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Caos en Brasil: ¿Más por venir?; por Jon Lee Anderson

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Por Jon Lee Anderson | 13 de febrero, 2017
Diego Herculano para AP

Diego Herculano para AP

Las cosas no están bien en Brasil. Las tensiones sociales y económicas del país están creciendo y cada vez parece más probable que se produzca un estallido de violencia. En los últimos seis días, por ejemplo, ha habido una serie de saqueos, asaltos, disturbios y asesinatos dentro y alrededor de la ciudad de Vitória, que comprende un área metropolitana con más de dos millones de habitantes y es la capital del estado Espírito Santo, al norte de Río de Janeiro. La causa del caos es la ausencia de oficiales de policía, luego de que la fuerza de seguridad de Espírito Santo iniciase una huelga el sábado pasado para demandar la duplicación de su sueldo. El sindicato de policía dijo que sus miembros no han recibido aumentos en cuatro años. Los familiares de los policías se han unido a la huelga, formando barricadas humanas alrededor de las estaciones de policía.

Los efectos fueron bastante inmediatos: ya para el martes había cincuenta y dos asesinatos, y para el jueves la cantidad de muertos había escalado a más de cien. (En enero sólo se registraron cuatro asesinatos en el área de Vitória). El gobierno envió a mil doscientos soldados y a una fuerza especial de seguridad, pero todavía no han detenido el caos y la policía aún no ha vuelto a trabajar. El país está con los nervios de punta, y la gente teme que una huelga similar pueda ocurrir en Río, donde cientos de oficiales protestaron contra los presupuestos del gobierno antes de las Olimpíadas el año pasado.

Incluso con la policía haciendo su trabajo, y en los mejores tiempos, el Estado de Derecho es un concepto relativo en Brasil. El país tiene dramáticos desequilibrios económicos y padece de índices extremadamente altos de crímenes violentos. Con frecuencia, los oficiales de la policía son corruptos y violentos. En muchas partes del país, la policía maneja bandas paramilitares extraoficiales que llevan a cabo ejecuciones y se enriquecen con el crimen organizado. El índice de homicidios, de veinticinco por cada cien mil habitantes, está entre los más altos del mundo. (En contraste, el índice de los Estados Unidos es de cuatro por cada cien mil habitantes.)

En los últimos dos años, los problemas endémicos de Brasil se han exacerbado por la recesión más profunda que ha sufrido el país desde los años treinta, causada por una aguda caída de los precios de los productos a nivel global. La situación se hizo evidente luego de que una investigación judicial revelara que oficiales del gobierno fueron parte de un complot masivo de corrupción que involucró a la compañía petrolera del Estado, Petrobras, y a empresas privadas, incluyendo a la gigante constructora Odebrecht. La investigación en desarrollo, apodada Lava Jato, o Auto Lavado, ha llevado al arresto de varios oficiales, incluyendo a Eduardo da Cunha, presidente de la Cámara de Diputados de Brasil. Mientras tanto, procedimientos de impugnación el verano pasado en el parlamento de Brasil resultaron en la destitución de la presidenta Dilma Rousseff, así como el reemplazo del Partido de los Trabajadores, de centro izquierda, por políticos de derecha, y la toma del poder por parte de un presidente provisional, Michael Temer, quien también ha sido acusado de corrupción.

Al asumir el cargo, Temer y sus aliados actuaron rápido para deshacer el legado del gobierno de trece años del Partido de los Trabajadores, bajo los mandatos de Rousseff y su predecesor, Luiz Inácio Lula da Silva, quien estuvo a cargo durante los años más prósperos del país, debido al rol de Brasil como exportador de mercancía y petróleo durante el boom de consumo de China. Brasil se convirtió en un miembro del grupo BRIC (Brasil, Rusia, India y China) y un importante jugador a nivel global, mientras en casa, Bolsa Família, un popular plan social, sacó a cuarenta millones de brasileños de la pobreza extrema. Muchos de estos méritos ahora están en riesgo, con el gobierno de Temer instituyendo medidas de austeridad y una pausa de veinte años a todos los gastos sociales.

Con su base social desmoronándose, Brasil tiene todos los ingredientes para futuras explosiones. El mes pasado, bandas rivales tomaron el control temporal de varias prisiones y lucharon entre sí, lo cual resultó en horribles masacres en las que murieron al menos cien personas. Algunas fueron ejecutadas con decapitaciones al estilo de ISIS, mientras que a otras les arrancaron el corazón. Hubo al menos dos escapes masivos, en los que huyeron más de noventa reclusos; el 25 de enero, la BBC reportó que alrededor de cuarenta seguían prófugos. En un giro moderno de estos acontecimientos, que cada vez se vuelve más familiar, los presos tomaron fotos y videos de sí mismos mientras cometían atrocidades. Los prisioneros que escaparon también grabaron videos de sí mismos en fuga.

La postura temeraria de los criminales brasileños sugiere un grado inquietante de impunidad que, al final, es un factor común a todas las crisis actuales de Brasil. En cuanto a la situación en Espíritu Santo, el jefe del ejército de Brasil, el General Eduardo Dias da Costa Villas Bôas, dijo el jueves que enviaría refuerzos a las tropas que están ahí, incluyendo paracaidistas, vehículos blindados y aviones militares. “La misión será cumplida,” tuiteó. A pesar de su aserción triunfalista, seguramente queda todavía mucho por venir.

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Texto publicado en The New Yorker. Derechos exclusivos en español para Prodavinci.

Traducción de Mario Trivella Galindo.

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Jon Lee Anderson 

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