Artes

Lost in Translation; por Antonio Ortuño

Por Antonio Ortuño | 25 de enero, 2017
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Fotografía de Flickr

Los traductores son uno de los gremios fundamentales para la apropiada lectura, difusión y comprensión de la  literatura contemporánea y, a la vez, uno de los menos reconocidos. Quizá el lector piense que exagero y conciba al traductor como un señor que está en su casa, en batita de seda, rodeado de diccionarios y en espera a que el editor le mande un manuscrito, para limitarse a volcarlo y regresarlo, a vuelta de correo electrónico, y ya en otro idioma. Pero no. Ese tipo de traductores, si alguna vez existieron, poco o nada tienen que ver con la literatura: esos son quienes interpretan folletos, instructivos y manuales, profesión sin duda respetable pero cuyos alcances estéticos no tienen nada que ver con los que consiguen aquellos de quienes hoy nos ocupamos.

Los traductores, cada vez con mayor frecuencia, son sujetos muy activos en términos literarios. Leen parcelas enormes de lo que se publica (porque no pocos de entre ellos son, también, críticos, estudiosos, especialistas en tales o cuales “generaciones”  narrativas o poéticas, por ejemplo), apuestan por algunos autores específicos que les llaman la atención y se dedican a promover la publicación de sus obras. Es decir, a cumplir con funciones de scout y hasta de agente en ciertos casos. Existen diversas publicaciones en línea nutridas y animadas por traductores desdoblados, además, en editores. Algunas de ellas incluso circulan en papel.

A cambio de estos servicios inestimables, la realidad es que los traductores no suelen recibir mucho. Las oportunidades escasean e, incluso cuando se abren, no son garantía de nada. Porque las pagas editoriales no suelen ser notables (y, en ocasiones, son francamente pésimas), las condiciones de tiempo y paciencia de los editores tampoco ayudan y el reconocimiento se acerca, muchas veces, a lo nulo.

Hay traductores literarios con trayectorias y capacidades impresionantes condenados a andar pescando chambas como intérpretes para empresas, funcionarios y escuelas, a engrosar las filas de quienes se resignan a los ya mencionados instructivos y manuales técnicos o, de plano, al subempleo o desempleo.

A esa poca estima por la pericia de los buenos traductores y a la precariedad del mercado laboral respectivo se debe que no sea excepcional que nos topemos con traducciones chambonas o, de plano, pésimas. ¿Por qué? Porque sobran los editores que piensan que ahorrarse unos centavos en los honorarios de un profesional no va a ser notado por nadie. Se equivocan: los lectores no son los conformistas que muchos “profesionales del libro” creen y lo notan. Y mientras más especializados, peor.

Y, no, no crean que solamente sellos pequeños o de escasos recursos (esas conmovedoras editoriales que se dedican a republicar traducciones viejas de libros clásicos con tal de no pagarle derechos a nadie) acaban metidos en esos problemas. Sellos enormes y trasnacionales han cometido este tipo de barbaridades más de una vez.

Solía decir Cioran que cualquier bruto era capaz de escribir algo pero que se requería más erudición e inteligencia para ser un buen traductor. Ojalá los editores lo recuerden.

Antonio Ortuño Narrador y periodista mexicano. Entre sus obras más resaltantes están "El buscador de cabezas (2006) y "Recursos Humanos" (finalista Premio Herralde de Novela, 2007). Es colaborador frecuente de la publicación Letras Libres y del diario El Informador. Puedes seguirlo en Twitter en @AntonioOrtugno

Comentarios (2)

Victoria I
25 de enero, 2017

DISTINGUIDO AMIGO…De repente al leer su texto..me llegó una idea extraña ..LA DESAPARICION casi TOTAL de los traductores..HUMANOS.. oficiales y extra-oficiales..y todo por culpa de unas máquinas o robots.. que hacen el trabajo ..igual que el de una simple secadora de ropa en nuestros hogares..¡¡¡¡Oh my Good !..a veces nos llega a nuestro cerebro cada disparate !!!!….¿¿¿¿Será posible que estemos en camino de una robotización del quehacer cotidiano … de nosotros..los habitantes de éste planeta..???? .. Antonio..Gracias por compartir con Prodavinci sus interesantes temas.

douglas
10 de febrero, 2017

Un traductor norteamericano o europeo no sólo cuenta con bibliotecas envidiables sino que también, y esto es de suma importancia, puede permitirse hasta cierto esteticismo al escoger sus materiales de traducción. Puede plantearse la traducción desde una saciedad. El caso de un traductor africano, asiático o latinoamericano es algo diferente. Nos encontraríamos casi en la situación de aquel colegio sevillano de traductores instituido por el rey Alfonso el Sabio: traduciríamos para preservar, rescatar, todas aquellas fuentes de cultura que el tiempo, el olvido, la desidia y el odio a lo extraño, raro, diferente, han ido relegando hasta casi desaparecer. Cierto, estoy hablando desde una experiencia y un deseo muy personales y desde un país en el que la envidia, el resentimiento y la opacidad cultural dominan el animus y el alma, junto a la presunción, cosa que intuyó Briceño Iragorry, uno de pocos clásicos nuestros.

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