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Egipto, bajo la ley del silencio; por Nelson Fredy Padilla

Policía militar encargada de impedir protestas públicas en la plaza Tahrir.Nelson F. Padilla

Policía militar encargada de impedir protestas públicas en la plaza Tahrir. Fotografía de Nelson F. Padilla

La televisión local anunciaba temperatura promedio de 19 grados centígrados aunque en la calle la sensación térmica era muy baja por el viento helado proveniente del río Nilo. Se arremolinaba en la plaza de la Liberación, o plaza Tahrir, corazón de la capital de Egipto y de la recordada Primavera Árabe. El mismo lugar donde a finales de enero de 2011 se concentró un millón de personas que protestaron hasta que cayó la dictadura de 30 años de Hosni Mubarak. Pasé por allí justo cuando la policía militar, ataviada con uniformes y escudos oscuros, formaba para hacer el relevo de guardia de la mañana.

El comandante hizo seña de desaprobación con la mano cuando me vio tomando fotos. Amagó con llamarme, tal vez para borrar las imágenes o decomisarme el teléfono, pero aceleré el paso antes de que me siguiera y atravesé la transitada avenida con el semáforo en rojo. Llegué a la cita en una universidad local que no debo citar y encontré otro puesto de control y una  puerta de  rayos X, rutina insalvable en los edificios de esta capital, prevenidos ante posibles atentados terroristas,t como los ocurridos en diciembre pasado contra la catedral cristiana copta de El Cairo (23 muertos) y una patrulla policial cerca a las pirámides de Guiza (seis muertos).

Dejé atrás el clima invernal y mi delirio de persecución y me encontré de frente con la realidad de este país seis años después de las revueltas que buscaban la restauración de los derechos ciudadanos. Hice parte de una comitiva colombiana invitada a dictar un seminario para activistas de derechos humanos de distintas profesiones. Un evento excepcional en un país otra vez dominado por un régimen, instaurado en julio de 2013, cuando un golpe militar le quitó el poder a Mohamed Mursi, líder de los Hermanos Musulmanes elegido presidente en las primeras votaciones libres en un país acostumbrado a faraones, reyes y dictadores.

Quien hoy impone su ley es Abdelfatah al Sisi, el comandante del Ejército, un temido mariscal formado en Estados Unidos cuya presidencia fue revalidada en 2014 con 188.000 firmas en un país de 85 millones de habitantes, el más poblado del mundo árabe, en el que no hubo Parlamento durante tres años y los partidos políticos se disolvieron. Ejemplo: el Partido Nacional Democrático. Los Hermanos Musulmanes fueron declarados ilegales. Están en el exilio, condenados a cadena perpetua como Mursi o enjuiciados como Mubarak. La oposición no existe.

Nos esperaban una docena de jóvenes egipcios muy interesados en saber de la situación de Colombia en su tránsito hacia la paz con las guerrillas. La comunicación fue posible gracias a traducción simultánea del español al árabe.  Mi papel fue dirigir un taller de narrativa en el que exploramos géneros periodísticos y literarios como alternativas a los métodos de comunicación que vienen usando; blogs y redes sociales, sobre todo Facebook.

Me comprometí a no citar sus identidades para protegerlos en sus labores de defensa de las libertades ciudadanas en una época en la que el Gobierno prohibió las protestas y bloqueó la financiación nacional e internacional de organizaciones no gubernamentales de derechos humanos. La mitad mujeres y la mitad hombres. Sabía de su formación y activismo  y habíamos acordado leer como inspiración La epopeya de los harafish y alguna de las novelas de la Trilogía de El Cairo de Naguib Mahfuz, premio nobel de literatura 1988 por su aporte a la literatura desde la lengua árabe, desde la realidad social de las caóticas calles de esta ciudad.

Luego de la presentación personal, la primera dinámica fue que cada cual se identificara con una palabra escrita en un papel amarillo. Leímos humanista, activista, mujer, ser humano y otros coincidieron en 25 de enero y revolución. Algunos estuvieron en las manifestaciones de seis años atrás y dijeron que su asistencia tenía que ver con el deseo de entender mejor otros países en conflicto y aprender nuevas formas de moverse en el mundo de las leyes y las comunicaciones.

Héroes anónimos. Abogadas que trabajan porque los derechos de las mujeres sean respetados por las Fuerzas Armadas, los tribunales de justicia, los hombres en la calle, donde cada día aumentan los casos de abuso sexual, y en sus hogares, donde la cultura machista ejerce su máxima expresión. Una de ellas, la más joven, defiende a su hermano, detenido por participar en un mitin. Otra aboga por personas detenidas por tomar fotos de las revueltas sociales y publicarlas. La libertad de prensa está amenazada. A finales del año pasado, un tribunal local condenó a dos años de cárcel al presidente del Sindicato de Periodistas, Yehia Kalash, y a dos directivos más de la entidad, por dar refugio a dos reporteros críticos del Gobierno.

La libertad de expresión está coartada. A la reunión no llegó el novelista Ahmed Naji, condenado a dos años de cárcel por publicar en un periódico un fragmento de la novela Uso de vida, cuyo contenido erótico fue considerado por un magistrado afín al régimen “una violación maliciosa de la santidad de la moral y las buenas costumbres”. Fue liberado el 16 de diciembre gracias a recursos interpuestos por valientes abogados.  Otros defienden ante la justicia a artistas (incluidos actores, caricaturistas y humoristas) que intentan que su voz sea oída en un país en el que disentir significa ser perseguido.

Hay un movimiento creciente de defensa de los derechos femeninos y dos de los presentes lideran investigaciones sobre detenciones arbitrarias y torturas. Les interesó el factor género incorporado al proceso de verdad, justicia y reparación de Colombia.

Pensando en dejar constancia sobre lo que sucede en Egipto, coincidimos en la necesidad de buscar en la escritura un espacio de experimentación y desahogo, no sólo para que sus denuncias trasciendan, sino para que piensen en proyectos a largo plazo a través de géneros que antes no contemplaban, como diarios, monólogos, ensayos, cuentos y novelas, documentos alternativos de memoria nacional para cuando puedan ser publicados. Escribir sobre la realidad a través del espíritu, como enseña en sus libros Mahfuz.

Este novelista, más conocido en Hispanoamérica por El callejón de los milagros, atrapó en 40 novelas y libros de cuentos la historia política de Egipto, monarquías y revoluciones, así como las fronteras del islam y el cristianismo. Dejó testimonio de su época, como manda Milan Kundera. Por eso, los activistas escribieron primero sobre el callejón donde viven, “donde sobrevivimos”, me dijo uno. Y mientras cada quien leía su particular descripción de la vida en El Cairo, más o menos íntima, era como oír ecos de los personajes de obras como Hijos de nuestro barrio, El ladrón y los perros o La noches de las mil y una noches. Luego escogieron a un compañero de causa, conocido o no, trataron de entender lo que hacía en materia de derechos humanos y escribieron cómo lo ven a nivel profesional y personal.

Relajaron la mano y la pluma. Entendieron que no deben seguir desunidos, aislados, moviéndose solitarios entre sombras, más bien estar unidos como amigos y hermanos. Hicieron un ejercicio de denuncia en el que afloraron situaciones privadas. Uno se declaró impedido psíquicamente para escribir sobre ello y entonces trabajamos sobre la importancia del silencio en la narrativa. Hablamos de experiencias similares en Colombia, de nuestra guerra de medio siglo, sobre cómo encontrar puntos de vista narrativos en situaciones extremas.

La literatura de Gabriel García Márquez, en la frontera realidad-realismo mágico, los inspira cuando se hastían del realismo social de Mahfuz. Hubo catarsis. Han sido testigos de eventos históricos, propicios para explorar la condición humana. Herederos de una cultura pionera en el uso del papel y la palabra, evidenciaron talentos naturales para contar. Necesitaban ser oídos. Y lo más provechoso fue el aprendizaje de doble vía. De los saludos pasamos a los abrazos. Se abrió un sincero diálogo Sur-Sur, sin intermediarios europeos o anglosajones a quienes no sienten como pares confiables. El rastro inglés y francés es evidente en fachadas de  edificios y en algunas personas.

El estado de represión es ratificado por decenas de documentos de organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch. Entre múltiples casos de violncia resalta uno de hace un año. Vino el italiano Giulio Regeni, de 28 años de edad, para hacer el trabajo de campo de su tesis de doctorado en la Universidad de Cambridge sobre el papel de los sindicatos en Egipto. Estaba en camino a El Cairo cuando desapareció. Su cadáver fue encontrado el 3 de febrero con fracturas, golpes y una X tallada en su frente y una mano, según una fuente italiana. El Gobierno anunció investigación, pero no hay responsables.

Este 2017 no había preparativos para conmemorar el 25 de enero en la plaza Tahrir, por temor a la violencia de los militares que acaban de anunciar que aspiran incluso a controlar la venta de medicamentos a través de una industria farmacéutica.

El turismo decayó tras los atentados de diciembre. Estados Unidos y España piden a sus nacionales no venir a El Cairo. Los edificios de la zona de las embajadas están protegidos por barreras de concreto antibombas. El ministro de Turismo, Mohamed Yehia, dice: “Egipto es un país seguro, con sucesos puntuales como pueden ocurrir en todos los países”.

Uno camina tranquilo por las calles más populares como si aquí nadie conjugara el verbo robar, pero en voz baja se recomienda alejarse de las patrullas policiales y ser precavido al recorrer mezquitas e iglesias coptas. El turista maneja la ansiedad y asume sus propios riesgos. La comunión religiosa parece rota por los radicalismos. Pienso que un ejercicio de escritura pendiente sería trabajar con base en el cuento Jardín de infancia, de Mahfuz: un profundo diálogo de un padre musulmán y su hija, que le discute porque no puede pasar más tiempo con su amiga cristiana.

El imponente Nilo mantiene su cauce en esta milenaria nación color ocre y en sus riberas, bajo bosques de palmeras, hay cultivos de un verde intenso, pero en El Cairo la comida escasea, la inflación no se detiene y hay quien dice, en el español que aprendió para vender textiles en el mercado callejero más tradicional, que está peor que con Mubarak y compara el futuro con lo que sucede en Venezuela.

¿Qué dice el Gobierno? Que no existen presos políticos. Que los juicios son justos. Sus balances hablan de la construcción de carreteras y puentes por todo el país, de la modernización de la red eléctrica, de un exitoso plan para subsidiar pan a los pobres, de un crecimiento del PIB del 4,9 %, mayor al de la era Mubarak. The Economist discute que el PIB per cápita está en promedio de -2,8 %.

El 20 de enero, mientras Donald Trump asumía como presidente, en El Cairo la televisión árabe recordaba que su colega Al Sisi se había reunido con él en septiembre y acordaron fortalecer la ayuda militar estadounidense contra el terrorismo en la región. Esta semana lo ratificaron en una charla telefónica.

En el aeropuerto internacional controlan la salida y entrada de egipcios incluidos en una lista negra en la que, según defensores de derechos humanos, mezclan opositores y sospechosos de terrorismo. Al abogado  Najad al Borei le impiden viajar sin explicación. Su esposa vive en Jordania. Son las noticias de cada día . Las qu se conocen. Y hay que sumar la violencia permanente en la Franja de Gaza y la región del Sinaí, frontera con Israel.

Hace seis años, la Primavera Árabe parecía una revolución posible. Ahora reinan el escepticismo y la decepción condensadas en el documental Nunca fuimos niños, de Mahmood Soliman. La película premiada en festivale de todo el mundo retrata a los egipcios que se ilusionatron, a través de la familia de Nadia, una afiladora de cuchillos.

Muchos jóvenes prefieren irse hacia la Europa convulsionada. En El Cairo, los activistas que tuvimos el honor de conocer insisten en que la revolución sigue en marcha, que es la justificación de sus vidas al precio que sea. No emigrarán en busca de refugio como las codornices de Mahfuz en otoño.

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Este texto fue publicado originalmente en El Espectador y publicado en Prodavinci con autorización. Si quiere ver el texto original haga click acá.