- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

La Nochebuena de 1952 // Diario de Armando Rojas Guardia

rojas-guardia2

5

El primer recuerdo consciente de mi vida es la Nochebuena de 1952. Mi familia y yo vivíamos en Praga, donde mi padre era diplomático. Entrecierro los ojos y me veo, minúsculo, de pie sobre la alfombra color champaña que se extiende a todo lo largo y ancho del salón de la casa. Estoy contemplando a papá, arrodillado porque en ese momento opera el mecanismo que hace funcionar un tren eléctrico (su regalo para mí esa Navidad). A su lado se levanta, enorme y esbelto, el árbol, engalanado de luces que parecen joyas (su fulgor es tan intenso que lacera los ojos de quienes lo miran). Y toda la escena pervive en mi memoria totalmente nimbada por un hálito sagrado, tan inconmensurable es la emoción feliz que se desprende de ella, como si a los dos años y medio de mi edad yo ya pudiera captar la numinosidad específica de la fiesta que celebramos, una fiesta religiosa y familiar cuya íntima alegría es visible en el rostro de mi padre. Todo lo que hay de sacra ternura en la Nochebuena se me hace palpable en esos instantes de una dicha que todavía no sé definir ni pronunciar, pero que palpita al fondo de mi cuerpo infantil como una clamorosa evidencia.

Dice Borges en La Cifra:

“No hay un instante que no pueda ser el cráter del infierno. No hay un instante que no pueda ser el agua del Paraíso”.

A los dos años, en aquella Nochebuena de mi primera niñez, yo experimenté el Paraíso. Eliot alude a la experiencia transtemporal de este: “Solo puedo decir: allí estuvimos, / no puedo decir dónde; ni tampoco cuánto tiempo”. Probablemente, por el solo hecho pivotal de que esa vivencia late en el arranque mismo de mi existencia, de que ella está engastada como una gema en el último cofre de mi memoria, yo no me he vuelto loco y me mantengo vivo.

♦♦♦

Suscríbete al canal de Prodavinci en Telegram haciendo click aquí