de esfuerzo. Y precisamente para no descuidar el oficio, continué haciéndolo solo con la mano derecha, ya que tuve que usar por un tiempo una férula de aspecto policial o anti-motín en el brazo izquierdo. Yo trato de seguir el dogma de Antonio Muñoz Molina, a quien tuve el privilegio de asistir en su cátedra en la Universidad de Nueva York sobre “Formas y Técnicas de Ficción y No Ficción” y en el “Taller de No Ficción” (y que se venía a clase en bicicleta bordeando el Hudson desde el Upper West hasta el Village), sobre la importancia del oficio: “Escribir empieza siendo casi siempre un sueño o un capricho o una vocación imaginaria. Pero el sueño, el deseo, el capricho, no llegan a cuajar en nada si no se convierte en un oficio”. Y por el oficio, apenas operado, no dejé de escribir aunque fuese con una sola mano como un maníaco desaforado, víctima de lo que el maestro Eduardo Liendo llama un “mal incurable”.

Eso fue durante el primer viaje del año pasado en el que sentía que Venezuela me quitaba mucho, además de una serie de tropiezos colaterales que no viene al caso mencionar. En el segundo viaje, en diciembre, estaba enfocado en la presentación de la novela El hombre azul en la librería El Buscón, que estuvo a cargo del polifacético y respetado Carlos Sandoval. Pero claro, casi siempre lo que le ocurre a uno es muy diferente a lo que se planifica. Iluso de mí pretender controlar el curso de los acontecimientos. Fíjense en lo de fractura del codo. Pero ese cinco de diciembre, luego de que Andrés Boersner me diera la noticia tan difícil de asimilar por lo estupenda que era, le pregunté: ¿Sabes qué día es hoy? Andrés: hoy es mi cumpleaños. Imagínense darle a uno semejante noticia el día en que se celebra la llegada a este mundo. ¿Y saben ustedes algo más increíble?: el cinco de diciembre es también el cumpleaños de Joan Didion, un icono de la escritura sobre todo de no ficción en los Estados Unidos, una escritora magistral que genera devociones entre sus seguidores, y cuya crónica sobre aquella noche azul en que la conocí da título al manuscrito. Venezuela es un país que te quita mucho, como en ese atribulado primer viaje de mayo, pero que a la vez te da mucho, como en el segundo viaje de diciembre en el que todo se transformó en pura alegría y agradecimiento. Tal vez el jurado se había excedido con su generosidad al concederme este premio. Haber escogido la mía entre setenta y dos obras es un verdadero honor, además del privilegio de compartir con finalistas como Alexis Romero, Raquel Abend y Luis Felipe Castillo.

Y ya debe ser otro Lugar Común, valga la referencia al sitio donde nos encontramos, que algunos amigos y conocidos no directamente relacionados al medio literario, comenzaran a indagar sobre el nombre o naturaleza del Premio. Y yo me preguntaba por qué razón el Diccionario de la Real Academia arroja un frío comentario en relación a la palabra Transgenérico: “Su búsqueda no produjo resultados”. Y si intentamos Transgénero, la RAE le responde a uno: “La palabra Transgénero no está en el diccionario”. A esto se agrega el temperamental corrector ortográfico de Word que tercamente ofrece “Transgenético” como palabra alternativa.

James Woods escribió que “La casa de la ficción tiene muchas ventanas pero solo dos o tres puertas”. También es cierto que la división de géneros son fronteras de cristal. Pero lo que sí es claro es que la crónica es un género híbrido o más bien polihíbrido, como un ornitorrinco. La comparación con el animal es tomada, como seguro saben, de ese gran escritor y pensador mexicano, Juan Villoro, cuando nos da luces sobre la naturaleza de la crónica. Lo cito de manera abreviada: “De la novela extrae la condición subjetiva, la capacidad de narrar desde el mundo de los personajes y crear una ilusión de vida; del reportaje, los datos inmodificables; del cuento, el sentido dramático en espacio corto; de la entrevista, los diálogos; del teatro moderno la forma de montarlos; de la autobiografía, el tono memorioso y la reelaboración en primera persona; del ensayo, la posibilidad de argumentar y conectar saberes dispersos”. La crónica, literatura de no ficción o periodismo literario, se encuentra más allá del común de las especies, como el ornitorrinco: un mamífero venenoso, con hocico en forma de pato, cola de castor, patas de nutria, semi-acuático y que pone huevos en vez de dar a luz; un animal transgenérico como lo es en definitiva este importante premio, que bien podría llamarse Premio del Ornitorrinco Urbano. Pero ya para concluir, no podía dejar de preguntarles:

—¿Saben qué fue lo que me dijo Joan Didion?

Como comprenderán, hasta aquí puedo revelar. Será todo un honor que ustedes, estimados lectores y público presente, si lo tienen a bien cuando la obra sea publicada, lo averigüen con su desde ya agradecida lectura”.

#MonitorProDaVinci 

Comentarios (1)

Libertad Velázquez
25 de marzo, 2017

Hermoso, instructivo e interesante discurso, estaremos pendientes de la publicación de la obra para leerla. Felicitaciones al ganador.

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